Conozco autores que creen pertenecer a la alta cultura solo por escribir/publicar. Los hay que nacieron en la clase media o media alta y suponen estar por encima de otros. Y también existe quien tiene títulos académicos colgados para cubrir una pared. Es una creencia falsa, obviamente. ¿Alta cultura, baja cultura? Analicemos:
Primero recordemos que toda manifestación humana es un ejemplo de cultura y que sus actos y cosas son productos culturales. Luego, yo afirmo que la cultura popular es la más común, a la que pertenece la mayoría de las personas (por lo tanto, casi todos los escritores); mientras que la alta cultura o elitista es reducida, para pocos privilegiados.
Pero, ojo, cualquiera podemos hacer y disfrutar de ambas culturas, tu lugar social no es una limitante, no hace falta pasaporte para ir de una a otra. En una misma mañana puedes limpiar escuchando Rayito Colombiano y más tarde oír La Traviata con Villazón y Netrebko; lo mismo desayunar huevos al albañil y comer salmón con alcaparras.
Pensemos: la cultura popular es para todos; la alta cultura, para poquitos. Lo popular es lo que manda, lo que representa a un pueblo, a una cultura. Sabemos asimismo que elementos de la cultura popular hacen su tránsito hacia la alta cultura, aunque luego se olvide de dónde provinieron.
¿Qué relación hay entre estas ideas y los escritores? Hay mucho para pensar. Primero, ¿dónde vive su vida el autor, en lo popular o en lo elitista? Eso dirá mucho de su persona y de su obra, aunque como artista es necesario que pueda transitar entre todos los niveles de la cultura, tanto para comprender su realidad como para escribir su obra. No importa tanto dónde coma, qué productos consuma, cuánto gaste o a qué clase social crea pertenecer, sino lo que hace con ello, es decir, cómo se relaciona con su contexto, lo que observa del mismo, qué lee y lo que escribe.
Analicemos algunos resultados: un escritor mexicano que se cree de clase media a alta, que vive cómodamente solo en lugares finos, o sea, que vive en una especie de burbuja… escribe por lo general una obra preciosista, poco real y casi nada conmovedora (como casi todos los poetas de 50 años o más en la actualidad, becados por el Estado desde hace décadas y los poetas católicos).
El extremo contrario es el escritor que vive inmerso en la cultura popular (sin importar su ingreso) y que está a la vanguardia de las expresiones, los modos y las costumbres populares. Quizás pierda la perspectiva y solo describa lo más inmediato (seductor, sin duda), sin alcanzar la profundidad que requiere una obra artística. Aquí encontramos mucha poesía urbana, el realismo sucio (los bukowskianos) y algunos cronistas.
Nada de lo anterior es malo ni bueno. Son posturas válidas, pero no permiten llegar a muchos lectores, porque el público general no hace lecturas de nicho ni lee medios tan específicos como una revista de poesía de vanguardia ni un fanzine. Ambos extremos terminan por ser marginales en la sociedad. Y esto se debe, según yo, a su poca comprensión de la cultura en general (popular y elitista), por centrarse en uno de sus puntos cardinales.
Opino que lo más interesante es combinar ambos extremos de la cultura, buscando una obra ecléctica y arriesgada a la vez, pero nada conservadora. Aquí cabe todo, hasta la experimentación más loca y los temas más originales o siniestros, porque la obra guardará el estilo de quien la escribe mientas este pueda mantenerlo y ser honesto. No se trata de inventar temas forzados, sino de escribir libros interesantes. No es buscar al lector con una estrategia fácil, sino hallarlo con una obra original y auténtica.
El arte refleja una realidad, no es un capricho; debe ser amplio en sus propósitos, no simple petulancia. Acaso, lo óptimo sea escribir en una amplia gama cultural, desde lo elitista hasta lo más popular y novedoso, pasando por un punto medio (donde habrá más lectores), para llegar a más cerebros y corazones. Porque el arte es un diálogo abierto que beneficia el debate. En mi próxima entrega: El escritor y las clases sociales.