Escribo de la guerra desde un país en guerra. Escribo de la muerte desde un país en muerte. Escribo de la violencia desde un país violento. Escribo desde la injusticia desde un país injusto. Escribo del asesinato desde un país asesino. Escribo de las ruinas en un país en ruinas.
Caen las balas, mueren las personas, ríen los poderosos, callan los intelectuales, la comunidad internacional prefiere ignorarnos, la ONU no hace nada porque logremos la paz, los vendedores de armas hacen su agosto, los comediantes se ríen de nuestra desgracia.
Así ha sido siempre, cuando menos desde que yo nací. Vivir en un país en guerra es peligroso, pero también triste, pero igual desconcertante, porque parece que nunca pasa nada, pero siempre pasa algo: en una esquina están asesinando a un conocido, en una ciudad caen familias enteras hundidas en metralla, helicópteros son derribados en la sierra, escuelas son incendiadas, las carreteras son inseguras, mi pueblo es tierra de nadie.
Está prohibido hablar del enemigo. Cuando iba a la primaria y quise saber, la maestra me dijo que un niño inteligente sabe que hay cosas que no se preguntan, no se dicen, no se hablan, ni en casa, ni en el aula, ni en el recreo, porque las paredes oyen, porque mejor póngase a estudiaR, niño Daniel, que nadie se entere que tiene ideas diferentes y hace preguntas peligrosas.
En mi país jugamos a diario a la pirinola: tú mueres, ellos desaparecen, todos sufren, pero también tú matas, ellos matan, todos matan. Igual nos encanta la lotería, tremendamente divertida, como les gusta a los turistas: la guadaña, el borracho, el valiente, la navaja, la pistola, el feminicidio, la impunidad, la corrupción, la guerra, ¡lotería!
Vivo en el país más violento del mundo, que se reinventa y se supera cada día, con una creatividad para la destrucción que ya no sorprende. Caen ciudades, pueblos, caseríos, ranchos, parques, canchas, instituciones, deportes, bibliotecas, periódicos, médicos, funcionarios. En mi país la gente cae como moscas.
Desde que recuerdo aquí hay una guerra, o dos o más, pero siempre están activas. De pequeño se escuchaban rumores de los guerrilleros y de los federales y de los malos y de los buenos, pero uno no podía distinguir entre tantos rangos: todos eran soldados de una guerra sin trinchera donde a cada cual le quedaba claro que matar o morir era su meta.
Entonces no había tanta sangre, perdón, no se veía la sangre. Entonces la guerra era un rumor y los muertos patriotismo. Entonces no me quedaba claro quién decía la verdad, porque nadie decía nada. Y esa guerra se metía a las casas, donde las familias se ponían tensas cuando se hablaba de ella (la guerra es celosa) y los niños se escondían bajo la mesa para oír hablar a los adultos de algo incomprensible. Por ahí alguien ya no aparecía y pues la culpa nunca era de la guerra.
Luego vino la gran guerra, anunciada por el gobierno federal en el nuevo milenio, contra los malos, los más malos, los más malos entre los más malos, algo así decían: exterminio, limpieza, destrucción eran sus palabras. Y tampoco entendimos. Esa guerra comenzó y no acaba, arrasa, condena, se ha vuelto un día de lunes, un simulacro de ataque armado, empresas de seguridad, migración interna, tácticas y estrategias de supervivencia, cementerios clandestinos, pelea, pelea pelea.
Mi país es igual a guerra. Con la inseguridad todavía podíamos, con los ladrones y los robachicos, pero con las Kalashnikov, con las razias, con la eugenesia temporal, con la guerra a cien frentes, todos contra todos, contra todo, contra la vida, a favor de la ella, la guerra, la más bella.
¿Y contra quién peleamos? Contra nosotros mismos. Dice la canción de Kristos “El enemigo eres yo mismo”. Mi país es su propio enemigo: el gobierno, la delincuencia, el policía rata, el maestro bruto, el artista corrupto, el pobre violento, el aspiracionista gandalla, el rico insoportable, el empresario negrero, el sindicato pútrido, las iglesias pervertidas, la tía chismosa, el tío baquetón, los medios mediocres, el empleado pillo, los novios tóxicos, la ley suicida.
En mi país hay una masacre, por favor, señores del mundo, ayúdennos a salvar a México, porque solos no podemos.
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