Sociedad

Araceli


Lectura 4 - 7 minutos
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Fotógraf@/ MÁXIMO CERDIO
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“Mi familia siempre me apoyó, por eso ahora yo puedo hacer todo”.

Jojutla. Eran más de las ocho de la noche y cenábamos tacos con la familia frente a una gasolinera, por Los Pilares. Entre nuestra plática escuché una vocecita que ofrecía cacahuates. Moví la cabeza para buscar quién vendía y no vi a nadie, hasta que desde abajo una mano pequeñita con un trastecito con algunos cacahuates se extendió hacia mí. Más allá de esa mano había un rostro moreno, sonriente:

-Pruébelos. ¡Están muy buenos!

-Dame una latita –le dije.

La mujer pequeña dejó dos cubetas en el suelo y cogió una bolsa de plástico donde introdujo una medida de lata de atún con cacahuates. Me la dio y yo tuve cuidado de ponerle en su mano las monedas para que no se le cayeran.

Me sonrió y continuó ofreciendo su producto en las demás mesas.

Mi familia vio sorprendida cómo se movía entre los pasillos del negocio, con sus dos cubetas y su caminar único.

Yes ya la había visto alguna vez. Me comentó incluso que en Xoxocotla vivían varias personas de talla pequeña. El bebé azotaba la mesa con sus brazos hercúleos y Lyah miraba de reojo con un pedazo de papa al horno en el cogote.

-Me gustaría platicar con ella.

-Sí, estaría muy bien.

En realidad fue fácil conseguir la entrevista. Nos vimos un día cualquiera poco antes de las tres de la tarde, a mitad de su jornada de trabajo, en las escaleras del mercado Benito Juárez, la zona en la que es muy frecuente encontrarla vendiendo.

Araceli Ramos Flores es originaria de Xoxocotla, allí vive con su esposo, su hijo de 17 años y su nuera.

De lunes a sábado sale a vender cacahuate y semillas, preparadas por su esposo.

Se transporta en una motocicleta conducida por su cónyuge y ofrece su mercancía en el mercado y sus alrededores, aunque también va a las “playas” de los restaurantes de Tequesquitengo y a las taquerías. Incluso la han visto en el tianguis de Temixco.

Chely, como le dicen sus amigas, tiene 39 años, es morena, usa falda, blusa, un mandil en cuyas bolsas lleva su celular y otras cosas que le sirven para trabajar. Usa zapatos tenis, color rosado, muy cómodos.

Todo el mundo la conoce. Es muy fácil distinguirla por dos características: porque mide 96 centímetros y porque siempre sonríe.

Habitar en un cuerpo muy pequeño en un mundo que está construido para personas de estatura media es una desventaja, pero ni su cuerpo ni el mundo han sido un obstáculo para Araceli.

Supo que era diferente desde que iba en el kínder y tomó conciencia de ello cuando entró a la primaria: todos eran más grandes, todos crecían y ella no.

No recibió de sus padres un trato especial por ser una persona de talla pequeña, no adaptaron nada, era una más en su familia. Sus padres le enseñaron que debía valerse por ella misma y no era menos que nadie.

“No me hicieron sentir inútil, sino útil. Nunca me arrimaron una silla chiquita, ni me pusieron en una mesa más chica. Mi familia siempre me apoyó, por eso ahora yo puedo hacer todo. Me subo a los autobuses, a los taxis, a los coches, a la moto de mi esposo, no necesito ayuda, ni usos cosas adaptadas, yo puedo sola y me las arreglo, no tengo ningún obstáculo”, platicó en entrevista.

También dijo que desde chiquita aprendió a ser muy segura:

“Lamentablemente los chavos te ven y se llegan a burlar, pero no me impidió, al contrario, me sentí más fuerte, con valor; dije: si ellos pueden ¿yo por qué no voy a poder? Como dice el dicho, echarse una jícara de manteca y que te resbale todo”, aseguró.

