Un penetrante olor a rojo, destellos amarillos, verdes intensos, degradados, ocres y anaranjados de la mano, las vetas del blanco, el negro y su textura; violeta aterciopelada. Flores bordadas en mandiles, vestidos y huipiles; geometrías involuntarias, brocado silvestre, encajes delicados y plisas de satín. La generosa bondad de la tierra y sus frutos, alimento jugoso, deleite del paladar, goce aromático.
En un banquete colmado de vida y colores, miro testas vestidas de pañuelos, sombreros blancos, agrietados por el sol; trenzas gemelas vestidas con listones, tez bronceada, cobre martillado y viejo, raíz profunda: las mujeres zapotecas de ojos negros, belleza originaria, caderas anchas, cuerpos libres, sonrisas a raudales; ancianas vigorosas y hombres serenos; danza comunitaria entre aguacates, chiles de agua, secos y frescos, lechugas frondosas, rebosantes de alegría; mangos criollos y plátanos enanos; jitomates, perejil y cilantro, acelgas gigantes; cacahuates, cacao y piloncillo; jícaras y ollas de tejate, elíxir extenuante; mezcales de espadín y tobalá, garrafas con bebidas cristalinas, barriles de tepache; chapulines y collares de gusanos; pan de huevo, dulces y manjares, carne seca, chorizo, bofe negro sobre anafres humeantes, crisol de fuego; tlayudas blancas y azules, suaves y tostadas. Una sonoridad gutural ofrece dádivas, rezos silenciosos, conversaciones secretas, dentaduras ocultas con diminutos barbijos de alegría, belleza natural.
Los hombres y mujeres que habitan esta tierra poseen la mayor riqueza, la guardan, la protegen; sangre pura, lengua zapoteca que vuela entre el viento, voz que sube a las jacarandas, que canta a los colibrís. México es un manjar, es brindis de flores silvestres y barro, vasija de colores, cuencos, cielos, plenitud eterna, los domingos de plaza y mercado.
Es primavera en Tlacolula, valle soberbio y humilde, sano, la escasez no se conoce, saben de mentiras, ellos conocen sus verdades, mitos, ritos y leyendas. México, paraíso y llaga sin sutura, orgullo desamparado, nada saben y saben todo, agua y tierra; libertad que huele a niños y cantos, incienso y milagritos. Ellos no son los de antes, tampoco los de mañana, son ellos, los mexicanos que saben a tierra y sol, su ser se nutre de danzas, frutos y canciones. Es primavera en Tlacolula, Oaxaca.♦
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