Cuenta la leyenda que hace muchos años, justo en la cima del “Cerro del Colibrí”, mientras el sol irradiaba un extraño fulgor y las nubes tejían algodones color magenta en la superficie del cielo, una pareja de ancianos que había subido a cortar leña vio un maguey que brillaba y emitía una luz blanca desde su interior. Al acercarse encontraron a un pequeño niño de pocos días de nacido cubierto por pencas que lo cobijaban y alimentaban con gotas de aguamiel. La mujer se agachó y lo levantó en brazos ilusionada ante la idea de hacer realidad su mayor deseo: tener un hijo.
Alegrándose del hallazgo porque no pudieron tener hijos en su juventud, llegaron a la conclusión de que era un regalo del cielo y decidieron llevarlo a su choza y cuidar de él para darle todo ese cariño que no habían podido manifestar. Lo nombraron Tzintli y a partir de aquel día, cada vez que los ancianos cortaban una penca de maguey encontraban oro y gemas preciosas que los hicieron ricos, aunque siguieron viviendo en su mismo humilde hogar ayudando a su comunidad.
El pequeño caminó de la infancia a la puericia en tan sólo unos días. Al principio sólo manifestaba sus deseos y sentimientos con gemidos y gestos, pero poco después comenzó a fijar en su memoria las cosas que sus padres nombraban y señalaban, y así aprendió a hablar.
Con el paso de los días, el joven se convirtió en un hombre sabio, conocido por saber escuchar muy bien y resolver problemas.
Personas de todos los lugares acudían a él para pedir su consejo o sólo a ser escuchadas. Incluso habitantes de la aldea del norte viajaban más allá de las fronteras del valle para conocerlo.
La reputación del sabio era tal, que un día fue invitado por el emperador a visitar su palacio. Una versión recogida por Bernardo de Sahagún refiere que Tzintli se despidió de sus padres y aceptó la invitación con estas palabras:
“La búsqueda de vanagloria suele alejarnos de la verdad, pero si realmente queremos conocerla, no tendríamos que enfocarnos en lo que pensamos o controlamos sino en lo que amamos.”
Fue así como el sabio se puso en camino por la llanura de Octli y cruzó la desembocadura del Cihuacóatl hacia el palacio imperial, hasta que en el límite del horizonte vio cómo se alzaban los estandartes del ejército. La entrada del palacio estaba rodeada por soldados con lanzas y escudos, preparados para cualquier alarma imprevista de día o de noche.
Tzintli llegó a la corte de Cuitlayatzin II envuelto en una capa oscura y enseguida fue conducido con el emperador.
En su salón, adornado con aves de quetzal delineadas en amarillo sobre un fondo azulino, el soberano estudiaba las hojas de amate desenrolladas sobre la mesa para hacer los planes de sus futuras batallas, pero cuando vio al sabio hacer una reverencia ante él, emitió un leve gruñido y dijo:
- Te imaginaba mucho más joven viejo sabio, por eso tú sabes que en el mundo hay cosas mucho más extrañas que las que nadie puede inventar.
- En los misterios no perduran las imágenes de los recuerdos, sólo quedan palabras, por eso deben ser simples, aunque es cierto que algunos son complejos como el cosmos.
- Así fue el embarazo de mi hija Mayeguel, una doncella tan bella como la misma luna. Toda la primavera soñó con las ruinas de un templo y con un guerrero águila que le decía: “No sé quién soy ni dónde estamos, sólo que es largo el camino”.
Un día despertó y decidió bañarse en las aguas del río, pero mientras veía su rostro reflejado en el espejo del agua, un águila dejó caer sus plumas sobre ella. Mayeguel recogió algunas, las colocó junto a las flores que solía portar en el cabello y de inmediato comenzó a sentir que en su vientre crecía vida velozmente.
Sin que hubiéramos tenido tiempo de preparar nada, al día siguiente dio a luz a un niño hermoso. Me asombré mucho y comencé a buscar posibles explicaciones, hasta que un chamán me advirtió que ese niño haría que mi hija fuera alejada de mi lado.
Con mucho temor e incertidumbre decidí tomar al niño y dejarlo en el bosque, cerca de unas plantas de maguey y olvidarlo a su suerte. Mi hija estaba tan débil que ni siquiera se dio cuenta del momento en el que lo aparté de su lado, y para cuando volvió a estar consciente ya era muy tarde... ella no me perdona y vive encerrada, lejos de todo. Durante estos últimos días de verano no ha dejado de mirar cada noche la luna con melancolía, y apenas ayer habló para decirme que había llegado el momento de partir hacia su verdadero hogar, con su amado, que esta noche vendrían por ella de la luna sin importar lo que yo hiciera, pero que al menos la consolaba saber que ella dejaría este mundo para cuidar desde allá a su hijo.
Yo no he podido sacarla de ese estado y quería pedir tu consejo sobre cómo protegerla para que nadie ni nada se la lleve jamás. Me dijeron que eres sabio, así que como emperador te exijo que me des la solución, y entérate que si fallas pediré tu cabeza y la de toda tu familia.
Tzintli quedó asombrado, no podía creer lo que había escuchado, pero todo tenía sentido, su familia le había contado de su misterioso origen y de cómo había crecido hasta la juventud en menos de una semana. Al oír la historia de aquella mujer supo que se trataba de su madre y confirmó que no pertenecía a esta tierra sino a la luna.
-Siempre tuve el deseo de brindar alegría a la humanidad, y llegó el momento de hacerlo, pero voy a necesitar de su ayuda.
Fue así como en la luna llena del décimo tercer mes del calendario nahua, una enorme nube cubrió el palacio imperial en forma de un carruaje conducido por extraños seres luminosos.
De acuerdo con la versión recogida por fray Diego Durán, la princesa Mayeguel partió hacia la luna pero antes le dio a su padre una botella de jade que contenía un elixir de la vida y una carta con su proceso de elaboración.
El sabio Tzintli, después de leer la carta, prometió regresar algún día en su forma humana y se transformó en maguey para que Cuitlayatzin II hiciera el elixir de aguamiel que daría alegría y sustento a los hombres.
Tras vestir la capa oscura del sabio y beber del elixir de la vida, el emperador dejó su palacio para siempre y se dedicó a enseñar a los hombres cómo agujerear los magueyes para sacar el vino de la tierra y obtener productos para su alimentación, vestido y vivienda.