Dedicado a todas las personas que están pasando por algún duelo.
Por dentro, el día después pensé que todo empeoraría, que la vida me pesaría y mi soledad, más mi mar de pensamientos, terminarían por acabarme.
La primera semana fue complicada, no me sentía mal. De hecho, me sentía mejor. Como si me hubiese quitado una responsabilidad que cargaba. Pensaba en si era correcto o no priorizarme a mí, pero ahí entendí que hasta el último de mis momentos sería sólo conmigo mismo.
Llegó la segunda semana, el sol continúo saliendo, el aire sopló, los pájaros cantaron. Todos, sin excepción, se preparaban para un nuevo día. Ahí pensé, ¿por qué tendría yo que detenerme? Si mi existencia misma no dependía de ti.
Entre nuevas vivencias, compañeros de trabajo, amistades de años atrás, sobrelleve tu recuerdo. La tercera semana se llenó de melancolía, de recuerdos, pero finalmente, cuando menos lo pensé, había terminado, la rutina me había abrazado y yo le había correspondido su abrazo. Cuarta semana, todo se normalizó.
Ni la dopamina existía y la tristeza había empacado sus pertenencias y estaba dispuesta a retirarse. Ahora sólo queda continuar.
No sé si la vida nos vuelva a encontrar y si no lo hace, no estoy dispuesto a obligarla. Parece mejor quedarme con los buenos momentos y olvidar los malos.
Nada es para siempre, todo es pasajero. Lo sabía y lo compruebo.
Te extraño cuando los días son malos pero a la vez sé que estaré bien.