Sociedad
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El escritor y el lenguaje inclusivo


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El lenguaje evoluciona, por si no te habías dado cuenta. Palabras, usos, formas, modismos y expresiones que usabas hace 20 años ya no son iguales. No es que alguien se levante un día diciendo “es hora de cambiarlo”, es más un proceso social, gradual, casi imperceptible.

No todo lo que cambia nos gusta, ¿verdad? Hay a quien los matrimonios homoparentales les siguen dando urticaria y quien levanta las cejas cuando alguien no le pone acento a solo.

En general, veo dos posturas sobre el tema:

  1. los puristas, que usan el lenguaje renovado, pero se quejan de él, con la clara actitud evangelizadora de regañar a otros, por considerarlos indoctos, ya sabes, el típico mamador que se la pasa diciendo cómo deben de ser las cosas, pero que no sabe ni de lo que habla.
  2. los liberales, que no necesitan defender el lenguaje, sino que van colaborando en las nuevas formas, adoptando de lo nuevo lo que les gusta y discriminando lo que nomás no les late, aquí está el pueblo en general.

Algunos cambios son extraños, no hay duda, como cuando adoptamos suéter (castellanización del anglicismo sweater), mientras ya teníamos abrigo, siempre más acogedora. O palabras como cátsup o futbol (o fútbol). O cuando pasamos de obscuro a oscuro y de substancia a sustancia. O cuando le quitaron el acento a los monosílabos carentes de diacrítico, creo que en 1969: fui, dio, vio. O las variables de chingar.

Aquí una muestra de quienes me enseñaron a comprender el constante cambio de la lengua:

—La maestra Elsa en la UAEM me dijo que usara la presidenta, en vez de la presidente.

—La Asociación de Academias de la Lengua Española con cambios como guion (sin acento), Catar y los pronombres demostrativos sin acento.

—Un estudiante de prepa, cuando buscamos tenienta.

—La calle (que te falta, escritor preciosista) me enseñó a aceptar y usar más rápido los cambios.

—La docencia, mediante programas de estudio y libros.

—El Colmex con su Diccionario del español usual en México.

El FCE con su Diccionario breve de mexicanismos.

El lenguaje está constituido por reglas (arbitrarias), costumbres (algunas anacrónicas) y uso (lo actual). Es una combinación de todo eso, no es solo el pasado nostálgico ni el imperante presente. No hay texto sin contexto. Quien no entiende el lenguaje de hoy, no comprende su mundo, la realidad.

Los intelectuales mexicanos agachones dicen respetar las reglas de la Real Academia Española, auspiciada por la corona española (reyes y príncipes, eso que quisieran ser), pero si fueran a fondo se quedarían sin argumentos. Quizás, para darles gusto, deberíamos decir haiga o facere como en “los buenos tiempos”.

Los puristas aceptarán lo que digan los políticos (que no saben hablar), los intelectuales (que no escriben literatura), los críticos (que no crean), algunos académicos de la lengua (breve e ignota selección) o sus amiguitos puristas, pero nunca lo que diga el pueblo malo.

El purista siempre será intolerante (catolicismo, PRI, pañuelos azules, “las quesadillas llevan queso”). Se sabe que la intolerancia es síntoma inequívoco de ignorancia o limitación mental.

El mundo cambia, el lenguaje evoluciona harto cada año. Sea como sea, el lenguaje inclusivo (así llamado por sus promotores) llegó y en algo (quizás mínima parte) modificará nuestro español (castellano, castilla) mexicano, pero estoy seguro de que algo quedará de él con el tiempo.

Yo no defiendo estas prácticas, pero no se me desprende la retina al leerlas, no se me truenan los tímpanos al escucharlas ni se me caen las muelas si las pronuncio. Sería un pésimo defensor de algo así, porque este solo es uno de los muchos cambios que me han tocado vivir: he pasado por neologismos, barbarismos, lusitanismos, anglicismos y por palabrejas o usos casi estultos de palabras, como coadyuvar, tucanazo, acceder, el radio, el sartén, la Chona, los pecados, cruzazulear, “si dios quiere” o “voy a pedirle permiso a mi esposo”. No puedo ponerme piqui y hacerla de jamón, ¿verdad?

Y tú, ¿vas a quedarte en tu aburrida zona de confort, aislado con dos o tres viejitos o vas a vivir el lenguaje pleno y bien sabritas que se mueve de harina y huevo? Gracias.

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Daniel Zetina

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