Sociedad

Todo es cultura


Lectura 4 - 8 minutos
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Tilano abre los ojos antes del amanecer, sus hijos deben estar listos antes de las 6:30 para llegar a tiempo a la escuela; su esposa murió cuando nació la pequeña Ángeles, una niña que hoy tiene ocho años. Camina en silencio de su recámara a la cocina, pero antes hace una escala y activa la computadora. Le gusta escuchar a Vivaldi para recibir el día. Muele los granos de café criollo, sirve el agua en su cafetera italiana, su favorita, vierte la molienda sobre el embudo, la cierra y sobre la estufa observa y espera hasta que el sonido le avisa que su bebida está lista. Los niños sonríen al saludo de su padre, quien abre las cortinas que hizo la mamá, y entonces la luz inunda toda la habitación, la fotografía de ella los acompaña. Jaime, el mayor, está muy emocionado porque ese día presentará su maqueta sobre la generación de energía eólica; la niña los observa y los interrumpe para avisarles que ya logró hacer unas hermosas trenzas en su cabello, todos sonríen y la celebran. Desayunan en platos de barro y con jarritos decorados a mano. Los chicos tomas sus mochilas llenas de libros y cuadernos, y antes de salir a la calle escuchan en la radio que ese viernes habrá una festividad en el pueblo, un desfile de títeres y baile, la mojiganga anual. Él les dice que ya están listas sus máscaras y disfraces.

El café y la cafetera, la computadora, la escuela y la maqueta, la fotografía, las trenzas, la luz eléctrica, los libros, los cuadernos, las cortinas hechas a mano, la música, la radio, la festividad, las máscaras, los disfraces, la vajilla de barro, todo lo que les circunde es cultura. Vivimos arropados por ella y nos nutre; la creamos y nos crea. ¿Nos damos cuenta?

Hace muchos, muchos años, en el umbral de la civilización descubrimos la belleza, nuestros oídos disfrutaban el sonido del viento, construimos una mesa, una cama que envolvimos con cobijas y almohadones, pintamos los muros de colores, e inventamos instrumentos musicales; bailamos alrededor de los árboles, compartimos historias abrigados en torno a la luz de las velas. La noche se convirtió en leyendas de la voz de nuestros ancestros, y apareció el lenguaje escrito y el papel. Narramos y contamos sucesos, fantasías; brotaron de nuestras manos imágenes que recrean, representan, interpretan la existencia.

El tiempo, la necedad por descifrar y clasificarlo todo tramó epicentros que dividieron a la comunidad. Se construyeron aljibes y torres, murallas y laberintos, encasillamos lo que habíamos creado todos en conceptos que daban razón y estatus a sus forjadores. La división social sembró un orden vertical y nadie reparó en que todo estaba conformado de la misma raíz, de la necesidad de imaginar el mundo, de hacerlo más habitable y cordial, del impulso innato de crear belleza y recrear la vida.

¿Es acaso más valiosa una obra de teatro que el taller del artesano?, ¿el son que interpreta el campesino que la pieza de concierto? La coreografía que vemos en un foro es tan rica en expresiones como las danzas que recorren las calles; los cuentos que narran nuestros abuelos llegan tan hondo como la novela que leemos en un mullido sofá; los textiles y su iconografía trastocan las obras de arte; hay un lenguaje en cada una que dicta y asombra. Nada me es ajeno, el todo se filtra a través de mi piel y mis sentidos, todo es cultura.

Así como en el mundo se valoran los viejos legados y las nuevas expresiones, en nuestra región sureña también. En Morelos somos herederos de una larga historia, somos el todo y sus partes, somos las calles y nuestras habitaciones, somos el otro y el nosotros, somos un conglomerado de símbolos, lenguajes y expresiones. Pero suele pasar que algunos eventos parten la libertad. La pandemia nos arrinconó y las calles se quedaron vacías; durante más de treinta meses vivimos en la zozobra y el miedo engendró cambios, transformó nuestros rostros y las miradas fueron lengua y voz. La distancia fue un decreto para sobrevivir.

