Cuando abrió el cuarto sello, oí la voz del cuarto ser viviente, que decía: ven y mira. Miré, y he aquí un caballo amarillo, y el que lo montaba tenía por nombre muerte, y el hades le seguía; y le fue dada potestad sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con espada, con hambre, con mortandad, y con las fieras de la tierra.
“EL LIBRO DE LAS REVELACIONES”, LA BIBLIA, REINA-VALERA, 1960
El martes 22 de febrero Yesenia, Lyah de 12 años y el bebé de tres meses y días fuimos a Tlaquiltenango a hacernos una prueba rápida contra el covid-19 en los módulos de la Secretaría de Salud, que eran atendidos por cuatro o cinco muchachos.
Tres días antes Yes y yo habíamos andado con algunas molestias leves, como dolor de cabeza, tos y escurrimiento nasal. Convivimos con amigas y llegó a la casa Fernanda, mi hija; ella se había hecho la prueba un día antes, dio positivo y se resguardaba en Cuernavaca, aunque tenía síntomas leves.
Después de llenar un formulario y hacer cola me tomaron la prueba y me pidieron que me retirara a unos bancos contiguos y esperara 10 minutos para mis resultados. Quienes nos atendieron tenían muy mal genio, como si los solicitantes apestáramos.
Entregaron resultados negativos a cuatro personas y a mí me dijeron que pasara al módulo de consulta. Alondra Valladares Guzmán, una niña metida en una especie de mameluco blanco con cubrebocas y guantes, de muy mala gana me dio mis resultados, una receta con nombres de medicinas con una caligrafía de alcohólico con calambre en las manos: Loratadina, Redoxon, Levodropropizina y Paracetamol.
-Salió positivo, tiene que estar diez días aislado. Cuando vaya al baño deberá sanitizarlo. Alimentación normal. Aunque sus síntomas son leves, hay riesgo de que su salud agrave, por lo que si presenta temperatura mayor a 38 grados y dificultad para respirar o porcentaje de saturación de oxígeno menor a 92 por ciento vaya que lo atiendan ¡de emergencia!
Me entregó dos cajas de paracetamol, al estilo del doctor Félix Aguilar, ex médico familiar de Tlaltizapán, y me ordenó: ¡consígase usted la demás medicina!
Con la mano y desde lejos, dije a Yes, que hacía cola para hacerse la prueba, que estaba infectado por coronavirus. Ella estaba sana y regresamos a casa, a prepararnos para aislarme.
Cambio de rutina
Debía permanecer 10 días en el estudio, en donde siempre tenemos una litera para visitas, con un vaso para agua, un plato y un cubierto. Andar siempre con el cubrebocas KN95 si salía del estudio y no tocar a mi familia; sanitizar todo aquello con lo que tuviera contacto.
Las horas pasaron y tuve molestias de gripa, tos seca y dolor de cabeza.
En casa, la primera semana toda nuestra rutina se alteró. Tenía tareas que no podía cumplir y las actividades se le cargaron a mi esposa.
Tampoco pude salir a la calle a reportear y todo lo hice desde la casa.
Mientras permanecía con mi familia participaba en los quehaceres con lo poco que podía hacer, sin ponerlos en riesgo, además de avanzar en algunos textos que debía entregar.
Aproveché para respaldar información en mis discos portátiles y revisé archivos fotográficos de años pasados: ahí estaban las fotografías de las campañas para las alcaldías y diputaciones:
“Yo estos hijos de la chingada no les ayudo, prometen que cuando estén en el cargo te van a ayudar, pero cuando ganan nomás se hacen pendejos. Los conozco”, me había dicho un colega; y todo eso fue muy cierto. Pensé en borrar cientos y cientos de fotos pero algo me dijo que me podrían servir en lo futuro.
También pude guardar un chingo de pendejadas que tenía en cajas de cartón y que me parecían imposible clasificar y ordenar: tornillos, accesorios, monedas, plumas, lápices, papeles, agujas…
Borradores y más borradores de cuentos, poemas y apuntes en libretas a medio uso, todo eso, ¡a la chingada!; despedazados en una bolsa para que se lo llevara el hombre que pasa en la mañana con su triciclo reciclando papel y cartones.
Cuando mi mujer, el bebé y Lyha salían a realizar sus actividades, me quedaba solo, con Maurilia y el xolo.
La soledad enferma
Estar en un mismo sitio le permite a uno ver la vida de los otros, sus hábitos, la forma en que el tiempo pasa sobre los árboles, tira las hojas y las deshace.
Desde la ergástula a la que me recluyó el virus observaba mi vida reducida a un cuarto de cuatro por cuatro, con estantes de libros físicos y archivos de papel, un escritorio, una PC y una litera y mis cámaras.
