Sociedad

El escritor y las clases sociales

TXT Daniel Zetina danielzetinaescritor@gmail.com
Lectura 2 - 4 minutos
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El escritor y las clases sociales

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La mayoría de los escritores mexicanos son pobres. No solo por lo precario del gremio, casi todos nacen pobres y luchan incansablemente por seguirlo siendo el resto de su vida. También hay pobreza por enfermedad, violencia, migración, traición u otras cosas tan mexicanas como la envidia.

En el extremo, los escritores que nacen en familias ricas buscan estrategias (a veces incluso la corrupción o el tráfico de influencias) para mantenerse ricos y hasta famosos. Por ejemplo, el autor X. X., hijo de, hermano de, heredero de. Usted termine este párrafo.

Existe una clase media escritoril, engrosada en especial por autores burócratas con créditos Infonavit y muebles Fonacot; aquí igual aparecen escritores-periodistas-emprendedores-amasdecasa-libreros-editores-pensionados de diferentes orígenes.

Paréntesis: ser pobre no te hace buen escritor (crujido de algunos corazones rotos), ser rico tampoco (lágrimas de whitexican), pero pertenecer a la aburrida clase media, menos. En resumen, lo que se dice “clase social” vale para una pura y dos con sal a la hora de escribir.

Las clases sociales son una teoría que busca comprender algo, no debe ser un dogma. ¿Quién habla de clases sociales? Políticos y economistas: es decir, solo a quienes les representa alguna utilidad (risas elegantes). Los pobres casi nunca saben que lo son (excepto los escritores, que por saberlo sufren más). La clase alta es banal, aunque necesaria. Los clasemedieros no son nada en especial.

Yo no creo en las clases sociales. Y no soy comunista (cejas levantadas de panista) ni creo en el socialismo y el Che me da asco. No creo en las clases sociales, aunque soy capaz de analizar las consecuencias de dicha forma de pensamiento. Y tampoco soy obtuso: creo en que el dinero sí determina muchas cosas. La gente tiene dinero, resultado de su trabajo o su capacidad de robarlo (risa de político), eso es innegable, pero la clase social es una imposición, con consecuencias funestas para la humanidad.

Si yo tengo dinero (tuve más y lo tendré) no hago cosas de ricos, como jugar golf o salir en Hola; lo que hago (hice, haré) es comprar libros, muchos (nunca demasiados, claro), por el simple gusto de tenerlos, leerlos y presumirlos. Luego de eso, haré obras sociales (sic): financiar un orfanato, bancos de alimentos, cocinas comunitarias, una biblioteca pública (llamada “Daniel Zetina”, obvio, porque no tengo clase, pero sí mucho ego), becas para que mujeres estudien o construir edificios de departamentos de renta mínima para madres solteras (no voy a escribir que dinamitar iglesias sería una buena opción, mejor solo lo pienso).

Un día mi hija me decía que en su escuela la gente era rica (nosotros íbamos a pie o en bici). Yo le dije (o lo pensé) que la mayoría de esas personas tenía una vida de apariencia y que en todo caso a mí lo que me ocupaba era nuestra clase cultural. Esta postura puede ser un elemento más para discriminar (deporte nacional), en especial porque podía colocarnos fácilmente en una clase cultural alta… lo que de hecho es cierto. Pero, a diferencia de las clases sociales, las clases culturales no son tan tajantes; las primeras solo cuentan dinero; las segundas miden cultura, educación, conocimiento, respeto, valores, principios. Esto puede tenerlo gente con o sin dinero. Además, en toda manifestación cultural hay algo de valor y de valioso (a diferencia del dinero): un grafitero hace cultura, un cantante de ópera, un payasito callejero, un poeta, un rapero, un bailarín, un maestro…

El clasismo no se va a acabar nunca en México: eres prieto, eres fea, eres obeso, eres inculto, eres pobre, escribes una columna, pero algo puede cambiar si nos ponemos a leer y a cultivarnos más.

Por último, hablemos de literatura: no se escribe desde una clase social. Puedes escribir tus miserias o éxitos, lo que no depende de tu valor monetario. Como artista, no evito ser pobre o rico, sino escribir lo mejor posible y frente a la hoja en blanco me olvido de las clases sociales o culturales y me concentro en contar una historia interesante o divertida. También intento (intenté, intentaré) vender la mayor cantidad de libros posibles, porque con mis libros trato de sublimar la realidad.

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