“No tuve problemas ni cuando estuve embarazada de mi hijo, que en la actualidad tiene 17 años y está casado. Nació por cesárea, pero no tuve dificultad. Mi hijo se llama Ángel David, le puse así por su tío, mi hermano vive en Nueva York, hace 22 años que se fue y no ha regresado, él es una persona de estatura normal, como toda mi familia”.

Pasar desapercibida por su estatura tampoco ha sido una desventaja para Araceli, ser pequeña le ha permitido destacar entre todos, que la observen, que la vean, para ofrecer sus productos.

La gente la recuerda y le compra no sólo porque es diferente ni porque sus cacahuates y semillas son muy buenos, también porque su actitud es voluntariosa y su trato es amable.

“Me gusta el trato con la gente, hablarles, que me hablen, negociar. Para vender hay que ser muy segura. Yo soy segura y me gusta venderle mi producto a la gente y darles una sonrisa”.

Siempre le gustaron las ventas. Cuando estaba en la primaria pidió a su tía que le enseñara, aprendió con ella y salió a vender al mercado. Con el producto de ese trabajo pagó la escuela a su hijo y mantuvo a su familia.

“Comencé a vender aquí en el mercado, desde chiquita”, explicó.

Ganar su propio dinero todos los días le da mucha satisfacción: contribuir en la manutención de su familia, comprar lo que le gusta, adquirir las cosas necesarias que requiere un hogar, administrarlo, eso la hace feliz.

“Es muy bonito tener mi dinerito, manejarlo, me gusta trabajar mi producto. Tengo una casita propia. Mi esposo me prepara el cacahuate. No es cualquier cosa para que quede sabroso, él tiene su sazón”.

Araceli Ramos Flores confirmó que sí conoce a personas que por tener alguna desventaja física, como una estatura menor, no salen a la calle o son muy inseguras y se sienten menos:

“Es necesario sentirnos seguros, seguir adelante, no avergonzarnos nosotros mismo, porque si nos cerramos lamentablemente se nos cierran las puertas solitas. ¿Para qué te vas a encerrar en un cuarto de cuatro paredes si no vas encontrar la salida? ¡Al contrario, derrumbarlas! ¡Dios mío, a lo que voy!

 

***

La Organización Mundial de la Salud (OMS) considera como personas de talla baja a las que con más de 25 años de edad no alcanzan 1.30 metros de estatura. Hay más de 400 formas distintas de enanismo y displasia esquelética. La más común es la acondroplasia: una alteración de los huesos.

Aunque puede ser hereditaria, la mayoría de los casos está relacionada con una mutación genética. Es por eso por lo que gran parte de las personas con acondroplasia nacen de padres de altura promedio.

Las personas con este trastorno suelen tener brazos y piernas cortos, cabeza más grande de lo normal y tronco de tamaño promedio.

Se pueden administrar hormonas para aumentar la estatura. En casos poco frecuentes, la cirugía puede corregir una curvatura anormal de la columna vertebral.

Según la Encuesta sobre discriminación en la Ciudad de México (EDIS, 2017), las personas de talla baja se ubican en el undécimo lugar de los grupos más discriminados en la Ciudad de México.

En México hay alrededor de 11 mil personas de talla baja; el Inegi no tiene un censo de ellos.

La discriminación que enfrentan se presenta, sobre todo, en formas de rechazo y exclusión social dentro de espacios escolares, culturales y laborales, así como en el derecho a la accesibilidad, debido a obstáculos de infraestructura, la mayoría de las veces pensada para la población con estatura promedio.

Cada 25 de octubre se conmemora el Día Nacional de las Personas de talla baja, instaurado en México desde 2014.

Hasta 2018 se realizó una reforma al artículo 4 de la Ley General para la Inclusión de las Personas con Discapacidad, con el fin de incorporar la acondroplasia o talla baja en la definición de discapacidad.

 

 

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