Imposible conocer el origen. Podemos especular, suponer y en ocasiones atisbamos afirmaciones con base en reflexiones y deducciones, pero ¿alcanzar ese conocimiento nos aportará algo para entrar en el mundo al cual el pintor se sumergió para crear una obra de arte? En realidad, para acceder a ese universo no se requiere un conocimiento racional e irrefutable, demanda en todo caso una apertura sensible que proviene de la misma naturaleza. La clave está en el obturador, el tiempo y la abertura del ojo.
¿Es la pintura representación de la realidad?, ¿qué es la realidad?, ¿vemos lo mismo unos que otros? las respuestas a estos cuestionamientos pueden ser tan variadas como la percepción que tenemos cada uno de una obra de arte. Y justo es ahí donde radica la belleza e inconmensurabilidad del acto creativo, la dualidad del que crea y del que observa emana en un instante. El pintor trabaja con ahínco, perseverancia y disciplina, tarda años para liberarse del conocimiento y, en un soplo de intuición cierra los ojos de la razón y arroja sobre el lienzo pinceladas de pigmento azurita sobre un fondo rojo sangre, trazos firmes de color negro equilibran las formas y después de miles de ensayos aparece lo que él ve, el origen de su pintura subyace entre recuerdos y momentos presentes.
Sin embargo la obra está inacabada pues demanda al otro para cerrar su ciclo; la dupla es una mancuerna tejida con muchos ojos, una pintura te reta, te provoca y en su fortaleza simbólica penetra a quién la observa, éste se deja envolver por el color y las formas, aparece un minotauro y un instrumento musical, la luz baña un escenario de cupulas, edificaciones y coliseos; hay figuras que refrescan arquetipos, una lluvia de pinceladas absorbe al espectador y éste se conecta con la obra, no hay un antes y un después, la contemplación es el inicio de un encuentro anhelado.
Sirva este preámbulo para acercarme a la obra de un pintor que ha llegado y logrado remontar su experiencia y conocimiento para darle paso a la inspiración. Antes me pregunto si es posible desgranar con palabras lo que un pintor ejecutó con pinceladas. No estoy seguro, en todo caso puedo tocar la emoción y con ello corro el riesgo de escribir poesía; mi percepción camina más sobre la ruta lírica pues la pintura es ya un lenguaje que no requiere explicaciones. Me arriesgo en todo caso a narrar con la misma libertad que el pintor.
Dije que era imposible conocer el origen, pero quizá pueda encontrar señales en un camino de sombras para escribir una apología del color. La obra de Jazzamoart recorre un amplia gama cromática qué, cual prisma dispersa la luz en longitudes que estallan en una iconografía identitaria, sus obras recorren con perseverancia lugares comunes y personajes míticos, brotan sonoridades espontáneas y subjetivas que deambulan entre cantinas, salones y escenarios festivos; frases cortas cual brochazos que sustituyen la estructura horizontal por armonías en fuga, la música se fusiona en sus telas y cual jam session intercala el rojo primario y el lapislázuli, el verde ocre y las tierras, el amarillo cúrcuma y el negro como paladín. Las señales suelen ser evidentes y otras ocultas, cada pieza es una historia con personajes, el juego del enigma y la improvisación.
Observar con tiempo es contemplar, solo así lograremos descubrir que el color es pretexto y disfraz en sus creaciones. Muchas de las figuraciones que atraviesan las obras de Jazzamoart se escurren y en una metamorfosis plástica una efigie crece y nace una abstracción. Hay piezas que son hijas de la pasión por un color en las cuales el pintor traduce sus estados anímicos, lienzos que van del gris degradado con toques de negro y blanco a la multiplicación abigarrada del color y, en esa mutación vale más no leer cómo las nombra pues es mejor el ejercicio de la ficción e imaginación que la metonimia. “Saxo de barro y pintura” es un buen ejemplo de lo anterior. En ésta las formas intrincadas y la monumentalidad de la figura establece un fino equilibrio con la cueva cual pedestal color crema inferior derecha; hay una libertad lúdica en las pinceladas que, fondeada en tonalidades suaves superiores y firmes inferiores crean una arriesgada figura abstracta. Por el contrario, “Viejos y nuevos códices” nos arroja de lleno a un escaparate de formas y colores vivos, un sobrecogedor paisaje naif acuático con rostros, ciudades, ojos y sexo. Es su obra una apuesta al color y la imaginación.
