QUINTA PARTE
Aunque carece de relevancia que sepan quién me dictó cada frase de esta historia, sí quisiera aclarar que soy un personaje que aún no sabe lo que significa morir y tampoco tengo el poder de cambiar el pasado. Una noche abrí los ojos y vi que me habían quitado las cadenas, me ardía el cuerpo y sentía punzadas en la cabeza. Esperé un momento doblado sobre mí mismo y me levanté al borde del desmayo. Estaba solo y la puerta del cuarto se encontraba abierta.
Al salir noté que me encontraba en el pico de una montaña y que el único modo de salir era saltando hacia el río poco caudaloso que la rodeaba. Caí de costado en el agua y me sorprendió que ésta acogiera mi cuerpo sin reventarlo. Nadé hacia la orilla lodosa y estando ahí recordé que una gigantesca esfera de fuego me había desintegrado, ante el deleite de una multitud de mortales que hacían una cola larguísima para ver el velo. Cada vez que alguien sobreponía mantos limpios sobre el velo de Verónica, la imagen del rostro de Cristo quedaba grabada sobre ellos, y mientras escuchaba los gritos y alaridos que se acompasaron con la explosión de mi cuerpo, percibí el olor del fuego y supe que yo había sido Luis, que la identidad que Arcadio implantó en mi mente no era más que una ilusión para cegarme y que esa parte de mí había muerto.
Si aún puedo contar esta historia es debido a que, con la muerte de Felipe, Camina en Sueños comprendió que no hay poder en este mundo capaz de cambiar el pasado, y que el presente es el único tiempo en el que Dios nos da su gracia para vivir en la libertad que descansa en el corazón.
Camina en Sueños se dispuso a estudiar seriamente el libro de la Filocalia y a dominar sus pensamientos. Con el tiempo cambió su estado de ánimo y comenzó a comprender el significado escondido de la Palabra de Dios, a darse cuenta de qué es el hombre interior sin encerrarse en sí mismo, y a sentir el paraíso que está dentro de todos.
Las cosas circundantes, árboles, pájaros, yerba, tierra, aire, se le presentaban bajo una luz maravillosa y, por medio de esta experiencia que llaman visión del mundo creado, descubrió el modo de hablar de Dios a las creaturas y sanarlas.
Una noche, cerrando los ojos vio su corazón y todos sus movimientos, escuchó los latidos, y una sensación de calor se acrecentó cuando llevó hacia adentro la oración de Jesús y la recondujo hacia afuera al ritmo de la respiración. Mientras tenía la mirada de la mente fija en el corazón, Camina en Sueños experimentó una sensación de ligereza unida a la alegría y a la serenidad, y así se quedó dormido esa noche, entre una oleada de aire fresco que lo iba meciendo como las olas del mar hasta el sueño, como si realmente nada pudiera hacerle ningún daño.
Al cabo de unos instantes despertó en una sala circular en la que no había ventanas y a su alrededor se alineaban muchas puertas cerradas. Entonces oyó la voz de Memnoch hablándole desde múltiples partes de la habitación. Le sugirió que escogiera con mucho cuidado una puerta para que pudiera salir de la prisión en la que se encontraba: “Debes escoger bien, pues puede haber cualquier cosa detrás de cada puerta”. Camina en Sueños observaba casi continuamente a Memnoch sin decir una sola palabra y decidió que le convenía esperar más para confirmar que lo que había escuchado no eran sólo sus propias ideas.
Allí esperó días y meses. Con frecuencia Memnoch intentó conversar con él, le hacía preguntas sobre muchas cosas, pero Camina en Sueños no se atrevía a contestar porque tenía presente lo que Felipe le decía con insistencia antes de su muerte: “Considera vana toda charla con Memnoch, incluso si es breve, un discurso bueno es como plata, pero el silencio es oro puro; su interés no es que pruebes tu virtud, sino que, atrapado en el pasado, descuides el presente. No hay poder en este mundo capaz de cambiar el pasado, el pasado queda a la Misericordia del Creador y el futuro a su Providencia. Sólo el presente está en nuestras manos, sólo Dios basta”.
Había muchas puertas para escapar, tenía la posibilidad de escoger, pero no se decidía por ninguna porque todas podían encerrar una trampa. “Podría ser que detrás de una de las puertas se oculte un vampiro que te devore, o que en otra te espere el genio que concede cambiar lo que pudo ser y no fue, tras la tercera te aguarde una cámara llena de obras de arte y monedas de oro, o que en la cuarta se encuentre un basilisco que te convertirá en piedra, tras la quinta un laberinto o un abismo, y así sucesivamente. No sé si es así, pero te aconsejo que tengas cuidado al elegir tu destino”, dijo Memnoch.
Al abandonar el sofá y acercarse a examinar las puertas, notó que todas eran iguales, no había diferencia alguna entre ellas, sabía que en cuanto abriera una, todas las demás se cerrarían, y le parecía absurdo pensar en una razón lógica para elegir: “No tiene sentido pensar mucho en cuál abrir porque perdería la cabeza y terminaría decidiendo al azar, creyendo que la libertad es un juego de elecciones imposibles o una prisión de posibilidades que ya estaban determinadas”, expresó C.S. Reflexionó que Memnoch jugaba con él como en el relato del mendigo ciego que es seducido por una bella danzarina que le hace jurar por la luz de sus ojos que sólo obedecería su propia voluntad y no la de otro. La muchacha resulta ser un demonio llamado Íblis que lo lleva a una prisión en la que -dice- no alcanza la voluntad de Alá: “Si realmente existe un lugar que no está lleno de la voluntad del Todopoderoso, únicamente existe por voluntad de este. Pero por eso mismo su voluntad está en ese lugar, porque sin ella nada puede existir, y tampoco ese lugar. Su ausencia es su presencia”.
Al terminar de recordar la última palabra, Camina en Sueños retornó a la sala considerando todo cuanto el difunto Felipe le había dicho acerca de la oración interior continua y, cerrando los ojos en su anhelo de encontrarse con Dios en aquella prisión, comenzó a orar incesantemente enfocándose en la respiración y los latidos de su corazón.
Al principio dedicó varios lapsos de una media hora a este ejercicio sin experimentar más que oscuridad, pero pronto comenzó a ver su corazón tal como era, a sentir su calor extenderse por todo el cuerpo y un gozo interior que luego se convirtió en un ligero dolor que se adueñó de él por completo.
La oración interior le daba siempre una mayor e indescriptible alegría y su corazón a veces hervía de infinito amor, se sentía tan ligero que le parecía haberse sacado de la espalda una montaña. En semejante centro de tal ebullición, flujos de consolación descendían por todo su cuerpo y el recuerdo de Cristo se apoderó de su mente, a tal punto que, meditando, le parecía estar personalmente y ver con sus ojos los hechos del evangelio, y lloraba de la emoción.
Sentía que quedaba satisfecha el hambre de soledad y silencio que había experimentado entre la gente una necesidad extrema de abrir su alma a Dios, y comprendió por qué los ermitaños huían de los hombres y se escondían en el desierto. No obstante todas estas consolaciones, deseaba que Dios lo llamará pronto para dar total satisfacción a su necesidad de agradecimiento. Y así, en el río de su larga contemplación distinguió el resplandor de una puerta que se abrió hacia adentro, y al despertar se halló como un peregrino anónimo dedicado a la práctica de la oración interior continua durante su viaje a Rusia, donde me relató la historia que tú, querido lector, has escuchado.
FIN