“Dios sabe por qué ocurren las cosas. Estamos con vida, para recuperarnos…”
Malinalco, Estado de México.- Durante toda la semana la afluencia no ha superado ni las cinco mil personas, cuando en semanas anteriores, exceptuando la del año pasado, llegamos a contar más de 13 mil, aseguró el prior Abel Torres dentro de la iglesia del Santuario del Señor de Chalma el viernes 2 de abril de 2021, pasadas las 13:00 horas.
Esta es la primera vez que el santuario permanece tanto tiempo cerrado: 11 meses y 10 días, por la contingencia del coronavirus covid-19; en la época de la Revolución Mexicana también estuvo cerrado por la persecución de los cristeros, pero no por tanto tiempo, explicó el párroco.
Una semana antes, Pedro Enrique Clement Gallardo, coordinador coordinación Estatal de Protección Civil en Morelos, aseveró que, en comparación con años pasados, exceptuando el 2020, se había visto a pocos chalmeros atravesar por el estado rumbo al santuario.
El autobús que debió salir de Cuernavaca a Toluca a las 7:20 salió a las 8:10, de la Terminal de Autobuses Cuernavaca Estrella Blanca porque esperaron a que se llenara. El chofer reservó las dos hileras de asientos de adelante “por el covid-19” y no dejó que nadie se sentara en el banco junto a él. Cuatro pasajeros nos fuimos parados.
Por Huitzilac había un grupo de más de 30 peregrinos y el autobús se paró. Niños, adultos y ancianos se subieron y llenaron el pasillo; a los cuatro engañados nos mandaron hasta atrás. Esto está prohibidísimo en el Estado de México que tiene semáforo epidemiológico en anaranjado.
Noventa minutos después el grupo de más de cincuenta bajamos en Santa Martha, Ocuilan. Cuando descendíamos por el pasillo del autobús, los que veníamos atentos pudimos esquivar un río de vómito que alguien susceptible a las curvas del camino arrojó. Antes de descender por los escalones busqué la mirada al conductor. Le iba a dar un curvo a la mandíbula con un reclamo o un insulto que había preparado una hora antes, pero me abstuve cuando vi que el sujeto estaba verdaderamente entripado: tendría que limpiar aquel líquido que comenzaba apestar todo el camión.
De Santa Martha al ahuehuete localizado en Ocuilan de Arteaga no hubo contratiempo, lo raro fue ver a muy pocos chalmeros.
En el paisaje de la carretera cortando el bosque de pinos había grupitos de veinte o treinta e hileras móviles que no pasaban de la docena de individuos cargando a su cristo en la espalda; hubo mucha gente sola, algunos se apoyaban con un bastón improvisado con alguna rama caída. Para evitar asaltos siempre se sugiere incorporarse a grupos de los muchos que normalmente visitan ese lugar, que, después de la Villa de la Virgen de Guadalupe en la Ciudad de México, es uno de los más visitados de Latinoamérica.
El año pasado había retenes de policías y personal de Protección Civil en ese lugar. Nadie podía pasar a menos que fuera del lugar o tuviera que hacer alguna actividad indispensable. Yo pude llegar hasta el ahuehuete, pero ahí los policías jetones me impidieron el paso. Un grupo de chalmeros perfumados de “activo” que había llegado por la montaña me invitó a acompañarlos hasta el Santuario (que estaba cerrado): nos meteríamos por una cañada y llegaríamos por veredas a la orilla del río. Les agradecí (era inseguro y llevaba mi equipo fotográfico completo.)
Otra particularidad fue la venta de pulque, comida, cervezas y chucherías en ese tramo. Había vendedores, los negocios ofrecían sus productos, pero algunos estaban vacíos o tenían pocos comensales o bebedores.
No hubo familias acostadas en la orilla de la carretera, procedentes de la Ciudad de México o de distintas partes del Estado de México; tampoco había “bandas” grandes de las diferentes colonias de la Ciudad de México que año con año se descuelgan para el santuario. No hubo rock pesado, ni rock en español, ni cumbias o reggaetón. No hubo culebreantes olores a mariguana, activo, resistol, pulque y cerveza.