De la paleta a la silueta, del protagonista a la efusión, muchos de sus temas transcurren con gestualidades reconocibles pues cada tela de Jazzamoart contiene una dosis regulada y otras exaltada de su personalidad. Ya lo veo entrar por los pasillos oscuros al coso taurino determinado por la luz del sol; con puro en mano y una bota de buen vino el pintor toma asiento en un palco, su mirada ataja el movimiento de la luz y admira las siluetas de los matadores en el paseíllo; la furia de un toro de lidia embiste el juego del capote y la muleta que el torero esgrime; el movimiento cual danza y circo hacen de este ancestral espectáculo una obra que penetra por sus pupilas, no sabe el pintor a donde posar su mirada, todo luce y la fiesta se congela en “Toros al óleo y al olé”, la triada “Olé óleo” son telas cargadas de sangre, luces y monteras; aparecen picadores y subalternos, monosabios y alguacilillos. Todo cabe en estas obras que como la misma fiesta brava, son una suerte entre la vida y la muerte.
La fusión de sus paradigmas no suele quedar plasmado en un solo escenario, la bohemia como forma de atravesar el mundo ha sido una huella en la vida de Jazzamoart, la tauromaquia, el jazz, la vida nocturna y los placeres de Baco aparecen una y otra vez, esta mezcla alimenta el trazo de su trabajo, y hay piezas que así lo demuestran: “La taberna de los toreros” atrapa una pléyade de motivos plásticos que hacen de este artista un pintor consolidado, arriesgado y original; en ella aparece al fondo otra obra como espejo y las cabezas de los toros cual trofeos de guerra, entre tanto, la taberna se encuentra cargada de luces y algarabía con destellos de color como minúsculas salpicaduras y gotas de pintura. La luz es movimiento y el sabor del vino y olor de los habanos se perciben.
Pero la expresión de sus pasiones no termina sobre el ruedo y la tauromaquia, la supera. Su obra “Morante y el piano de Monk” es un tributo a la pintura y la música. En ella el Jazz cual toro de lidia se nos aparece y un matador lo enfrenta y domina, es una peculiar conexión donde ni el torero ni el músico son los protagonistas, es la pintura y la composición que construyen una exquisita imagen; nuevamente el color en Jazzamoart hace de su obra un poderoso bastión, el fondo ocre terroso simula la luz mezclada con el ruedo, éste provoca movimiento y profundidad mientras el negro del instrumento y el matador encuentran un atinado equilibrio que hacen del capote la mejor luz de la obra.
Así, nuestro pintor no niega y muy por el contrario celebra de quienes ha aprendido esta manera de expresarse, “Las meninas taurinas” son una obra más de las cientos que otros artistas han transfigurado sobre la obra de Velázquez. En este caso Jazzamoart destierra algunos personajes para sustituirlos por aquellos que celebran la fiesta brava, las meninas son ahora parte de esta celebración, los reflejos son pases, y un solemne Don Diego observa al otro pintor cómo juega con su mejor herramienta, el color y sus meninas taurinas.
Como síntesis de esta serie de lienzos hay una que simula la obra “Galería del archiduque Leopoldo Guillermo en Bruselas” de David Teniers el Joven. El lienzo “La pintura y otras aficiones” pereciera más un “gabinete” de curiosidades o un escaparate de sus apegos, sus pasiones les llamaría yo. En un barrido sobre esta tela vemos que predominan figuras aisladas en más de tres planos, en ella podemos ver a la música y el jazz, la tauromaquia, un minotauro, el pintor y su pintura, ensambles y collages, esculturas y otras aficiones que, nuevamente con escasos dos o tres colores y sus diferentes tonalidades hacen que su atracción radique en qué de lo que ves te atrapa. Es un mosaico de arquetipos que hablan del artista.
La carga simbólica que Jazzamoart imprime en sus obras posee un revestimiento muy personal, el color y la forma. Las obras intituladas “Viaje al fondo de la pintura” nacen de un punto de fuga unidireccional donde el ojo queda atrapado en el centro, las figuras se contraponen, pues las hay encapsuladas en líneas geométricas verticales y otras horizontales, este juego de imágenes posee un dinamismo cromático predominante. La calidez del azul hace una notable diferencia entre las dos que creó para esta serie. En una las siluetas abstractas son visibles gracias al negro que las contiene, mientras la otra pareciera un profundo abismo donde no sabes si caes o eres tragado, la fuerza de sus trazos, contornos y líneas hace la diferencia. Del mismo modo pero con dos variantes de color, la obra donde el gris es luz y los objetos son esculturas resulta placida pero gélida, es como el acceso a un santuario deshabitado donde las formas logran un contrapunto y profundidad atrayente; la otra, en colores verdes óxidos o terrosos hace un juego con las múltiples personajes que ahí aparecen, las cajas rectangulares en perspectiva iluminan un extraño escenario, no sabemos que hay o pasa ahí, es una pintura con expresividad única, atrayente como la anterior, pero diferente en su calidez cromática.
Resulta entonces que si la perspectiva es fondo, profundidad, puesto entonces la pintura es motivo y causa de esa mirada que nos intriga, la pintura como viaje, la obra como medio. Al final los contrarios se atraen y nos vemos en un viaje al fondo de la pintura.