Hoy, este espacio es para Tito, el niño campesino, el niño albañil, el adolescente entre cemento, grava y arena, y el hombre que nunca cambió de pieza, fue de una sola. En tantos años de ejercicio periodístico, el que escribe ha conocido a escasos personajes involucrados en la vida pública y política convencidos de su origen y comprometidos con su gente. Tito fue de palabra, de ésos. A Tito, cuando era un afiliado más de la CTM de Morelos, no había quien guardara lealtad mayor a don Gonzalo Pastrana Castro. A Tito el dirigente, sus agremiados que encabezan a miles de familias, siempre lo respetaron y quisieron. Nos consta. Lo respetan y quieren en este mismo momento.
A Tito lo mataron. En el clima de violencia que vive el mundo, México en especial, Morelos por supuesto, el evento donde pierde la vida Barrera sería un número más. No. Tito Barrera fue siempre factor de equilibrio social, gobernara quién gobernara. Se sentaba igual con Jorge Carrillo Olea que con Marco Antonio Adame. Nunca se cerró a escuchar a nadie, lo que generó un clima laboral favorable en esta tierra. Los empresarios que lo trataron saben de qué hablamos. Fue un elemento de equilibrio, sin la voracidad que caracteriza a otros. Nunca perdió el piso y en sus negociaciones sindicales siempre llevaba adelante el interés de sus compañeros.
Por ello, sin la menor duda, lo subrayamos: Tito Barrera fue y es bien querido.
Es su corriente sindical la más fuerte en la entidad en los últimos 30 años, de ahí que ayer en los servicios fúnebres no sólo se olía lo genuino del dolor sino se palpaba la rabia del maltrato que sufrió, primero por el o los que le hayan privado de la vida y luego por la exposición pública, impúdica, de los carroñeros del escándalo. Si algo alivia a su gran familia –numerosa y unida— y sus amigos, es que en su partida los rostros de dolor y de impotencia eran una auténtica muestra de lo que el hombre representa: liderazgo, una condición tan complicada en estos días, que a Tito Barrera le sobraba.
¿Tenía que ser el gran orador? No. ¿Estaba obligado a vestir de etiqueta y aparecer en las fotos con los gobernantes? No. ¿Debía rendirse ante los olores caros, helicópteros o aviones privados de empresarios que venían a tratar con él? Tampoco. Tito Barrera fue genuino, digno, pero tenía una cualidad que comienza a dejar de predominar: era respetuoso de los demás, de todos. No sabemos si por sus ojos clarísimos generaba que a todos los viera con respeto y atención. Nunca fue grosero y siempre, en los encuentros más álgidos, era el conciliador. Los que lo trataron bien, lo saben.
Aquellos que dejó entrar en su vida familiar, nos queda claro el amor por sus tantos hijos, la preocupación porque se encontraran bien. Un padre—padre.
Su origen humilde, la llegada de niño a estas tierras, el respeto y cariño a su padre trabajador del campo que lo tuvo cerca hasta su muerte y con el que caminaba por los rumbos de la colonia El Empleado. Nunca perdió la esencia, Tito barrera Ocampo trajo dentro de sí al hábil trepador de árboles para bajar frutos en la montaña, al rapidísimo hacedor del bonche más amplio de guajes que pelaba con la destreza que sólo los que nacieron rodeados de esos prodigiosos y explosivos árboles, tenían. No lo hacía desde alguna de las orillas. No. Los tomaba de esos extremos y empujaba hacia el medio, comenzando a desgranarse por sí solo el sabroso bocado.
Tito Barrera nunca dejó de ser el empedernido comedor de tortilla de maíz y frijoles negros. Lo encontrábamos, siempre bien arreglado, parado en la cocina de la fonda y dirigirse por sus tortillas. “¿Ahora qué, mi Tito; que no hay tortillas por donde vives?”, le comentábamos, y la respuesta era siempre igual. “Tortillerías hay por todos lados, pero frijoles negros con epazote, no”, y soltaba la risa. No se sentaba a platicar, se iba rápido a comer con los suyos. Sí, cuando tenía la oportunidad de evitar los restaurantes por compromisos de trabajo, él llevaba las memelas y los frijoles, porque con esos dos manjares lo demás era lo de menos.
Ese Tito es al que tenemos aquí fijo, al que en el triste evento que vivimos recientemente en la familia, llegó, nos tomó del brazo y apretó fuerte sin mediar palabra.
Tranquilo, mi buen Tito. Fuiste un hombre de bien, padre responsable, amigo leal. Tranquilo, querido Tito de la Barrera, como te decía tu amigo, el irreverente, con el que te enfrascabas en largas discusiones y terminaban, siempre, respetándose y queriéndose más. Tranquilo, Tito, no quedaste nada a deber; cumpliste con quienes tenías que hacerlo. Tranquilo.
1 comentario
Hey
que bonito escribes papa te admiro y siempre lo hare. Compartelo!