Si se escribe y se publica, no se fracasa, pero no todo es tan optimista en la vida del autor. Existen pequeños fracasos: perder un archivo, dedicarle mucho tiempo a un libro sin futuro, hacer proyectos que no llegan a nada, quedarse sin computadora temporalmente.

También hay fracasos grandes, como perder originales manuscritos o no poder escribir algo que se tiene contratado. Por último, están los colapsos: dudar de la vocación o vivir con un trabajo que se aborrece y no permite escribir. Según puede verse, los fracasos de los escritores son banalidades, pero vayamos a lo profundo del tema.

Fuera de lo antes enlistado, el verdadero fracaso del escritor es a) no escribir o b) que no lo lean. No son cosas ligadas entre sí, pero con el mismo efecto en el escritor: la frustración, la tristeza, el dolor. El escritor es escritor porque escribe, así como el carnicero que vende carne o el carpintero que hace muebles. El oficio te determina (a diferencia de un oficinista que puede hacer o no hacer, con o sin consecuencias).

Si eres un escritor y no escribes estás fracasando en alguna medida. Como los que se la pasan diciendo que están escribiendo una novela por años pero ni la termina ni la publican. Ahí hay un fracaso, un esfuerzo nulo, un trabajo inocuo, si es que en verdad hay alguna cosa.

Pero si escribes y publicas y nadie te lee, ese es otro tipo de fracaso, de fiasco, de desilusión. Eso puede significar que no llegó a un público de forma adecuada, o que no era el tiempo y el momento de la obra, o que al lector no le gusta lo que escribes, o que sí, que quizás sería mejor que te dedicaras a otra cosa.

No es necesario saber cómo se hizo una buena obra literaria, lo que importa es su resultado. En el mismo sentido, no importa por qué a la gente no le gusta lo que haces. Más que enfrascarse en dudas absurdas, lo mejor será ponerse a escribir otra cosa.

El peor escenario para un escritor es que no pueda escribir y que lo que ha publicado nadie lo lea. Terrible fracaso, ¿no crees? Aunque, bueno, este es un oficio de paciencia, cuyo más alto punto se alcanza con los años. Hasta aquí esta visión pragmática de quien escribe. Ahora profundicemos más.

Escribir, por otro lado, no es significado de paz ni de armonía, sino de crisis, ruptura, provocación, molestia, libertad. Al escribir, el fracaso es común o cotidiano y es mejor aprender a lidiar con él, antes de que acabemos pensando que los fracasos son nuestro final. El escritor es un artista en plenitud o no es nada. Escribes y afrontas tu oficio o solo eres un payaso más que se sube al camión de la banalidad creativa.

Escribir es fracasar cada día, reconocerlo, vivir con ello, amar el fracaso y odiarlo a la vez, pero nunca ignorarlo, porque la indiferencia y la futilidad son para débiles y cobardes. No todo en la vida es fracaso o triunfo, porque la vida —y el arte mismo— es, que a nadie le sorprenda, como una rueda de la fortuna, con días en lo alto y momentos abajo.

Ahora seré más dulce y ofreceré un decálogo: Beneficios del fracaso en la vida del escritor: 1. Te hace ser menos torpe. 2. Te ayuda a controlar el ego. 3. Brincas la superficialidad más rápido. 4. Beneficia la independencia. 5. Acrecienta la humildad. 6. Te ayuda a ser administrado. 7. Te enfoca en lo importante. 8. Permite conocer nuevas posibilidades o estadios del arte. 9. Te iguala con la mayoría pero de forma individual. 10. Te sacude un poco la estulticia.

Como es claro, esta visión ayuda a comprender la vida del escritor en tanto que es artista, pero también como la persona que es. Bendito fracaso, pero no maldito éxito, que de eso ya hablaré en la siguiente entrega de este escritor en problemas, que cada semana busca lidiar con el fracaso en busca de mejores resultados, pero que no se queda a llorar cuando las cosas no le salen bien. Gracias.