A mis hermanos
Siete de abril de 1967
Del otro lado de la celda, entre las 4:50 y las 5:00 de la mañana, Camina en Sueños intentaba escribir con claridad lo que había visto en su último sueño. “La verdad es un tesoro oculto en el tiempo, un cofre abierto para los ojos que buscan también desde adentro... no se puede dudar de algo que no tienes”. Había visto lo que las palabras no pueden describir, la belleza que no vive en la superficie, sino oculta en el corazón. Aunque no podía recordar los demás sueños y mucho menos plasmarlos con tinta, primero quería observar si había una asociación entre las lecturas que había hecho y los sueños recurrentes que tenía sobre el cielo, para después distinguir el límite entre ambos e incluso recordar los sueños que había olvidado. “También somos cuerpo y necesitamos descansar en medio del ruido... aprender a escuchar el silencio... siempre me ha gustado la poesía de los místicos y de los que hablan de una sabiduría que no se conoce desde la mente. Y es que el gusto es una pequeña experiencia de la que emana la vida, como un chocolate que hace crecer una flor en la boca o un árbol en el abdomen, pero como dijo Arcadio, ya me creo Teresota de Ávila y Agustín de Hipona por haberlos leído. Aunque quizás esos sueños son trampas disfrazadas de fantasías”, pensó. Un petirrojo se inclinaba sobre el alféizar de la ventana y lo miró fijamente con un ojo hasta que cesaron las campanadas y aumentó el martilleo de quien arreglaba la celda contigua. Desde el exterior se proyectaba una línea de luz a través de la oscuridad de la habitación, en la que brillaba una vela y la página de aquella libreta quedó llena de frases y descripciones poéticas que mantenían extasiado a Camina en Sueños.
Del otro lado de la celda se asomó Felipe, el superior, entró y, tras ponerse Camina en Sueños de pie, lo golpeó en la frente con su bastón. “Hay un mirlo que jala de tu hábito”, dijo. De inmediato Camina en Sueños sintió cómo su cabeza se relajó y un escalofrío le recorrió el cuello. “Esta civilización que está cayendo ha liberado espectros que después no podrá controlar fácilmente, pero si ayunamos, oramos y damos limosna no les quedará más remedio que irse. Todo nuestro temor está en el amor. De ahora en adelante vas a ir con el psicoanalista para que hables de lo que quieras y no regresar la herida al mundo, te impondré las manos y te ungiré con óleo para que estés en paz y bien. Porque a veces Dios permite cosas para purificarnos, como esa cicatriz que te atraviesa el ombligo; de todos modos no es bueno gastar tanto tiempo en buscar todas las respuestas, hay otras herramientas para las almas que buscan vaciarse del mundo. Nadie se salva solo, porque aunque no todos vamos en la misma barca en medio de las tempestades de la historia, surcamos el mismo mar y nadie se salva sin Dios”, dijo.
Diez de abril de 1967
“Llega a tiempo y no pierdas tanto tiempo en esas fantasías que nadie entiende, te van a tildar de loco... y un ciego que guía a otro ciego...lleva la liturgia en latín”, dijo Arcadio sin saber que un mirlo jalaba del hábito a Camina en sueños y que era la razón por la que no podía llegar a tiempo a los rezos comunitarios de la mañana. “Quizá tiene razón Arcadio, yo cómo sé que esto viene de Dios y no de un delirio, o de un espectro”, pensó Camina en Sueños. A mitad de laudes, Camina en Sueños salió despavorido de la capilla, y no por el mirlo que sólo él y Felipe podían ver, sino porque recordó uno de los sueños que había tenido antes de empezar a escribirlos: ¡también había soñado el infierno! acompañado de un hombre llamado Lestalt.
Regresó a su celda y por más que quiso, no pudo describir ese remolino de almas e imágenes que se entrelazaban frenéticamente. Sólo podía ver claramente la imagen de un hombre rubio que le pedía ayuda para llevar más almas al cielo. Fue con Felipe y platicaron: “Hace tiempo que empecé a soñar con el cielo, con un lugar lleno de flores que no he visto nunca en la Tierra, con una multitud de seres que se abrazaban y besaban, algunos otros cantaban y bailaban entrelazados de las manos; el grupo se expandía y contraía en todas direcciones y los ángeles lo acompañaban, Dios me cubrió y sentí dulce placer, dijo que la verdad y belleza de mi vida radicaba en fluir, en no luchar, en abrazar la debilidad que hace madurar la docilidad que me dispone a recibir su obra en nosotros, en sembrar para el bien de todos y cosechar los frutos a su debido tiempo”, dijo. “Una gran nobleza es poner la esperanza en las fuerzas secretas del bien que se siembra; no te canses de hacer el bien y de orar porque esa es también un arma... no se puede dudar de lo que no tienes: fe”, dijo Felipe. “También había otra voz que dijo que me conoce más de lo que yo me he conocido y que estaba seguro de que no jugaría en su contra. Que yo podría conocerme como sólo [Él] me conoce”. O eso creyó Camina en sueños...
Continuará...