Sociedad

Uso y valor de las cosas


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Un par de burós, una cama de latón, un espejo desvencijado, la vajilla de los abuelos, esa máquina de coser, unas lámparas sucias, dos pinturas, unos dibujos extraños, los muebles de una recámara, enseres de cocina y otras cosas similares existen en cientos de casas y habitaciones; sus propietarios no siempre saben su valor económico y cultural, pues en muchas ocasiones llegaron a ellos como herencias familiares que van acumulando.

En el estado de Morelos, y en nuestro país en general existen miles de historias familiares y la genealogía que les antecede no solo son recuerdos y fotografías, apellidos y secretos. A las historias a veces se les suman casas hermosas, algunas abandonadas o cerradas, y éstas pueden tener cuartos y sótanos en los que suelen hallarse singulares muebles llenos de polvo, objetos decorativos únicos, libros antiguos, cuadernos con notas y recetas, documentos extraños, vajillas peculiares, herramientas maravillosas en desuso, equipos domésticos ya fuera de mercado, ropa de magnífica hechura, accesorios personales de plata, joyería antigua y también obras de arte. Todo un conjunto de objetos que los bisabuelos, abuelos, padres y demás familiares reunieron y heredaron a sus hijos o nietos; acervos que se van conservado las más de las veces por afecto, por el recuerdo de momentos y celebraciones. Son objetos que fueron útiles, pero dejaron de serlo, o pasaron de moda, quizá se descompusieron o simplemente dejaron de ser del agrado de los dueños originales.

Pero como el tiempo sigue su curso, y mucha gente piensa que poseer tantas cosas es síntoma de aprehensión negativa, un buen día deciden venderlas y organizan para ello un bazar o una venta de garaje. Antes hacen cálculos y especulaciones a partir de referencias tomadas de páginas comerciales consultadas en internet, y entonces les ponen precios, aunque éstos no siempre sean los adecuados, pues venden la mayoría de las cosas que valen cinco pesos en dos, las rematan. Pero al final logran su cometido: deshacerse de tanta cosa, ganar unos pesos y despejar espacios. Es lamentable que nunca hayan sabido el valor económico y cultural real de aquello que desecharon.

Hasta hace pocos años esos muebles y objetos se fabricaban o elaboraban con materiales duraderos, maderas finas y herrajes macizos, lucían tallas excelsas y ensambles increíbles. Se fabricaban con materiales de gran calidad y tenían mecanismos sofisticados. Las cosas se confeccionaban a partir del principio de durabilidad y funcionalidad. Sin embargo, en algún momento se impuso el ímpetu de hacer las cosas en serie, y la elaboración masiva de objetos a bajo costo remplazó aquella hechura manual de gran calidad por materiales artificiales.

Hay quienes dicen que debemos deshacernos de las cosas viejas, ya sea porque dejaron de estar de moda o porque apareció un modelo nuevo, o bien porque no hay que tener apegos, y entonces arrojamos estos objetos al cuarto de los trebejos, o se los vendemos al señor que compra fierro viejo, o los donamos a casas de asistencia o a personas a las que aún pueden serles útiles. Es un ciclo de uso y desahucio.

Cuando poseemos ciertas obras durante muchos años es común que nos familiaricemos tanto con ellas, que dejamos de verlas e incluso perdemos la capacidad de reconocer su valía. Nos son tan comunes que hacemos caso omiso de su presencia, y solo queremos deshacernos de ellas. Pero justo por eso, y por desconocer su valor,  que ciertamente no estamos obligados a saber, no nos percatamos de que ese par de burós eran diseños originales art decó, que el marco del espejo viejo era una talla en madera del siglo XVIII, que la vajilla era una Capidimonte de porcelana italiana, que la máquina de coser era la Singer que ganó el primer premio en la Feria Mundial de París en 1855, que la recámara era una pieza divina de art noveu y las lámparas Tiffany eran originales. Tampoco nos percatamos que las pinturas eran obra de José María Velazco y los dibujos de Diego Rivera. En los trebejos de la cocina había bateas hermosas, antiguas ollas a presión de hierro fundido españolas, sofisticados sacacorchos, cubiertos con mangos de baquelita, en fin, que poseíamos decenas de piezas que fueron bellas, y que lo siguen siendo, aunque nosotros las hayamos dejado de valorar y ver.

El uso de las cosas tiene su periodo de vida, pero su valor permanece. Curiosamente, algunos objetos adquieren un valor diferente al original, y por lo general es mayor, ya sea por sus características o elaboración, o por su diseño la autoría del creador, y por lo mismo, los coleccionistas y museos están a la caza de ellos.

Es muy importante que sepamos si las cosas que heredamos son verdaderas joyas, obras de arte únicas, desconocidas. Esculturas de bronce, juguetes de madera, dibujos asombrosos, primeras ediciones de libros, todo tiene un valor y éste radica en su unicidad, su autoría y elaboración, en la calidad de sus materiales.

Rescatar es resignificar. Datar el origen de las cosas que aparentemente ya no sirven es una labor sorprendente, porque muchas piezas resultan tener un valor histórico, son objetos sumamente apreciados, testigos de una época, de un estilo. Son huellas y vestigios que narran historias, que dan cuenta de la impronta del pasado en un presente cegado por la moda. Sin embargo, su valor trasciende, son piezas que adquieren una valía estética y simbólica. Son, finalmente, piezas que al entrar al mercado con una tasación diferente recuperan su atractivo, y por eso muchos pagan enormes cantidades por su posesión. Es sorprendente ver cuántas cosas recuperadas adquieren un gran valor.

Mi quehacer profesional cuenta con más de tres décadas de experiencia, y sin darme cuenta, de pronto tenía tanta práctica que me convertí en perito valuador de arte y antigüedades. Conozco, aprecio y sé valorar las cosas, y cuando me topo con lo que desconozco, indago, averiguo y determino con base en el conocimiento de expertos y de datos especializados, su verdadero valor de mercado. Me apasiona hacerlo.

Este año el Poder Judicial de la Federación me renovó por tres años más mi certificado como perito valuador; mi jurisdicción es el estado de Morelos, pero mi calificación aplica a nivel nacional.

Con pleno conocimiento de causa te digo: no tires las cosas que heredaste o posees, no las malbarates, entre ellas puedes tener obras de arte o muebles sumamente peculiares y valiosos.

 

 

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Francisco Moreno

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