“Nadie le enseñó a tomar una foto. Nadie nos enseña a sentir…”.
A las dos de la tarde la fosa de dos metros con veinte centímetros estaba hecha. El montón de tierra colorada y húmeda esperaba que la regresaran al agujero de donde la habían sacado. Los enterradores bebían y uno de ellos llevó una bocina con una memoria USB con canciones. Y así, como si nada, la voz de Chalino Sánchez cantando “Prenda del alma” emergió del aparato de plástico.
El féretro llegó a las 2:40 al panteón comunal Santa Ana del poblado de Chamilpa, localizado en la colonia Cuauhtémoc.
Lo iban cargando familiares y conocidos. Atrás iba la banda de viento y muchísima gente de todas las edades.
El ataúd fue depositado a un lado del hoyo. Hubo porras para el difunto.
Los enterradores bajaron lentamente la caja gris, los familiares bajaron ropa, juguetes y otras cosas en bolsas de plástico. Le lloraron: le lloró su hijo Andrés, Laura, que estuvo tomando fotografías de la procesión; Emiliana andaba por ahí con su mamá; le lloraron sus hermanos y sus sobrinos y primos. Su mamá le lloró.
Arrojaron flores, arrojaron tierra, llanto y coraje por el asesinato del hijo, del hermano, del tío, del amigo. Luego las paladas de tierra sobre la caja sonaron mientras la banda de viento tocaba la música más triste del funeral.
Cientos de personas alrededor despedían a su amigo. Se oían sollozos y algunos reclamos: “¿Dónde estás mostro? ¡Ayúdame mostro!”
A las tres con siete minutos, antes de que la tierra fuera devuelta en su totalidad al lugar de donde había sido extraída, gruesas gotas de agua comenzaron a caer sobre la tierra húmeda y amontonada. La gente se fue retirando en grupitos.
Momentos antes, lo habían sacado del último domicilio que tuvo Rodrigo, en una cerrada frente al tianguis de Chamilpa, donde tenía un puesto que el día de hoy sólo estaba ocupado por una veladora prendida.
La misa fue oficiada por un seminarista y también hubo despedidas muy tristes de familiares y amigos.
Sus hermanos y sobrinos sacaron el féretro en hombros y lo llevaron al centro de acopio, localizado al lado del tianguis de los domingos, y ahí los pepenadores pasaron a despedirse de él, hablándole, agradeciéndole la ayuda, prometiendo que el centro de acopio seguiría en pie; después, la procesión se dirigió al panteón comunitario, donde los comuneros le habían conseguido un espacio para que sus restos mortales fueran sepultados.
Su velorio
El sábado 4 de septiembre Yes y yo llegamos después de las tres de la tarde a la última casa de cerrada Del Fresno en la colonia ampliación Chamilpa.
Vimos a Quetzali Emiliana, de seis años, jugando con otras niñas de la misma edad. En la calle había gente conocida de San Antón y Chamilpa a la que saludamos. Dimos el pésame a sus familiares.
La sala en la que muchas veces habíamos desayunado y platicado, donde habíamos planeado algunos proyectos, amplia, era un ahora espacio reducido, rodeado por dolientes y en el centro, protegido por flores blancas, un ataúd.
Nos acercamos al extremo y observamos por un recuadro transparente el rostro hinchado, pálido con los ojos cerrados, de nuestro amigo; y allí, abrazados lloramos la ausencia sin regreso de Rodrigo Morales Vázquez, el Monstruo de San Antón o el Monstruo del Salto, nacido en Cuernavaca un 21 de febrero de 1977.
Su hermano, Manuel Morales, presente el en funeral, escribió en su muro de Facebook: “Hermano, sé que te hubiera gustado ver tu funeral, así que te describo algo: mucho apoyo en redes, mucha indignación por tu muerte, la familia reunida, muchos amigos, vecinos, gente que no te conocía vino a verte, el lunes habrá una marcha para exigir justicia, justicia que no habrá”.
Su asesinato
Rodrigo fue asesinado a balazos el jueves 2 de septiembre, aproximadamente a las 11 de la noche en la avenida Universidad esquina con Narciso Mendoza, a pocos metros de una sucursal de Bancomer.
Algunos reporteros afirmaron que, de acuerdo con testigos, estaba sentado comiendo esquites en un vaso, y un auto rojo se paró frente a él y desde ahí varios sujetos le dispararon al menos siete veces y escaparon.
Uno de los primeros medios de comunicación que dio la noticia mostraba fotografías muy oscuras del cadáver tirado en la banqueta. Al lado se podía observar parte del tanque de la motocicleta con la que recorría la ciudad y se trasladaba a documentar festividades, entierros y algunos hechos noticiosos del norte de Cuernavaca.
El lunes 6 de septiembre, ambientalistas y luchadores sociales están convocando para una marcha. Saldrá a las 11 de la mañana del lugar donde asesinaron a Rodrigo, e irá hacia la Fiscalía General del Estado localizada en la avenida Emiliano Zapata. Van a exigir que Uriel Carmona Gándara esclarezca los hechos y se castigue a los culpables. Aseguran que lo mataron por la clara oposición de Rodrigo al relleno sanitario y a la ola de violencia desatada en Cuernavaca.
