Sociedad

La semilla que sembramos


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Sebastián cabalga todos los sábados con “Rosita” por los alrededores da la Cañada de Quetzalcóatl. El terreno es agreste y rocoso, pero el sonido que emite el río que serpentea por la angostura de la sierra del Tepozteco y la sensación del infinito cielo abierto que lo protege exaltan una sensación de placidez y regocijo en su corazón de niño. La yegua que le dejó su abuelo trota lento, pero él sabe que el espíritu del anciano los acompaña en sus recorridos matutinos.

Hace unas semanas, la escuela a la que asiste Sebastián recibió la visita del joven músico Morgan Szymanski, quien jugó con él y sus compañeros. El chico, maravillado, descubrió los hermosos sonidos que el artista producía con un instrumento, y la música de inmediato hizo nido en su corazón y lo entusiasmó. Experimentó algo que nunca antes había sentido: los efectos embriagantes del arte.

El sábado en que Sebastián cabalgaba con su yegua, vio a lo lejos a tres personas que recorrían la montaña. Como él, también iban a caballo, y cuando los miró bien, creyó reconocer a uno de ellos. A paso lento se acercó. Un golpe de adrenalina aceleró los latidos de su corazón cuando confirmó que sí era quien él pensó. “Eres Morgan, el músico que fue a la escuela”, le dijo, sin titubear, al tiempo que le ofrecía de los cacahuates que llevaba como desayuno. Las miradas de ambos se cruzaron, y una sonrisa cómplice y humilde iluminó sus rostros. La conexión y el vínculo que generó el espíritu de la música cimbró al músico, quien se sintió feliz al ver que la semilla de empatía que sembró por el arte había caído en terreno fértil.

Pero ¿qué hacía Morgan Szymanski visitando escuelas con su arte? La historia comienza años atrás, antes de que él mismo naciera. Inicia con el genial violinista Yehudi Menuhin, de origen ruso y ascendencia judía. Cuentan que los padres de este músico descubrieron a tiempo las habilidades y capacidad de su hijo con la música, y lo motivaron e impulsaron para que dedicara su vida a ella. Gracias a eso, Yehudi pudo crecer con un espíritu libre, creativo y alegre. La música lo arropó en momentos inesperados en terrenos inhóspitos, pues cuando la devastadora guerra segregó a judíos, gitanos y demás víctimas del nazismo, él tocó en los campos de concentración para aliviar su pesar. El sonido que producía con su instrumento apaciguó su dolor y el de quienes lo escuchaban, porque con su música despertó instantes de belleza, en medio de la desolación. El arte sentó en los corazones de quienes lo escucharon la esperanza en la vida, y fue, quizá, el último abrazo al alma que recibieron. Pero el lector se preguntará qué relación tiene Menuhin con Morgan Szymanski.

Morgan es un artista de escasos 42 años, pero su incursión en la música data de muchos años atrás. Su capacidad y destreza se nutrieron con estudios en escuelas en México, Londres y Ámsterdam, y ya con el empeño de buscar nuevos territorios que explorar, incursionó en el movimiento europeo “Live Music Now”, que justamente fundó Menuhin en el Reino Unido, en la década de los setenta. El virtuoso violinista estaba convencido de que los músicos experimentados debían conectarse con las personas que sufrían exclusión o desventaja social, para juntos trabajar y crear sesiones de música en vivo, que fueran atractivas, interactivas y sanadoras. Sabía, por experiencia propia, y por la evidencia que existe al respecto, que sesiones así mejoran significativamente la salud y procuran bienestar. También hacen que la comunicación fluya mejor, fortalecen las relaciones y sus efectos positivos duran mucho después de que deja de sonar la última nota. Después de más de quince años de participar en este generoso afán, Morgan regresó a México con las maletas cargadas de iniciativas y mucha energía.

A su llegada al país, descubrió que no existían programas o planes que acercaran la música a los niños y adultos mayores, a los mexicanos marginados por limitaciones físicas, y a los segregados por condiciones sociales y geográficas. Todos ellos se encontraban al margen de la música. Fue entonces que tuvo clara la tarea que tenía frente a sí: tomar la estafeta de Yehudi Menuhin y emular en México sesiones como las que el violinista puso en marcha en Europa.

