Hay en estas tierras una halo o brillo que atrae a quienes encuentran en la luz, el horizonte y la naturaleza motivos para asentarse en ella. Personajes que se fugan de la voraz y constante movilidad urbana, de ciudades lejanas y estruendos bélicos, en Morelos hallan las condiciones y perciben una delicada sensación en varias de sus regiones para crear e imaginar nuevos mundos. Hay en estas tierras una paz solariega, un aire renovador y apto para concebir obras de arte, peculiares narraciones, imágenes fotográficas, partituras innovadoras y otras expresiones que emergen entre las cordilleras y los campos cargados de sol y aire limpio.
En Cuernavaca y otras poblaciones han vivido pintores como Rufino Tamayo, Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, Gerardo Murillo y Tamara de Lempicka; escritores de la talla de Elena Garro, Manuel Puig y Malcolm Lowry, y humanistas como Gutierre Tibón; de igual forma músicos como Juan García Esquivel y filántropos como Robert Brady. Morelos es hogar de creadores y artistas.
De este peculiar suceso no está exento Víctor Hugo Núñez, artista de origen chileno que radica en Cuernavaca desde hace muchos años. Núñez llegó a este país hace poco más de cuatro décadas con un importante bagaje y sólido expertis, y como artista en permanente búsqueda nunca ha dejado de renovar su lenguaje y expresión plástica. México se vio enriquecido con su trabajo y su profesión sembró semillas en diversas generaciones de jóvenes creadores.
El pasado 5 de noviembre el Museo Universitario de Arte Indígena Contemporáneo de la UAEM abrió una exposición con una amplia serie de trabajos de Víctor Hugo Núñez. La muestra “Juguetes a la deriva… del vejete escultor al niño meón escondido en el cerro Ñielol” busca despertar en el espectador el interés por una zoología mística con la impronta de la añoranza infantil. Víctor Hugo es un artista que aborda diversos materiales para extraer de ellos sus recuerdos, las huellas lúdicas de su pasado trastocan el metal, la madera, el papel, la cerámica y el bronce; las esculturas ejecutadas en madera y metal reciben de sus ojos el corte preciso para multiplicar una forma, un enjambre de ensoñaciones y efímeros instantes; el material y figuras que Núñez produce en cada obra recrea momentos memoriosos en los cuales inventábamos con diversas piezas figuras y personajes.
A través de ensambles idénticos e infinitos nos provoca imaginar la multiplicación de nuestra imagen en espejos frontales, es mirar (se) en una habitación con paredes que nos reflejan. Pero no es nuestra imagen sino la veta de sueños atestados de figuras zoomorfas, cabezas de aves con patas circulares, soles cual rostros sonrientes, conejos y caballos, aves en vuelo y lagartijas habitan su lúdica ensoñación.
Dos salas del Museo dan cuenta de cientos de obras que van de esculturas en madera y acero con cortes láser hasta acrílicos que extienden su mancha sobre los muros, una serie de afortunados giclées y tintas son parte de ella también, y en su acontecer creativo no faltan piezas de cerámica esmaltada en alta temperatura y piezas de barro. Pudiera parecer una antología de su trabajo a lo largo del tiempo.
Las obras de Víctor Hugo Núñez exploran y extraen de su acervo simbólico siluetas inverosímiles y bellas, y si bien la amplia producción repite la técnica, la unicidad de cada obra despierta el interés por poseerlas, son bellas solas, ya las vi en un lugar con la luminosidad natural de un atardecer. Como buen hacedor de creaciones plásticas Núñez nos presenta un par de acrílicos que sorprenden, sus ensambles en metal y los personajes que cuelgan de hilos sobre nuestra cabeza nos obligan a mirarlos con detenimiento.
Veo en Núñez una insatisfacción en su búsqueda, es como quién desea hallar una pepita de oro después de años de excavar una mina sin resultados; pero es quizá la impresión que me deja la enorme selección de obras puestas para nosotros, pues si bien las salas son de mediano tamaño y tienen una buena iluminación, el exceso de piezas satura la mirada, habrá que ver las obras con imaginación en un lugar especial para disfrutarlas mejor.
Desafortunadamente la museografía queda exenta de ritmo, de equilibrio espacial, las bases que soportan sus piezas irrumpen y se enfilan como exhibidores comerciales, hay obras que estorban la vista a otras, presiento que predominó la cantidad al cuidado museográfico.
No cabe duda de la maestría del artista, la exposición da cuenta de ello. Y a pesar de los detalles del montaje los invito a visitar el extenso trabajo que nos ofrece Víctor Hugo, un artista que arriesga técnicas y aborda diversos materiales.