El patio era otro mundo. Desde allí, el perro me miraba de igual a igual preguntando el motivo de mi encierro, luego iba tras el caballo que tronaba rítmicamente sus cascos con el asfalto en la calle o el gran danés viejo y cojo que marcaba su territorio en los árboles y en las paredes.
En la cabeza de un perro debe ser muy complicado imaginar a un hombre sobre un animal grande, quizá suponía que era un perro gigante cargando a un hombre, y eso era un peligro para su territorio.
Los almendros son el hogar de pájaros de varias especies. Destacan los zanates o urracas que continuamente se enfrentan por los frutos maduros y a veces resuelven sus diferencias en el suelo, pero son bastante listos para evitar que el xolo se apodere de ellos.
(Yes no me cree que una vez encontré el cadáver de un murciélago entre las hojas café de los almendros. Estaba mordisqueado y parecía un vampiro de una película mexicana. Supuse que el xolo lo había cazado, pero ella insiste en que el perro es muy bruto para eso.)
Maurilia es la soberana del patio trasero, donde tiene sus amoríos y diferencias con dos gatos que son salvajes. Exige comida a todas horas y se viene a sentar en mis piernas mientras escribo.
En una ocasión echamos a la composta unas palomitas de maíz que nos salieron muy duras. Por la noche, a la luz de un foco, vimos sorprendidos a las hercúleas hormigas que llevaban por todo el patio las gigantescas palomitas, subían por la pared y desaparecían en la casa continua. Cerca de la cisterna, vimos a Maurilia, como una sombra fascinada, en posición de esfinge, a una pulgada de la inmutable línea de los insectos, como tomando notas sobre el comportamiento de éstos.
El tiempo en la memoria
El árbol cae con sus ramas desde el cielo de Jojutla. Nos protege del calor y de los ventarrones. Mi hijo se duerme viendo los cientos de ramas, sus olas, sus venas como una radiografía atravesada por la clorofila y la luz. Mientras sobre la hamaca vamos y venimos, le canto corridos salvajes clásicos y poco a poco se va durmiendo. En mis brazos, el gorditorrinco es una guitarra humana, un blando acordeón suave y amoroso.
Él nació el 17 de noviembre y este año el mango dará sus jugosos frutos, muy parecidos a los de la India.
A la hora del baño, el bebé es un ballenato. Le gusta mucho el agua cayendo sobre su piel, recorriéndola, caminando sobre su epidermis hasta llegar al sistema nervioso central en donde pondrá su rúbrica. También le canto canciones populares mientras la mamá me ayuda con el jabón y la esponja. Cuando lo entrego, el ballenato se ha convertido en un bebé rubicundo, listo para que lo sequen, le pongan su pañal, su pijama y se duerma con unos tragos de leche materna oyendo el sonido que oyó desde que estaba en la panza de su mamá como idolito azteca.
No más canciones con acordeoncito de carne, no más baño con el ballenatito ni abrazos y besos con Yes, ni bromas con Lyah ni pláticas y abrazos con Fernanda.
”Yo no tengo ninguna necesidad de estar encerrado y estar en cuarentena por la culpa de esos chinos, todos chiquitos, rasgados, como el hoyo de mi entuto. Jesucristo: un pedazo de queso no se pudieron hartar, un huevo se hubieran hecho; que se andan hartando esas chingaderas (murciélago), pué”, dijo el mampito.
La noche más difícil
La noche del 25 de febrero fue la más complicada. En cuestión de horas estuve tosiendo mucho y a eso de las 10 de la noche se me congestionaron los pulmones.
En minutos sentí mareos, casi pude ver cómo el virus se iba metiendo en mi sistema respiratorio y me ahogaba.
Después de casi dos años de estar cubriendo la pandemia, sabía muy bien cómo el microbio entra en los pulmones y los destruye.
Recordé que el 28 de febrero del 2020 se confirmó de manera oficial el primer caso de covid-19 en México y para marzo se decretó el semáforo rojo en Morelos. Las calles estaban solitarias.
Durante meses, las avenidas continuaron casi desiertas y había muchos negocios cerrados. Algunos grupos salían a pedir despensas y dinero a las calles: las trabajadoras sexuales bajaron de su calle al Jardín Juárez, allí pedían dinero a sus clientes y a las personas.
Videos y más videos de asiáticos que fallecían en las calles, información de cómo el virus iba diezmando a la población en todo el mundo.
Conforme el contagio fue avanzando y escuchábamos las cifras de muertos y hospitalizados aumentando, personas conocidas, amigos, caían víctimas del virus.
Me dio mucho miedo por la noche, pero me aguanté, no quise alertar a mi familia.