Durante estos 11 años que he ido a Chalma (serían doce con el anterior) he visto de todo. Grupos gigantescos de muchachos enloquecidos bajando a gran velocidad por el cerro; familias cargando a personas enfermas; hombres y mujeres con males incurables avanzando por días hasta el santuario; gente “rica” en pequeños grupos silenciosos. He visto en los rostros de las personas sufrimientos y penas cuya magnitud y profundidad podrían asustar a cualquiera.
Por la orilla de la carretera y por atajos bastante conocidos, el grupo que me adoptó llegó al Ahuehuete, lugar de descanso obligado: las rodillas no responden como antes.
Alrededor de los estanques del manantial y dentro de este había cientos de personas, aunque en días normales es difícil transitar por allí.
Es costumbre bañarse en el manantial que brota de sus raíces o refrescarse con ellas. La gente le atribuye propiedades curativas y simbólicas: supone que con esto se llega limpio y con energías renovadas para presentarse ante el Señor de Chalma.
En donde había también gente, aunque poca, fue en la explanada. Las personas que llegan por primera vez son coronados con flores de colores (nardo, crisantemos, bugambilia o clavel, según la tradición) confeccionadas por amas de casa de las comunidades cercanas; ahí, el primerizo debe danzar. Esta corona será depositada en un sitio especial para ello, como ofrenda, antes de entrar a la iglesia, con la imagen del Santísimo Señor de Chalma.
(De origen el sitio de la danza es la entrada de una capilla ubicada detrás del ahuehuete, pero es muy pequeña y no hay lugar para tantas personas. La parroquia estaba cerrada por el covid-19.)
Había muchos comerciantes vendiendo cualquier cosa, desde trajes de baño hasta coronas de flores. Algunos lamentaron que hubiera tan poca gente este día, viernes santo, que es el más concurrido en todo el año.
“A estas horas yo ya llevaba diez mil pesos vendidos, ahora no llevo ni dos mil”.
“Pero el año pasado apenas sacamos para comer diario. Nosotros esperamos que este año se componga”.
“Dios sabe por qué ocurren las cosas. Estamos con vida, para recuperarnos. Muchos clientes no los he visto, espero que sea porque no tuvieron dinero para venir y no por que el coronavirus los haya tirado”.
Del Ahuahuete a la entrada de la capilla donde se localiza el Santuario hubo más peregrinos, aunque no como de ordinario.
De la carretera a la parroquia, por la calzada, se hacían aproximadamente dos horas y media. La multitud avanzaba centímetros, repegados y había largas esperas cuando los penitentes iban de rodillas, rodando o cargando gigantescos nichos de madera o crucifijos.
Cada año, en las escalinatas que bajaban hacia el costado del santuario nadie descendía impoluto: cansancio, desvelos, dolores, enfermedades incurables y sudores de horas y horas de camino se mezclaban entre el gentío hasta la entrada a la iglesia en donde nos descubríamos la cabeza y pasábamos a dar gracias y a pedir favores al milagrosísimo Señor.
En esta ocasión no fue así. La reja estaba cerrada y tuvimos que llegar por la entrada principal, el trayecto duró menos de media hora.
Por cuestiones de seguridad sanitaria, los frailes no nos rociaron agua bendita a la fila interminable de creyentes ni se permitió el acceso al área de pedimentos, exvotos, “milagritos” y promesas, pero quienes dimos donativo recibimos imágenes benditas para que las echáramos en la bolsa con nuestros escapularios y rosarios. Tampoco hubo acceso por la parroquia al río de Chalma. Los que andaban arriba de las piedras como iguanos o los sirenos que nadaban en la corriente y en las pozas entraron por otros accesos y por los balnearios semivacíos.
Aunque en pocas cantidades, se pudo observar a los mariguanos peinando la borrega entre sus piernas o quemando las pestañas al demonio; a los moneros, conversando de tú a tú con un dios invisible y sordo.
Sellaron esta caminata los cristos despedazados a la vera del camino, en este tiempo apocalíptico en donde a la fecha el coronavirus ha matado a más de 203 mil 664 personas en México.