Sociedad

Antecedentes sobre la vivienda social en México

Lectura 2 - 4 minutos
Unidad Habitacional Teopanzolco. Cuernavaca, Morelos.
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Antecedentes sobre la vivienda social en México

Unidad Habitacional Teopanzolco. Cuernavaca, Morelos.
Fotógraf@/ Google Imágenes.
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La vivienda es algo más que un inmueble de cuatro paredes. La vivienda es el espacio de convivencia, la fuerza de trabajo y la construcción de tu identidad.

Cualquiera de nosotros (familia de clase media) puede vivir razonablemente en un espacio de 70 a 80 metros cuadrados. Pero, ¿Qué sucede cuando el presupuesto económico, llámese, personal, familiar, privado o de dinero público no es suficiente para alcanzar el estándar de habitabilidad? (Aravena 2016).

Las políticas públicas de vivienda en México han resumido dos principales estrategias para subsidiar la problemática anterior: alejar y disminuir. Cuando el dinero no es suficiente, las viviendas se construyen en lugares fuera de los polígonos de contención urbana de las ciudades y en donde el suelo es más barato que en los centros urbanos. Si bien existen conjuntos con viviendas que rondan los 70 metros cuadrados, la mayoría de esta no sobrepasa los 50 metros cuadrados y por supuesto, sin ningún incentivo de progresividad espacial. A este tipo de vivienda se le conoce como vivienda social. A pesar de que, el termino podría sonar contradictorio, es el nombre que al gobierno le conviene, pues es el camino más fácil de atender el déficit de vivienda.

La historia de la construcción de la vivienda social en México ha tomado diferentes caminos que, hoy en día, marcan la arquitectura de esta nación. La industrialización de los años 30 y los movimientos migratorios del campo a la ciudad llevó a aumentar rápidamente la población de las ciudades. La demanda habitacional creció y los gobiernos no pudieron proporcionar una vivienda a toda la población, desencadenando un círculo vicioso de familias sin un techo donde dormir. En 1931 la ley del trabajo reiteró la obligación a los patrones de proporcionar habitación a los trabajadores.

En la década de los 40’s y 50’s aparecieron las instituciones gubernamentales encargadas de fomentar la construcción de vivienda para la clase obrera. Estos nuevos institutos atendieron la creciente necesidad por satisfacer con grandes cantidades de vivienda a una población cada vez más marginada y excluida. Los primeros ejercicios sobre vivienda social respondieron a parámetros de diseño del entonces Movimiento Moderno Internacional de Arquitectura.

Fue en 1949 cuando se construyó el primer gran conjunto habitacional de vivienda social colectiva en México, el Centro Urbano Presidente Miguel Alemán. El conjunto era fiel discípulo del movimiento moderno y marcó el principio de una serie de proyectos habitacionales en México que pretendían solucionar el problema de la vivienda (Sánchez 2012).

En 1972 se creó el Instituto de Fondo Nacional de la Vivienda para los Trabajadores (Infonavit, por sus siglas) con la premisa de ser un instituto capaz de disminuir el déficit de vivienda que se vivía en el país. Fue hasta el año de 1992 que el Infonavit deja de constituir el Fondo de Ahorro con las aportaciones de sus derechohabientes, fondo que se usaba para la construcción de las unidades habitacionales, reforzándose el carácter financiero y no constructor, lo que permitió concentrar sus actividades en el otorgamiento del crédito y cuidar la subcuenta de vivienda. Ahora los encargados de la construcción de la vivienda social eran las empresas privadas, que más allá de querer erradicar el déficit de vivienda lo convirtieron en el mayor negocio inmobiliario de todos los tiempos, plagado de corrupción, desigualdad y falta de ética. Esta mala estrategia aprobó conjuntos habitacionales mal logrados, que en lugar de prosperar estimulaban la pobreza.

En México, durante los últimos años, la construcción de vivienda social ha perdido fuerza e interés por parte de los desarrolladores, pese a ser la más asequible para la población. En la actualidad, el discurso de la vivienda social parece ser el discurso que nadie quiere escuchar, no se construye nada; por el contrario, lo que existe esta en pésimas condiciones, poniendo en jaque a los gobiernos sobre como resolver el tema del déficit, pero también qué hacer con la vivienda existente que, en su mayoría, es precaria, frágil, pequeña e insegura de los conjuntos habitacionales, un punto ciego que tiene un enorme potencial para instrumentar un re-entendimiento de nuestra relación social con la vivienda y el entorno urbano.

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Víctor Hugo Wido Martínez

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