Algo sobre Rodrigo
Por las redes sociales el viernes y el sábado se comenzaron a pronunciar grupos, organizaciones, amigos y amigas suyas: ser insustituible, gran humano, fueron los calificativos de uso más frecuente.
Como lo reseñan en algunos medios, Rodrigo fue un luchador social, ambientalista, construyó uno de los primeros centros de acopio en el que reciclaba materiales y daba trabajo a pepenadores de basura.
Yo conocí a Rodrigo Morales Vázquez hace más de cinco años. Lo entrevisté por motivo de un reportaje sobre la basura en Cuernavaca.
Él había sido uno de los opositores al proyecto del Relleno Sanitario Loma de Mejía y, además, tenía un centro de acopio en Chamilpa y un puesto en el tianguis de los domingos.
Su información me permitió elaborar al menos cinco materiales periodísticos que se publicaron en los medios para los que yo trabajaba.
Después nos hicimos amigos y me avisaba de personajes o comunidades singulares sobre los que yo escribí.
Me conectó también con muchas personas que tienen algo en común: son solidarios, empáticos, se preocupan por el ambiente y por sus semejantes.
La fotografía
Rodrigo descubrió algo maravilloso en la fotografía: podía comunicar las emociones de las comunidades y sus celebraciones, el coraje por las muertes, la tristeza, las alegrías, la belleza de los paisajes urbanos y rurales.
Nadie fue maestro de fotografía de Rodrigo, nadie le enseñó a tomar una foto. Nadie nos enseña a sentir. Supe que tomó un taller básico de fotografía en el que le dieron elementos del funcionamiento de una cámara fotográfica digital; luego siguió practicando y aprendiendo solo.
Rodrigo me contó muchas veces que quería que la gente viera lo que un pueblo apartado realiza y lo vincula con sus raíces: sus tradiciones, sus rituales, sus comidas; la manera en la que se relacionan.
“Hay personas que no tienen la oportunidad de ver estas fiestas, de participar en estas celebraciones y con mi fotografía quiero compartir eso. Quiero mostrar que hay lugares muy bonitos, ocultos en las afueras de la ciudad, para que la gente vaya, o si no puede ir para que los disfruté a través de mis fotos”, decía.
Su trabajo fotográfico fue tomando más precisión con la práctica. Lo último que platicamos sobre el tema fue que estaba reciclando marcos para montar su exposición. No quería reparar esos marcos; sucios, con el barniz descascarado, o limpios y en buen estado, quería montar las fotos; las imágenes debían corresponder con el estado físico del marco.
Dimos cobertura, juntos, a varios eventos y festividades, también documenté acciones que realizaba como salvar a perros moribundos, ayudar a personas en situación de calle, a amigos caídos en desgracia, a comunidades afectadas por siniestros como el terremoto del 19 de septiembre.
Me consta que Rodrigo fue un ser humano extraordinario, generoso, comprometido, solidario, empático, aunque también me contó, y supe por terceros, que durante mucho tiempo fue un adicto y delincuente:
“Pinche mostro. ¿Ya no te acuerdas cuando tú y el Chila paraban a los picseros que iba en moto, le quitaban la picsa y el dinero y les daban una patada en el culo, ahí frente a la parroquia de San Antón?”
Esta carrera delincuencial por la que el barrio le daría el apodo de el Monstruo de San Antón o el Monstruo del Salto inició en la preparatoria y acabó cuando por ahí del año 2003 el encargado de la parroquia de San Antón, José Luis Alquicira, le invitó a participar con él en el templo. Ahí organizaron a los chavos en grupos, consiguieron herramientas y materiales para hacer trabajo comunitario; en esa misma época organizan una planilla y gana las elecciones como ayudante municipal de San Antón y comienza su activismo social y comunitario.
Mi deuda
La última vez que vi con vida a mi amigo fue hace unos tres meses. Le entregué la factura endosada de una motoneta. No platicamos mucho ni fuimos a comer, como siempre que nos veíamos.
Le quedé a deber a Rodrigo la presentación de su primera exposición fotográfica individual, la caminata a Chalma para que conociera y fotografiara los cristos rotos del camino sagrado; la invitación a fotografiar la siguiente filmación de nuestro amigo Leonardo Martínez el León del acordeón, un caldo de bagre en Tlaltizapán.
Ya no lo voy a poder visitar en el tianguis para echar desmadre ni vamos a quedar en vernos en algún lugar para ir a comer tacos.
En el pizarrón de la cocina de la casa está su nombre y el de su familia, lo queríamos invitar a desayunar para que conociera nuestro nuevo domicilio, ni Yes ni yo nos atrevemos a borrarlo.
Descansa en paz amigo nuestro, gracias por amarnos, por considerarnos parte de tu pequeña familia.