La novela Ulises en el Caribe, de Antonio Graziosi, publicada por Letra Maya, fue bastante provechosa.
El agua dentro de la novela
En el Diccionario de símbolos, de Jean Chevalier (en colaboración con Alain Gheerbrant, Editorial Herder; Barcelona 1988), se apunta que las significaciones simbólicas del agua pueden reducirse a tres temas dominantes: fuente de vida, medio de purificación y centro de regeneración.
“Estos tres temas se hallan en las tradiciones más antiguas y forman las combinaciones imaginarias más variadas, al mismo tiempo que las más coherentes. Las aguas, masa indiferenciada, representan la infinidad de lo posible, contienen todo lo virtual, lo informal, el germen de los gérmenes, todas las promesas de desarrollo, pero también todas las amenazas de reabsorción”, refiere.
En Ulises en el Caribe la presencia del agua es fundamental. Inicia con ella en la primera frase (página 3):
“Como siempre, el agua le llegaba hasta la barbilla, pero esta vez unas gotas espesas y malolientes le salpicaban el rostro. Ulises Peralta emergió abruptamente de la vorágine de la última versión de su habitual pesadilla…”
Y termina con ella (página 191):
“El tiburón ballena nunca volvió a abrir los ojos. Poco a poco, su cuerpo se fue disolviendo, pero sus huesos y su piel siguieron brindando hospedaje a colonias de peces, crustáceos, moluscos, caracoles, algas y corales, un enorme condominio de los habitantes del mar Caribe durante cientos de años más”.
Un final en donde la muerte está siendo habitada por seres vivos.
Los tres temas dominantes de este símbolo universal a los que se refiere Jean Chevalier se encuentra allí, en esas breves líneas.
Además, durante la novela el agua se va convirtiendo en el sólido escenario en donde las historias se desarrollan y confluyen; allí todo es copioso: la selva, los frutos; la luz (página 22, capítulo V):
“El mar arriba y el sol abajo. Confusión de viento, espuma, brazos, aletas y redes. Brillo de gotas proyectadas hacia el cielo. Brillo de peces plateados torciéndose en el fondo del bote. Brillo de peces verdiazules huyendo bajo el casco del bote. Brillo de sudor en los torsos morenos. Latigazos de agua salada y aletazos de aves marinas en la cara. Paredes de olas volcándose sobre el bote. Risas humanas y alaridos de pájaros”.
Lo connotado
Me impresionó su manejo del español, ya que él es italiano por nacimiento. Los párrafos en donde Antonio construye imágenes poéticas están en todo los capítulos; en el segundo, se lee:
“Con el tiempo, sin embargo, el puente empezó a deteriorarse, vencido por la labor infatigable del océano. El salitre carcomía las sogas, el agua herrumbraba los clavos y la marea podría la madera, al punto de que las tablas se quebraban al paso de los transeúntes. Mucha gente se había lastimado en los últimos años, y más de una persona cayó al agua. En las noches de luna se veían las sombras de los tiburones frotándose contra los palos de madera a la espera de posibles víctimas”.
En el capítulo tres, describe una muerte de una forma muy poética:
“Fue una muerte dulce y paulatina, que inició con nuestra llegada a la finca y duró una década. Mi madre se ponía cada año más pálida, silenciosa y discreta. Llegó el momento en que pasaba desapercibida entre nosotros. Después de pálida, se volvió diáfana y muda. En los últimos meses era tan transparente que se le veían lo huesos a contraluz, como en una radiografía, y no podía levantar objetos pues se le escurrían entre los dedos como si éstos estuvieran hechos de aire. Al final, mi madre se disolvió en una pequeña nube que se salió por la ventana y se fundió con la neblina de la montaña”.
Y se percibe una influencia de Gabriel García Márquez, en Cien años de soledad, en esa parte tan conocida donde describe la desaparición de Remedios, la bella.
Existe una gran diferencia en contar una anécdota y escribir una pieza de literatura. Hay grandes cuenteros o “anecdoteros”, le ponen entonación, pronuncian las palabras de una manera clara. Incluso, la anécdota puede tomar forma de un texto, bien escrito, pero eso no es literatura.