Fue entonces, que hace diez años, en Tepoztlán, fundó el Programa de Retribución e Impacto Social Mediante las Artes (PRISMA). Valle de Bravo, en el Estado de México, y otras poblaciones también han experimentado gratamente los resultados de este programa.

Durante este tiempo, PRISMA ha producido y participado en un sinfín de talleres y conciertos, y en sus demostraciones anuales han sido protagonistas talentosos artistas de primer nivel internacional, que bajan del pódium para tomar las manos de los niños y jugar, interactuar y fecundar en ellos la sensibilidad por la música. La visión del arte de Morgan Szymanski ha logrado convertir este Festival en un espacio en el que colaboran también clowns, actores, y bailarines. A lo largo de estos casi diez años han logrado involucrar a más de 18 mil niños, no como audiencia pasiva, sino como copartícipes de conciertos interactivos.

El problema de salud pública mundial que hemos experimentado en los últimos tres años limitó severamente su margen de maniobra, pero como Morgan es un ser creativo y necio en sus afanes, tuvo la paciencia para esperar hasta que volviera a tener las condiciones apropiadas para continuar su trabajo. Hoy, que ya han disminuido las restricciones de sana distancia, él ha renovado su compromiso con los niños y niñas, y ha programado el Festival PRISMA 2023.

La noche del miércoles, en Tepoztlán, en una mesa del espacio cultural y gastronómico Ombú, departimos Morgan Szymanski, André Loewe, Nabani Aguilar y quien esto escribe. Conversamos y reímos con el mejor de los ánimos sobre esta nueva etapa de PRISMA. Nabani Aguilar comentó lo asombrado que se sintió en uno de los talleres que impartieron, cuando decenas de niños se acercaron a él, con ganas de recibir una dedicatoria suya, o simplemente estar cerca de él para a su lado sentir la emoción que provocan los sonidos. Me contaron que impartirán talleres en Tepoztlán, Amatlán y San Juan Tlacotenco, pero debo aclarar que estos talleres no deben entenderse en un sentido tradicional, rígido, porque lo que PRISMA genera son eventos lúdicos o conciertos interactivos en los que niños y niñas actúan con ellos, juegan, se divierten y disfrutan, y en cada acto atrapan las notas de Bach, del son jarocho, del blues, y de otros géneros que despiertan el interés por esta expresión artística, pues como dice el André Loewe, “las artes no se deben enseñar a los niños para que aprendan arte, sino para que se desarrollen como mejores seres humanos”.

PRISMA es una iniciativa de la sociedad civil, de un grupo de artistas convencidos de que las artes no solo son disciplinas que a ellos les apasionan; que la música no solo está en los escenarios y grandes foros, sino que cuando esta expresión se coloca a ras de suelo, toca el corazón de niños como Sebastián. Están seguros que cuando esto sucede, la música enciende un ciclo de dar y recibir, pero es una dádiva que no tiene precio, pues el intercambio es de experiencias y conocimientos, y así se fomenta el crecimiento, la sensibilidad y la curiosidad.

PRISMA tiene grandes planes entre los que está la colaboración con la Sociedad Mexicana de Música en Londres, y una mayor participación en los Centros de Atención Múltiple, que atienden a personas con discapacidad. También participará en subastas de arte para generar fondos y en un sinfín de actividades, pues el hilo que alguna vez descubrió Menuhin se ha convertido en una cadena robusta que otras generaciones deben tomar y continuar.

Este 19 y 20 de enero PRISMA realiza un pequeño Festival, que incluirá sus clásicos talleres, pero, además, el viernes 20, en Ombú, sitio de reciente apertura que cada semana gana terreno en la preferencia de quienes vivimos en Tepoztlán, habrá un concierto de clausura del festival.

La semilla que sembramos nos dará frutos, y si ésta proviene del mundo del arte y la cultura, seguro estoy que mejoraremos la esencia de nuestra lastimada sociedad actual.

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Francisco Moreno

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