“Como no me gusta estar sin hacer nada, me levanto aunque sea con dolor y ya con el trabajo se me quita…”.
Jojutla. Margarita García López, "Maguito" tiene 72 años de edad, nació en un pueblo de Oaxaca. Tenía varios hermanos mayores y no recuerda a su mamá.
Hace 64 años, su papá la llevó a Cuautla y, como ninguno conocía bien la ciudad, se extraviaron, cada quien por su lado, y ya jamás volvieron a verse. Maguito cuenta que, al parecer, su papá regresó a Oaxaca, y supone que no se extravío por accidente, sino que la abandonó a propósito o “la llevó a perder”.
Así que, en Cuautla, Morelos, y a la edad de ocho años comenzó una vida muy difícil de soledad y sobrevivencia.
Trabajó por algunos años en casa de una mujer que la quiso adoptar, pero a ella siempre le ha gustado ser libre de patrones, le gusta vender, y a eso se dedicó por un buen tiempo.
Antes de los 14 años se juntó con su esposo, de oficio campesino, con el que procreo siete hijos y vivió un tiempo en Guerrero. Luego se vinieron a vivir a Jojutla, hasta que hace cinco años él falleció.
En su domicilio ubicado en la calle Francisco González Bocanegra, una de las partes más altas de la colonia Pedro Amaro, donde vive desde hace 27 años está mujer de un metro y medio, morenita, correosa, relata que toda su vida ha trabajado y que eso a ella la hace feliz.
Se levanta a las seis de la mañana para preparar su mercancía y salir a vender a las calles principales de la colonia Pedro Amaro. Cuando no termina, que sucede la mayoría de las veces, camina cerca de una hora hasta el Centro de Jojutla, y pone su mercancía sobre la banqueta, en la esquina del parque Alameda. Ahí la conoce mucha gente y le compra lo que no pudo vender. Cuando acaba su mercancía, regresa caminando a su casa. Hace algún tiempo, personal del ayuntamiento quiso quitarle su venta, pero los vecinos la defendieron y le dieron permiso para comerciar. Vende guajes, acelgas, pipiscas, pápalos y demás hierbas silvestres que va a cortar al cerro; también cilantro, epazote, cebollas y rábanos que compra en una camioneta que sube hasta su colonia.
Maguito gana de 120 a 150 pesos, pero de ahí tiene que apartar dinero para resurtirse.
Dice que sí le alcanza para vivir, pero debe trabajar todos los días y tiene la pensión de Sesenta y Cinco y Más. Ayuda a sus hijos y a sus nietos cuando lo necesitan y ella tiene posibilidades, también de ellos recibe ayuda cuando pueden porque también tienen compromisos.
La mujer cuenta que tiene muy buena salud, nunca he dejado de trabajar, excepto cuando una ocasión la atropelló un auto: estuvo convaleciente con su hija, ella le ayudaba, pero al poco tiempo se paró, regresó a su casa y siguió trabajando. Le dieron dos mil pesos por el golpe.
“Ya tengo las dos vacunas contra el coronavirus. Cuando me enfermo de gripa o me duele algo tomo hierbas y tés; pero como no me gusta estar sin hacer nada, me levanto aunque sea con dolor y ya con el trabajo se me quita”.
“Mi esposo fue campesino y no ajustaba para todos, yo no podía estar sin salir, así que me salía a vender; de ahí fui ahorrando hasta que con muchos sacrificios pude comprar este terrenito y poco a poco fuimos construyendo donde actualmente vivo”, platicó.
“Necesito unas láminas para una habitación. Ha llovido mucho y se rompió y se mete el agua; eso es lo único que requiero”, comentó.
La mayor satisfacción de Maguito es salir a vender, que la gente le compre lo que vende, que la saluden a todos los lugares a donde va.
Le gustan los animales, tiene un gato y una perrita que la sigue a todos lados, se llama Nana y que se fue a refugiar a su casa el 19 de septiembre de 2017, el día del terremoto, y se la quedó.
Todos los años, en diciembre, Maguito recibe una caja con despensas y una cobija. Se la da Salvador Marcos Oseguera, gerente de la panadería artesanal Honorata, quien le compra con bastante frecuencia a Maguito la mercancía que no pudo vender.
Margarita García López nunca ha ido a un cine, jamás ha bailado ni ha salido sola o acompañada a divertirse. No recuerda nada alegre. No sonríe. Trabaja, trabaja y trabaja.