Vuelvo a la Ciudad de la Eterna Primavera. La primera vez que vine fue hace 35 años, de la mano de mis padres y hermanos. Tiempos lejanos, que aún viven en mi memoria, de ellos escribo incluso. Aquella vez, nos mudábamos por tercera ocasión, ahora a un lugar cálido, seguro, tranquilo y con oportunidades. El sueño provinciano de dos capitalinos y el misterio bucólico para sus cuatro vástagos. Una locura, obvio.

Al principio no entendía el lenguaje local, un código particular, hecho desde la mezcla de visiones de habitantes oriundos y migrantes de Guerrero, Puebla, Edomex o Distrito Federal. Como niño, me adapté y comencé a disfrutar de experiencias que hasta la fecha me colman: el clima, la cercanía con la selva baja caducifolia o el bosque de coníferas, la vecindad con la capital del país, la cultura gastronómica. En la secundaria ya hacía exploraciones a Tepoztlán con los amigos o visitas al centro de Cuernavaca. La vida era sentir y hacer tonterías, además de sobrevivir, pero de eso hablaré otro día.

En Morelos crecí, como verdolaga o rico quelite, no sé, luego me fui madurando cual quesito de cincho y quizás terminé por recocerme un poco, como pozole de jueves. Hice de todo, buscando aquello que la vida me debía… por así decirlo. Mi crecimiento fue una consecución de metas a cumplir, con esfuerzo, errores, aciertos y el apoyo de mis amigos. Todos fuimos jóvenes, ¿cierto?

¿Qué hice en Morelos durante 25 años en concreto? Estudié, publiqué revistas, trabajé en la edición de libros y eventos, fui funcionario, trabajé en mi UAEM, colaboré en medios, escribí, sané heridas. También fui papá. También hice otras cosas que yo considero magia. También bailé muchas cumbias.

Sin importar la causa por ahora, en 2012 me fui, propiamente emigré hacia una lejana provincia, de la que tampoco hablaré hoy. Dicen que “a veces para aprender cómo volar hay que saltar al vacío”. Aquí podría incluir muchas metáforas, pero seguro me equivocaré, así que no intentaré otras. Lejos aprendí cosas y crecí como persona, además de escribir como un loco.

Con vínculos renovados (haciendo nuevos y olvidando tantos) y entusiasmo ya estoy de vuelta, aquí voy de nuevo, de hecho, cerca de La Unión de Morelos, para comenzar (no desde cero, menos solo, para nada triste y porque se me da la gana) y continuar con el estilo de vida que he decidido, como artista, entre la libertad, el amor, la pasión, el lenguaje, los libros, el arte y mi gente.

¿A qué volví? ¿Por qué lo hice? ¿Con quién? ¿Por cuánto tiempo? No tengo respuestas a todas mis preguntas y obviamente no doy explicaciones. Ya me verá la ciudad danzar entre sus calles. A ver qué se me ocurre hacer, con quién y hasta dónde. El tiempo es una invención arbitraria de los humanos para no volverse locos, de lo que solo me importa —por el momento— una cosa igual de extraña llamada El Presente.

Como escritor cuento con un catálogo de 26 libros disponibles a la venta —y contando—, que estaré promoviendo para su venta y lectura por diferentes canales, en especial en escuelas. ¿Me invitas a la tuya? Voy con gusto. La dinámica es sencilla: llego, vendo libros, ofrezco una conferencia o capacitaciones para maestros, padres de familia o estudiantes. Después de más de dos décadas de formación y trabajo, ya tengo experiencia para ofrecer una mejor calidad en mis productos y servicios.

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A trabajar, pues, y a seguir disfrutando de la vuelta, luego te cuento más chismes.

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