Sociedad

Rastros de Identidad


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Frente al cine Morelos está el café de los hermanos Calavera; después de estacionar mi auto entré en él para disfrutar un buen expreso lungo al mejor estilo italiano, negro corto con más agua. El grano que degusté fue un arábica de Veracruz y quién lo preparó sabe su oficio.

Ya con mi dosis necesaria, caminé menos de dos cuadras y llegué al lugar que quería visitar, el Museo de la Ciudad de Cuernavaca (MuCIC). A pesar de que la avenida Morelos es una arteria principal del centro de esta ciudad, y que tiene una intensa y desordenada afluencia de peatones, transportes públicos, automóviles particulares y negocios, en ella abunda la oferta cultural y arquitectónica, digamos que es una especie de corredor del arte, pues hay otros espacios museísticos y culturales aledaños.

El MuCIC es un museo joven, la casa que le da cobijo no. Esta mancuerna ha tenido algunos resultados afortunados. El uso de edificaciones coloniales que albergan museos es recurrente en muchas ciudades del país, y sin duda hay unos mejor atendidos, cuidados, restaurados y conservados que otros, pero a la mayoría los impulsan buenas intenciones afines al arte y a la cultura.

La razón de mi visita fue observar la exposición “Rastros de Identidad”, colectiva de obra gráfica curada por Wilbert Martínez con la colaboración de Jessica Bautista y Rolando García, tres jóvenes artistas visuales morelenses.

Cuando me enteré que se exhibirían más de 90 piezas de 40 artistas provenientes de otros estados, como Michoacán, Estado de México, Guanajuato, Puebla, Oaxaca y Yucatán, me pareció que la propuesta era arriesgada. Hacer una selección equilibrada de tantos creadores con propuestas diversas es un reto, pues tan solo con dos o tres artistas uno tiene la enorme tarea de diseccionar su trabajo para encontrar un hilo conductor armónico, un concepto discursivo visual y, por supuesto, un montaje y una museografía correctas.

Mis especulaciones sobre los riesgos que implicaba conformar una colectiva de estos vuelos se confirmó. No logré identificar los motivos curatoriales de la exposición, y mi expertis museográfico detectó lamentables faltas o desaciertos. No pretendo con ello descalificarla, y menos juzgar a rajatabla la intención que le dio origen; muy por el contrario, vi en ella elementos sumamente valiosos, tanto de contenido y propuestas, como de soportes y técnicas.

Este 2023 el museo celebra 14 años de su fundación, sin embargo, las condiciones espaciales y de mantenimiento distan mucho de evidenciar que tenga un abultado presupuesto. Vale la pena destacar que éste depende del Instituto de Cultura del Ayuntamiento de Cuernavaca, esto es, que el museo es un espacio municipal, y ello ya dice bastante de los recursos que pueda tener para su funcionamiento y operación. Y si a esto agregamos que los presidentes municipales que ha tenido Cuernavaca desde la inauguración del museo (2009) provienen de tendencias políticas desiguales (tres del PRI, uno del PSD, uno de Morena y el actual del PAN), podemos formarnos una idea de las prioridades que un museo como este pueda tener en sus planes de trabajo.

Pero regresemos a la exposición. En ella pude ver obras de varios formatos, técnicas con soportes diversos y estilos múltiples de artistas jóvenes y otros ya con una trayectoria más consolidada. Me niego a usar el adjetivo “emergentes”, porque entiendo que éste proviene del verbo emerger, el cual alude al hecho de surgir o salir, y trata de justificar a los autores con poco recorrido o experiencia como tal. Pienso, más bien, que son, jóvenes creadores.

La gráfica o estampa es una técnica en constante evolución, las artes visuales y quienes se expresan con este lenguaje la utilizan una y otra vez desde hace muchos años. Es un método sumamente dúctil con numerosas posibilidades, pero no fácil; gracias a él el artista explora nuevos estilos, y nos ofrece propuestas estéticas ricas en dibujo y color.

Los participantes de esta exposición utilizaron el aguafuerte sobre cobre o lámina de zinc, el aguatinta, la xilografía y la punta seca; la litografía, mezzotinta, moku hunga (grabado japones), huecograbado, xilografía, linograbado, electrografía, impresión digital y, por supuesto, el empalme de una o dos de éstas, calificadas como mixtas.

Los soportes a los que recurrieron también dan cuenta de una variedad interesante, pues si bien está el uso del papel de algodón y otros de buena calidad, también acuden al tetrapak, el pvc, los hilos, barnices, mdf, empaques de plástico, encerados con encáustica, trovicel, manta, tintes aditivos y pet.

La diversidad de técnicas y soportes habla de una búsqueda, de exploración y de tomar riesgos, iniciativas mediante las cuales las obras adquieren un tamiz diferente, son piezas que nos invitan a derribar hábitos visuales para dar cabida a nuevas experiencias.

¿Pero qué pasa cuando observamos una obra de arte?, lo que el artista plasmó no siempre es lo mismo que nosotros sentimos, cada uno ve de manera diferente, por ello cada obra es una puerta abierta para los espectadores.

40 artistas son muchos, 90 obras más, y para lograr que este conjunto atrape mi mirada requiero una espacialidad y distancia entre ellas. Bajo estas premisas entré por la salida, después abordé la sala de en medio y terminé en la entrada; no miré las cédulas para no ensuciar mi expectación, menos aún el texto de sala, pero sí me detuve en aquellas obras que me hablaban y las que atajaron mi paso, las miré todas.

Celebro las obras de Carolina Ortega, Ivana Monroy, Itzel Beltrán, Amanda Woolrich, María Guadalupe Ochoa, Leopoldo Solís, Samuel Chávez, Alondra Benítez, Alpha Patiño, Darío Meléndez, Pedro de Jesús, el políptico de Diana Morales, la pieza de Wilberto Martínez, las de Mauricio Colli Tun y la instalación de Jessica Bautista; pero de entre todas, elogio las obras de Ernesto Alva, Ana Rojas y Coral Revueltas, y si estuvieran en venta me llevaría sin pensarlo los monotipias y colografías de Cristina Ibarra, extraordinarias piezas que ameritan una individual.

La tarde me ganó y el hambre más; al salir del MuCIC busqué un lugar donde comer, y en la esquina de Rayón y Morelos me di un banquete en un lugar fantástico, el restaurante Emiliano Greens. El día cerró más que perfecto. En verdad les recomiendo que vayan a esta zona, y si les gustan las aventuras visuales, gastronómicas y baristas, no dejen visitar esta franja urbana y, claro está, visiten la exposición “Rastros de Identidad” en el Museo de la Ciudad de Cuernavaca.

 

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Francisco Moreno

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