Construir un relato, un cuento, una novela es meterse a las entrañas de la historia y del lenguaje para crear, con recursos literarios, una entidad que existirá por ella misma y que va a seguir conmoviendo a lo largo del tiempo.
Regionalismos
Otro ejemplo del buen empleo del español es el uso regionalismo o localismos. En el sexto párrafo del capítulo VII, se lee:
“Caridad, lleve mis saludos al (ahora) capitán Benavides, los obsequios llegaban a la casa, gente humilde trayendo mangos y zapotes y tepezcuintle y chompipes para la cocina”.
El tepezcuintle es conocido también como guagua o lapa, es una especie de roedor histricomorfo de la familia Cuniculidae.
El nombre es náhuatl: tepezcuintli, de tepetl, cerro, e itzcuintli, perro, es decir, perro de cerro o de monte.
Y el chompipe, guajolote, pisco o chompipe, es un género de aves galliformes de la familia Phasianidae.
Guajolote, del náhuatl huexólotl, significa “viejo monstruo” o “gran monstruo”, de hue o viejo, y xólotl, monstruo.
El América Central le decimos chompipe recurriendo a la onomatopeya que el animal produce cuando, según él, canta.
En un párrafo del capítulo III, se lee:
“La muerte de mi madre terminó de amargarle el carácter y lo volvió tosco y peleón”. De acuerdo con la Real Academia de la Lengua española peleón quiere decir el que pelea o discute con frecuencia o el que lucha con tenacidad por conseguir algo y no se rinde con facilidad.
Un escritor que quiera estandarizar el lenguaje emplearía pavo por chompipe, o peleonero por peleón, pero a Antonio le gusta el lenguaje y conoce la importancia de las connotaciones, también sabe que un párrafo de una novela no se escribe con sinónimos ni para agradar al hambriento y vulgar lector.
Hay en Ulises del Caribe aspectos que son comunes para los centroamericanos a los que culturalmente pertenecemos nosotros, los chiapanecos. Por ejemplo esta cita del capítulo VII:
“Nunca imaginó doña Caridad que una muchacha tan joven, que además había pasado toda su vida en la montaña, pudiera enseñarle tantas cosas, como por ejemplo, distraer sus penas en el cuidado del jardín, del que hasta entonces se había desinteresado por completo y que se convirtió en su principal ocupación desde la mañana en que la joven Lucila, sosteniendo delicadamente una ramita del palo estéril de limón del patio, sentenció con una sonrisa: a este palo hay que regañarlo para que dé frutos, deme un machete, doña Caridad, que a este holgazán voy a tratarlo a mi manera, como me enseñaron los campesinos de la sierra. Empezó a maltratar el árbol dándole grandes golpes en el tronco con la lama del machete y cubriéndolo de insultos, condenado palo, cómo se te ocurre ser tan vagabundo, no te da pena ser tan cabrón, así durante casi una hora. El día siguiente el limón ya tenía capullos que, en algunas semanas, se convirtieron en limones criollos grandes y perfumados”.
El 29 de septiembre de 2015, se publicó en La Unión de Morelos el texto “Antonio habla con su taladro”, en donde relato que el abuelo Germán (un extraordinario lector, que en paz descanse), tenía un taladro preferido con el cual platicaba con frecuencia.
Ahí explico que eso de hablar con las cosas inanimadas es una costumbre chiapaneca.
Esperando no caer en un villalobismo ramplón y plañidero, cito la parte respectiva:
“Yo recuerdo a mi vecina, chiapaneca, hablando con sus plantas. Había una mata de chile que ya llevaba dos años y no daba un solo fruto. Un Sábado de Gloria le dijo:
“¿Qué no te da pena, vos, que ni siquiera un chilito así de pequeño has dado? Mira tu hermana, harto chile, rojea de tanto que da. Ya te puse tierra, abono, pero sos floja, ya no sos una plantita, grande es que estás. A ver si ahora si te apurás y ya comenzás a dar. ¿Viste?”
La Odisea
Como ya lo han apuntado varios reseñistas, hay paralelismo entre el Ulises de Homero en la Odisea, y el Ulises Peralta de Antonio en su opera prima.
