Por años resolví encargarme de lo importante, antes que de lo urgente. El juego de palabras lo tomé de un cartón de Mafalda que dice “Como siempre: lo urgente no deja tiempo para lo importante”. Corría el año de 2017, dejaba atrás una etapa dolorosa de gran aprendizaje y ponía mi empeño en hallar nuevas formas de actuar. Me encontré con que tenía muchos pendientes, de todo tipo, cosas de uno o diez años atrás. Todo un lío.
Resuelto a trabajar en mi persona y en aspectos prioritarios como mi paternidad, mi oficio de escribir y mi equilibro integral, analicé lo que sería mejor en el momento. Puse algunas metas y establecí diferentes herramientas de trabajo conmigo mismo y con mi entorno. Tanto que hacer me abrumó, así que, pensando profundamente, tomé la decisión de encargarme primero de lo importante (lo profundo) y dejé algo de lado o en segundo lugar lo urgente (lo superficial).
No me arrepiento de haberlo hecho así, lo hecho hecho está y además de que no puedo ya cambiar el pasado, algo gané con ello. En primer lugar estaba mi salud, continué con el ejercicio y la dieta saludable, pero retomé lecturas y decidí estudiar la Licenciatura en Derecho, cosa que hice un año entero. Luego me enfoqué en la relación con mi hija, con quien retomé hábitos cotidianos que aún considero profundos y relevantes, como caminar y platicar, ir a museos, asistir a funciones de arte, ver cine, leer juntos, ir a librerías, mirar un atardecer, volar un papalote, apapacharnos mucho y resolver asuntos cotidianos. Sí, todo eso me es importante.
Lo hicimos durante un buen de tiempo. Incluso tuve la paciencia y el valor de hacer un nuevo convenio con su mamá, donde establecimos nuevas formas de relacionarnos y actuar los tres. Con eso se terminaron los pequeños malentendidos que suelen estropear las cosas en una custodia compartida, en especial por la poca comunicación que había. Tú me entenderás. Y de verdad lo recomiendo: un nuevo acuerdo, un nuevo trato para bien de todos. No fue un milagro, pero sí que hubo beneficios inmediatos. A mí me costó sudor, desvelos y hacer más acopio de paciencia, incluso ofrecí cosas que no habría negociado nunca antes, en pro del bien común. Yo quedé satisfecho y a juzgar por la actitud de las demás participantes, fue asertivo.
Claro que hubo consecuencias no asertivas: en primer lugar dejé pendiente algo urgente como ganar más dinero. ¿Para qué —pensaba— tener más ingreso si no tengo la paz que necesito? Rechacé trabajos que años atrás habría anhelado y dejé pasar buenas oportunidades, por el trabajo y el pago, que me habrían representado desviarme un poco o por un momento de mis altas metas.
Fui criticado, sí, juzgado incluso. No por quienes me aman, sino especialmente por aquellos que veían en mí a una persona que, en efecto soy, pero que en dichas circunstancias no podía sostener. Perdí algunas amistades, lo que con el tiempo agradecí. Nadie tiene por qué meterse en mis asuntos, en especial cuando yo no ando de metiche y ni consejos doy.
Fue, pues, algo interesante de hacer. Hasta en aspectos más personales, como la decisión de estar solo por un buen tiempo, pasaron cosas curiosas. Bueno, yo ya estaba mejor, la depresión había pasado, y, según muchas miradas, ya podría hacer y deshacer con mi vida y mi oficio, pero yo necesitaba tiempo para mí. No digo que me limité de todo encanto, pero sí avancé a mi ritmo, siempre, claro, con base en mis valores y principios.
Aquel tiempo también terminó. Hoy estoy en una nueva etapa. Comenzando el año recordé el viejo adagio (lo importante sobre lo urgente), pero ya no me pareció tan útil. Cierto, me beneficié del enfoque anterior, sin embargo, contemplo mi presente distinto. Ahora pretendo un nuevo equilibrio, veo que lo óptimo es atender lo urgente y lo importante al mismo tiempo… y que ahora puedo hacerlo. Apenas me di cuenta, trabajaré en ello. Es largo el viaje, pero me gusta, además de que ya no estoy solo… Te comparto esta reflexión porque quizás te sirva de algo. Gracias.
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