Yo, que no recuerdo lo que sueño, soñé cómo las ramas del árbol de mango donde pasamos mi familia y yo platicando las calurosas tardes de Jojutla se metían por mi nariz y por mi boca, y avanzaban a una velocidad vertiginosa contra mis pulmones, les quitaban toda la humedad y los comenzaban a asfixiar, hasta dejarlos como los corales secos que arroja el mar a la arena y se deshacen con el sol.
Pensé en mis amigos que murieron, en cuestión de horas, entubados en los hospitales. Esta variante de covid-19 llamada ómicron es menos mortal que el de la primera ola, pero más contagioso.
Al día siguiente le dije a Yes que necesitaba infusiones para descongestionar mis pulmones; también pedí el té de jengibre y eucalipto que me había ofrecido.
Estos remedios caseros resultaron muy efectivos porque el congestionamiento de las vías aéreas y de los pulmones fue cediendo con los días.
Algunas veces salí a caminar por la unidad habitacional; cuando quise hacer algo de tareas en el patio trasero me sentí muy cansado, como si me faltara oxígeno.
Prueba a los 11 días
El 1 de marzo, 11 días después de que comencé a sentir los primeros síntomas fui a hacerme la prueba a Amacuzac. Iba embozado, con mis botellitas de alcohol. Tomé tres combis de ida y llegué a este “apacible” poblado. Eran las 8:45 y nada más había un muchacho haciendo turno; tenía tos.
A las 9:20 comenzamos a llenar los formularios y en pocos minutos nos hicieron las pruebas.
El chavo salió negativo y se despidió de mí, yo salí positivo de nuevo y me remitieron al módulo de consulta.
Una doctora muy joven y muy amable me explicó que era hasta cierto punto natural que aún sin síntomas pudiera resultar positivo, sobre todo a las personas adultas con hipertensión arterial u otra morbilidad. Me dio una bolsita con un litro de antibacterial, dos jarabes y unas cajas de la medicina que tanto le gustaba recetar al doctor Félix Aguilar (que en Jalisco descanse). Me pidió una semana más en casa.
-No le veo ningún problema, se ve muy sano. Tiene usted suerte porque sabe que tuvo covid, no contagio a nadie y no se murió. ¿Qué son siete días más?
La promesa cumplida de la doctora
Un día después de la operación del apéndice estaba en la cama de un hospital privado en la Ciudad de México. La doctora tenía unas radiografías en las manos. Las colocó en una caja de luz y me dijo:
-Sus pulmones tienen pequeñas manchas. Es probable que en este momento usted no sienta que le falta el aire o dolor, alguna otra molestia, pero si sigue así en pocos años no va a poder respirar. ¿Tiene hijos? ¿Quiere verlos crecer? Yo le garantizo que por cada cigarro que deje de fumar va a tener un día de vida más para pasarlo con sus hijo.
La doctora me ofreció una semana en ese hospital, para dejar de fumar y tener las atenciones de psicólogos, enfermeras y médicos especialistas en adicciones.
Rosamaría (RIP) me dijo que ella me podía prestar dinero para pagar el tratamiento. Yo le agradecí y le dije que sí iba a dejar de fumar, pero a mi modo. Me pidió que me quedara en su casa porque no podía moverme debido a la cirugía.
-Nunca he dejado de fumar desde que estaba en la preparatoria, así que me va a costar mucho. Te pido que me dejes salir si quiero salir a la calle, por favor.
Rosamaría me había comprado varias cajas de nicotina masticada, pero le dije que no los iba a aceptar porque iba a seguir fumando después de que la consumiera.
Me costó muchísimo trabajo. La necesidad de la nicotina era tanta que sudaba y tenía escalofríos. Cuando de plano no podía, en la madrugada tomaba mi bastón y le iba a dar varias vueltas a la manzana para calmar mi ansiedad.
Sacaba flemas y costras por la garganta y la nariz, sentía que me ahogaba.
Si no se te pasa, te voy a tener que llevar al hospital –me decía Rosamaría.
Pero pasó.
Dos meses después comencé a degustar muchas cosas que cuando fumaba mis dos cajetillas diarias de Delicados no tenían sabor. También percibía olores y los identificaba. Con estos súper poderes también llegaron varios kilos de más.
La doctora que me atendió hace 23 años tuvo mucha razón, si hubiera yo seguido fumando, el coronavirus hubiera desecho mis pulmones.
***
El 19 de marzo de 2020 se dio tratamiento a un hombre de 37 años en el municipio de Cuernavaca y de una mujer de 54 años en el municipio de Cuautla de Morelos con antecedente de viaje a los Estados Unidos.
Al sábado 5 de marzo, de 303 mil 174 personas estudiadas, se habían confirmado 66 mil 365 con coronavirus COVID-19; 316 estaban activas y se había registrado 5 mil 235 defunciones; esto de acuerdo con información de la Secretaría de Salud.