Gruesas gotas de sudor resbalaban por la frente del cuatro veces campeón del mundo en diferentes categorías. Se deslizaban en el trazo profundo de sus arrugas y por detrás de las orejas hasta fundirse en su cuello.

La tensión estaba en su punto más alto, el ambiente era de alarido y en el cuadrilátero los dos boxeadores intercambiaban movimientos como en una partida de ajedrez. Entre fintas atacaban y defendían con jabs y golpes curvos sin dejar de saltar sobre las puntas de los pies.   

Aunque el rostro de Daniel “Ratón” Román era de una fisionomía que intimidaba y cuyos rasgos resaltaban aún más por estar perfectamente rasurado, su piel ya era frágil y tenía un corte en la ceja izquierda, además de los pómulos enrojecidos. Había perdido resistencia y sus reflejos y elasticidad no eran los mismos, pero confiaba en la experiencia y las artimañas con que contaba para menguar el brío de aquellas combinaciones de golpes que eran demasiado rápidas para ser peligrosas. 

Sonó la campana, y cuando Román caminó hacia su esquina volvió a sentir en el abdomen las fuertes punzadas que comenzaron después de la comida y que repercutían en todo su cuerpo.

Su mirada se tornó como la de un lince para ocultar el malestar, y cuando logró sentarse en el banquillo apoyó los brazos sobre las cuerdas y vio el número 7 en blanco sobre un fondo azul. Apenas concluía el sexto round y aquel no era el típico semblante del boxeador que había pasado más de 30 años sobre el cuadrilátero. Su pecho empezó a subir y bajar en profundas respiraciones mientras lo refrescaba el aire de la toalla que abanicaba don Rudy en su esquina.

-Siento que me hierven las tripas. Échame agua por atrás del calzón, creo que me va a ganar.

-Ese pinche promotor te mandó a purgar para que pierdas el campeonato, pero tú eres mucho peleador para ese colorín...

!Vivo Daniel, mantente bien cerradito! Aunque no tenga pegada el tijuano, no lo quieras noquear con un sólo golpe, vas ganando la pelea por puntos y recuerda que el golpe que no ves es el que te puede noquear.

El séptimo asalto comenzó diferente a los anteriores, con un “Ratón” mucho más cauteloso, siguiendo el plan de ahorrar fuerzas y no hacer movimientos innecesarios. El público lanzó abucheos y silbidos al ver que el campeón sólo cerraba su guardia y se amarraba al adversario para golpearle el mentón con los hombros o para rasparle con la cresta de la cabeza la herida que tenía en la nariz.

Algunos espectadores creyeron que a Román comenzaban a pasarle factura los años y los combates encarnizados que seguía enfrentando.

El Huracán de Tijuana se arrojó sobre él como un bólido y lo acorraló en la esquina con una ráfaga desenfrenada de golpes, pero cuando sólo faltaban 10 segundos para que finalizara el asalto, los ojos de Román emitieron un destello al notar que el joven boxeador había olvidado cubrirse. Así que tomó su distancia, lo atrajo retrocediendo ligeramente sin dejar de lanzar el jab con la mano izquierda y, mientras se agachaba, le conectó un uppercut en la punta de la barbilla con toda la fuerza de su puño derecho, lo que hizo que sus pies se despegaran de la lona por un instante.

El joven boxeador cayó inconsciente, la toalla blanca voló al centro del ring, y tras una larga pausa de confusión logró incorporarse. Ya le habían quitado los guantes y escuchaba de nuevo el clamoreo del público, parecido al rumor del oleaje del mar, mientras sentía el agua helada que le rociaba su entrenador con una esponja.

-¿Me noqueó? Ni siquiera vi venir el golpe- dijo Humberto Rosales cuando lo preparaban para bajar los escalones del cuadrilátero.

Minutos antes, después de conectar el golpe decisivo y sin que todavía le pusieran el cinturón de campeón del mundo, Daniel Román bajó corriendo del ring y, por suerte, alcanz…