Desconozco si Graziosi ha leído la Odisea en griego, que como todos sabemos es un poema épico compuesto por 24 cantos. Como también todos sabemos, estos cantos están construidos en pies métricos y producen un sonido muy particular que es desde luego parte del poema.
Pongo una liga donde se puede leer el texto en el idioma original: http://www.perseus.tufts.edu/hopper/text?doc=Perseus%3atext%3a1999.01.0135
En Ulises en el Caribe el lenguaje es una entidad viviente, no sólo por lo que precisa o evoca, sino también por la forma en que suena.
Traduttori
Traducir un texto de su idioma original a uno distinto no materno es complicado. La locución italiana “Traduttori, traditori" (traductores, traidores), refiere que es imposible trasladar un texto de una lengua a otra sin traicionar el original ni perder giros o matices del lenguaje.
Y no sólo se pierden los giros o matices, sino aquello que hay alrededor del nombre, la frase o el enunciado, de tal suerte que en el nombre están contenido sentimientos, sensaciones y emociones.
Como el notable uso del pronombre “vos” y sus inflexiones en toda la novela:
“Esmeralda, no me metás en este cuento que yo nada puedo con mis hierbas, sólo puede nuestra hermana Ochún, son asuntos de ella porque la verdad es que lo que vos querés no es curar sino poseer a este hombre y esperás cautivarlo con tus mañas. Te ayudaré porque sos una mujer buena y devota y nunca te olvidás de mi día y has sufrido mucho desde que Yemanyá se llevara a tu marido, te debemos una.”
Para los que nacimos en una cultura centroamericana el voseo nos remite a nuestra familia y nuestra comunidad, a nuestra cosmovisión.
Cuando Antonio escribe “chompipe” no imaginamos sólo a un guajolote o a un pavo, los invisibles hilos de la memoria nos sitúan recuerdos vívidos de nuestra niñez o nuestra juventud, es decir, estamos recordando, es decir, estamos repasando por el corazón una videncia, si se atiende que "recordar" viene del latín "recordari ", formado de re (de nuevo) y cordis (corazón).
No sé si Antonio pensó o imaginó la novela en italiano, pero si en nuestro idioma materno es difícil explicar, describir o comunicar algo, se vuelve doblemente complicado hacerlo en un idioma que nos arropa.
Punto finado
No pude leer la novela de un jalón, descansaba con frecuencia y volvía a ciertas partes que me parecían más evocadoras y escritas con toda la intención de conmover a un lector nada inocente, como la referencia a los albinos del capítulo IV:
“El pulpero Apolinar nunca dejaba su choza durante el día, pues bastaban pocos rayos del feroz sol caribeño para causarle llagas sangrientas en la piel. Había muchos como él en el archipiélago: eran los hijos de la luna, engendrados por sus caricias incestuosas con el sol, pero repudiados y perseguidos por el astro paterno. Sólo en la noche se atrevían a salir a la calle, bajo la protección del astro materno. Dos siglos atrás, la reina Ipichí mandó sepultar vivos a más de mil hijos de la luna en las islas, pero a inicios del siglo veinte el reformador Carlos Robinson promulgó un edicto en favor de los albinos, y desde entonces toda la comunidad proveía por ellos, impedidos como estaban de salir pescar o a recoger cocos”.
Y todo el capítulo X, que me pareció particularmente hermoso.
***
Antonio Graziosi nació en Turín, Italia en 1957. Es economista laboral y trabajó durante 32 años en una agencia especial de las Naciones Unidas en diferentes países de Europa, África y América Latina. Está casado con una ciudadana costarricense y en la actualidad comparte su tiempo ente Italia y Costa Rica. Viajó por primera vez a Centroamérica en 1982 y descubrió un nuevo mundo donde terminó viviendo. Ulises en el Caribe es su primera novela; escribe otra, a hora en italiano, sobre la historia de una familia de un valle de los Alpes italianos.
Ulises en el Caribe fue presentado el viernes 24 de febrero en la galería restaurante Le Pastis Bistro, por el pintor Leonel Maciel, la pintora Rosa María Soto Lombardo y Máximo Cerdio, éste por vía remota.