Pero como nada es eterno, y siempre logramos sobrevivir al caos, los que habitamos este país, y este territorio en particular, hoy respiramos liberación, y con ella creció el hambre, sí, el apetito que como motor nos impulsa a degustarlo todo: nuestro patrimonio histórico, la arquitectura, música, las letras, danzas, fiestas, dramas, comedias, arte popular, la cocina, los tejidos, el barro, la madera, el arte; tantos manjares hechos con amor. Gocemos, pues, un café y un abrazo en cada esquina, tomemos el menú de la cultura y seleccionemos la mejor entrada, los platos fuertes que nos seduzcan; los aperitivos, guarniciones, bebidas exquisitas y digestivos, sin que falten los postres, y más café.

Este año que sucumbe nos permite despertar de un letargo que, visto con buenos ojos, lo imagino capullo del que nacen renovadas energías para tomar las calles, asistir a conciertos, tianguis, museos, exposiciones, para ir a presentaciones de libros o visitar talleres y conocer artesanos; para andar las calles y escuchar la radio o ver películas o acudir a eventos públicos; para desayunar en los mercados, pintar los muros, enmarcar fotos, dejar un rato las redes y permitirnos sentir el viento y la lluvia, la noche y los ocasos; amanecer acompañados, besarnos en la boca, cuidar a los niños y a los viejos, jugar en los parques, respetarnos, ceder el paso, sonreír, descansar.

Hagamos del año que está por empezar un preámbulo para pensar en esos detalles que vive Tilano, nuestras hermanas, madres y vecinos.

Y porque somos una sociedad organizada existen también aquellos que miran nuestro estado como meta y poder. No hay duda de que quienes nos gobiernan ejercen una función necesaria. No por nada funcionario es aquel que ejerce un deber, y su tarea es organizar y administrar; pero no a su antojo, sino dando respuesta a quienes gobiernan, y esos somos nosotros. ¿Y qué queremos que hagan?, justamente que sirvan, y ello no es que sean serviles, y servir tampoco genera amos y esclavos. Servir significa responsabilidad, no poder.

El 2023 ya deja ver algunas siluetas que buscan colocar su bandera en el pináculo del palacio; ya algunos hacen labor para generar adeptos, seguidores, simpatizantes, y si bien aún no es tiempo para ello, es innegable que estas acciones son ya un hecho. Y entre tantos asuntos urgentes que deben atenderse, como la violencia y la inseguridad, los feminicidios, la procuración de justicia, la escasez de agua o temas de infraestructura, economía y empleo, la cultura debe ocupar un lugar destacado, porque todo lo que hacemos da sentido y forma parte de esta palabra.

Si seguimos sin contar con un robusto plan para el sector cultural nuestra sociedad seguirá limitada a ver atendidos solo los asuntos más lucidores o emergentes, aunque ni siquiera éstos se ven resueltos siempre. Por eso es tan importante que logremos que los futuros candidatos a gobernar nuestro estado, y los presidentes municipales entiendan que la cultura es el gran pilar del crecimiento. Si lo logramos, entonces podremos aspirar a ser un pueblo un poco más estable, más equilibrado, una sociedad en la que la lectura genere la crítica y el diálogo; tendremos niños con mejores herramientas para expresar su sentir, mujeres con la certeza de que son tomadas en cuenta, nunca violentadas, nunca.

La cultura es la urdiembre y la trama, es el eslabón de nuestras raíces y la detonadora de mejores hombres y mujeres. Es ella la que permitirá cuidar y valorar a nuestros viejos, niños y niñas; es ella la que vela por nuestras tradiciones y genera las condiciones para hacer de Morelos un lugar más vivible, más seguro; urge que todos exijamos a los que buscan gobernar el estado que consideren a la cultura como un pilar indispensable, como el soporte que nos constituye como mejores eres humanos, y dejen de verla como un ladrillo más en la pared.

Que el año 2023 sea bueno para todos, y que escojamos de la carta cultural los manjares preferidos. 

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Francisco Moreno

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