Desde Tijuana hasta Mérida, MORENA es una marca bien posicionada. Ocho de cada diez personas la conocen; 70 de cada 100 creen que ganará la elección presidencial de 2024, y 6 mil de cada 10 mil están seguras de votar por esa opción, aunque cuatro de cada 10 no han decidido o podrían cambiar su preferencia.
Actualmente, en el mapa político del país, MORENA y sus aliados gobiernan 22 de las 32 entidades federativas, lo que refleja una continuidad en los altos índices de legitimidad, desde la dimensión electoral, adyacentes al proceso democrático que lo llevaron a la Presidencia de la República en 2018.
Así, en las elecciones intermedias de 2021 retuvo la mayoría en ambas cámaras del Congreso y se hizo con la mayoría absoluta en las legislaturas locales y gobiernos estatales. Asimismo, en las elecciones de junio próximo, MORENA se mantiene como claro favorito en la plaza electoral más importante del país: el Estado de México.
Con este capital político a cuestas, cualquier “estrategia de confort” sugeriría jugar con el marcador, es decir, martillar una y otra vez que la elección está decidida, que será un mero trámite y que no hay razón para sobreexponer a las personas aspirantes ni al proceso de selección de su candidata o candidato presidencial.
Tal es la estrategia que MORENA pareciera estar siguiendo en el Estado de México, pero una diametralmente opuesta en el ámbito nacional, en el contexto de la elección presidencial. Hay una exposición inusitada, un activismo excepcional y un avasallamiento de espacios en el imaginario público (lo que se conoce como “sucesión adelantada”), que le han permitido al movimiento-partido acaparar la conversación y el pensamiento de la ciudadanía respecto a las elecciones concurrentes de 2024.
La teoría de juegos es de carácter matemático y se suele vincular con otras, como la de elección racional o de la decisión estadística. Tiene como objeto de estudio las situaciones competitivas o de intereses opuestos de manera formal y abstracta, así como sus particularidades generales, a fin de ayudar en la toma de decisiones. Por otro lado, a la teoría de juegos clásica se le divide en dos tipos: cooperativa y no cooperativa.
Así, para ilustrar el panorama político en términos de la teoría de juegos, si en el Estado de México se aplica la estrategia del confort o la de cero riesgos, a nivel nacional, MORENA está jugando al máximo riesgo o a la aplicación del principio racional “el que no arriesga no gana”; paradójicamente, lo hace como si estuviera en el último lugar de las preferencias electorales.
Esto conduce a la siguiente pregunta: ¿por qué el puntero de una carrera arriesga tanto contra sí mismo, al grado de poder ser descalificado y expulsado de la competencia, sobre todo si se aplica el marco normativo existente relativo a los actos anticipados de campaña? Por dos razones: la primera, por un instinto de avasallamiento sobre los otros competidores, en una especie de juego de suma cero, y la segunda, porque no está seguro de sostenerse en la punta de la puja, lo que definiría sus estrategias con base en las máximas de un juego no cooperativo.
Podría decirse que para MORENA aplica más la segunda que la primera. Y en esto juega la historia reciente. En la elección intermedia de 2021, varias encuestas y pronósticos dibujaban la ventaja arrolladora del partido en la Cámara de Diputados, pero no resultó así, ya que, además de no obtener la esperada mayoría calificada por sí sola, perdió la mayoría absoluta y se convirtió en la primera minoría.
Esta irrupción de un escenario no esperado explicaría más tarde tanto la sucesión adelantada al interior de MORENA como la presentación de los planes A, B y C de la reforma electoral, cuya motivación es nítida: se teme más a los árbitros y a los jueces de línea que a los competidores a nivel de cancha.
Pero ¿qué hay del otro jugador, de la oposición? Parece guiarse por el dilema del prisionero (uno de los teoremas de la teoría de juegos): “delato o callo”, o por el de “piedra, papel, tijera, lagarto, Spock”. A medida que avance el calendario electoral, crecerán dos presiones, una, integrar un bloque opositor lo más amplio posible, y otra, delatar ante el árbitro —y el público— todo el presunto dopaje o inequidad que genere la sucesión adelantada.
Independientemente de las decisiones o estrategias que pueda seguir el partido oficial de cara a la elección presidencial, se debe reconocer la necesidad de infundir al instituto político de aires de inclusión y modernidad democrática. La verticalidad, propia de los partidos de viejo cuño (ahora ubicados en la oposición), erosionó su estructura desde las mismas bases, comprometiendo con ello su legitimidad frente al electorado y, en el caso de MORENA, sus problemas internos podrían constituir un riesgo considerable para los resultados de los comicios y, al mismo tiempo, un juego de información incompleta.
De ahí la insistencia de varios de sus fundadores para garantizar formas democráticas al interior del partido y del Gobierno. Por estos motivos, conviene establecer mecanismos transparentes y democráticos, que se ajusten a los extremos legales en los procesos internos de selección de candidatas y candidatos y en las estrategias de difusión y propaganda política para competir en las justas electorales del año próximo.
MORENA debe asumir con toda responsabilidad la vocación democrática que marcó sus inicios como movimiento popular. A pesar de ser un instituto político bastante joven, desde el momento de su registro ha repetido vicios y errores de organizaciones políticas de antaño. No debe soslayarse su compromiso ético y moral de plantear una lucha permanente para recuperar plenamente los principios de fraternidad, honestidad, colaboración y respeto a las diferencias, y que el desempeño de los cargos públicos responda a la necesidad de servir y procurar el bien de las y los demás, y no sea utilizado como medio para la consecución de objetivos personales, de facción o de grupo.
Finalmente, amén de la serie de incertidumbres en torno al juego de la democracia en México, de algo deben tener certeza ustedes, estimadas lectoras y lectores: en la contienda electoral de 2024 habrá de todo, excepto aburrimiento y bostezos.
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