Me interesa su obra. La conocí hace casi dos décadas, cuando la UAEM me encargó la edición del libro El asesinato de Elena Garro, de Patricia Rosas Lopátegui, y que mi alma mater coeditó con Editorial Porrúa en 2005 (la primera edición). Yo era joven en muchos sentidos; aunque ya tenía algunos años editando textos, aquel fue mi primer trabajo grande. Mi labor fue corregir y diseñar los interiores. Siempre estaré agradecido con aquello.
A partir de entonces leí todo lo que pude de Garro, en especial novelas, cuentos y Memorias de España 1937, pero también parte de su obra periodística, entrevistas y otros textos. Claro que me fascinó la autora como personaje, pero siempre he querido trascender su figura y concentrarme mejor en lo que escribió.
No abandoné a Garro por años. La incluí en mi tesis de licenciatura, que trató sobre diversos aspectos de la literatura en Cuernavaca, ciudad donde ella falleció en agosto de 1998, época en que yo estaba por entrar a la universidad. En mi tesis la mencioné y luego redacté un texto específico sobre ella, con el que gané el segundo lugar en los Juegos Florales de Cuernavaca en la categoría de Memoria Histórica, que, por cierto, se publicó aquí en La Unión de Morelos. Es decir, me siguió acompañando, pero ahí no termina todo…
Pocos años después, me encargaron de la edición del libro Yo quiero que haya mundo... Elena Garro, 50 años de dramaturgia, coedición de la BUAP y Editorial Porrúa (2008). Con eso, aprendí más de Garro, de libros, de edición y de trabajo. La seguí leyendo, a la par de otras autoras que por entonces también llamaban mi atención, como Marguerite Duras e Isak Dinesen.
Casi olvido otra anécdota que me acercó a Garro: en algún punto de universidad, una buena maestra me recomendó para ser amanuense de Helena Paz, quien por entonces escribía las Memorias que publicó en Planeta. Acudí así a la casa de dicho personaje, donde pasé poco tiempo. Con Helena platiqué algo y pensé mucho sobre el caso. Me contó de su madre, específicamente, con quien compartió casi toda su vida. Fue algo breve, pero intenso.
Tras su deceso, Garro siguió presente en sus homenajes, algunas notas periodísticas y en la reedición de sus libros (ignoro quién posea los derechos sobre sus obras). Luego, el movimiento feminista mexicano (o alguna línea) tomó a Elena Garro como símbolo. ¿Símbolo de qué? De varias cosas. Lo importante para mí es que —desde mi perspectiva— eso renovó la figura de la escritora, quizás la mejor autora del siglo XX.
Las imágenes y las anécdotas de la vida de Garro son más conocidas que antes, pero ahora también su obra ha sido redescubierta por lectores de diversos sitios. No es para menos, publicó (en vida o póstumas) más o menos 11 novelas, 12 piezas teatrales, 1 testimonio, 1 libro de periodismo y libros de cuentos, género que también publicó en prensa, además de obras compilatorias en donde se rescatan textos digamos marginales.
Un tema que sí me parece pendiente es el análisis académico (o desde la investigación) de la obra de Garro. Con lo vasta de su producción pueden tratarse temas para tesis de licenciatura o posgrados. Es algo —por así decirlo— pendiente respecto de su obra, en especial por lo importante de la misma en cuanto a calidad, de la cual no existe ninguna duda. Dicha mirada permitirá conocer mejor el mensaje que quiso transmitir con su palabra, además de que nos ofrecerá aportar argumentos sobre su trascendencia en el arte nacional.
Las autoras no mueren cuando fallecen, sino cuando no se las lee, cuando nadie las comenta. Con Garro, me queda claro que eso no pasará pronto, porque sus letras aún generan ámpula, debate, discusión, división de opiniones, enojos, frustración, desprecio, burla, envidia y otras emociones que, de no ser una grande, no sucederían.
Creo que no se puede comparar a Elena Garro con nadie, fue una pieza única en la literatura, con talento y vocación, pasiones y audacia. Pero no me creas nada, querido lector, quizás miento o solo escribo esto por ocioso, mejor ve y léela, para que tengas una opinión propia.
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