El campo. Esos territorios que al transitar carreteras miramos indiferentes como simples espacios sembrados de milpas, sorgo, magueyes, hortalizas, árboles frutales o maderables; donde observamos pastar al ganado menor o mayor las más de las veces en parajes áridos, o acaso con un arroyo seco que habrá de llevar agua en el verano o, en los mejores casos, que cuenta con un complejo o rústico sistema de riego, son mucho más que paisajes ajenos a nosotros.
Campo o agro es el espacio físico que alberga diversidad de tierras, ecosistemas y agroecosistemas, poblaciones rurales y formas de vida comunitaria que constituyen los pilares de la estructura económica de cualquier país.
De esos espacios provienen los alimentos vegetales y animales que consumimos, las materias primas para la industria y servicios ambientales como la regulación del ciclo hidrológico, el mantenimiento de la composición de gases de la atmósfera, la conservación de la biodiversidad, la protección del suelo y la belleza escénica.
Reconocer estos valores tangibles e intangibles que han sido custodiados por la gente de campo mediante actividades tradicionales de interacción con la naturaleza es uno de los objetivos de conmemorar cada 7 de marzo el Día Mundial del Campo.
La celebración surgió de una tradición en Argentina y la han ido adoptando múltiples naciones para poner en relieve la importancia del medio rural para el bienestar social, ambiental y económico de toda nación, y recordar todo lo positivo que el campo y los campesinos y campesinas aportan a nuestra vida.
Es necesario tener presente lo anterior porque la transformación del campo a nivel global mediante la urbanización y la agroindustrialización, propició graves fenómenos económicos, sociales y ambientales como la migración campesina, la degradación de los suelos, la desertificación de las tierras, la tala irracional de los bosques, la pérdida de biodiversidad y el cambio climático, entre otros.
En nuestro país casi una tercera parte de los habitantes es población rural. Hace una década, 30.2 millones de personas habitaban el campo, concentradas principalmente en los estados de Veracruz, Oaxaca, Chiapas, el Estado de México y Puebla, cada una con más de 2 millones de personas en comunidades rurales.
Seis entidades tenían en 2010 predominio de población rural: Oaxaca, 64%; Chiapas, 61.2%; Hidalgo, 58.5%; Tabasco, 56.1%; Zacatecas, 55.1% y Guerrero, 53.4%.
Aunque la vida en el campo no es fácil para quienes han vivido con el confort que dan los servicios urbanos, en años recientes ha ido sucediendo un fenómeno inverso, principalmente en países europeos donde cada vez más personas buscan el retorno a la naturaleza.
El regreso para escapar del estrés citadino incluso para realizar teletrabajo en tiempos de pandemia, ocurre aun cuando no existen en el campo todas las comodidades y el confort de las urbes, porque la conectividad de las nuevas tecnologías invita a reencontrarse con esas raíces donde los ancestros cultivaron la tierra tiempo atrás.
Se reconoce ahora la importancia de la naturaleza en la salud física y mental, y que en un mundo cada vez más urbano el contacto con el campo es vital para prevenir y curar enfermedades que los entornos excesiva e innecesariamente artificializados ocasionan.