Cuando Jonathan Uriel terminó sus estudios de nivel medio superior su deseo era continuar en la universidad porque quería ser abogado; sin embargo, cuando su novia le dijo que estaba embarazada se olvidó de la escuela y empezó a trabajar como operador del transporte público.

“Quería seguir estudiando. Quería ser abogado porque es una carrera que me llama la atención. Decía que como abogado iba ayudar a las personas que más lo necesiten, pero mi novia me dijo que estaba embarazada y tuve que dejar la escuela para hacerme cargo de ella y del bebé”.

Su primera opción de trabajo fue el transporte público, porque le comentaron que se obtienen buenos ingresos y, aunque le gusta esta actividad, señaló que la desventaja es que no tiene prestaciones ni seguro social, por lo que aspira a pasar a la formalidad en una empresa de transporte.

Aunque desea continuar con sus estudios profesionales, Jonathan reconoce que ahora como padre de familia es complicado, pues tiene que solventar los gastos de la casa. 

Dijo que para ser chofer recibió capacitación sobre el manejo de la unidad y el trato al pasajero.

Además, su papá -también chofer- le aconsejó ser amable con los usuarios, porque gracias a ellos puede llevar dinero a su casa.

“Aquí se encuentra (uno) con todo tipo de pasajeros: hay unos que se quejan por todo y dicen que vamos rápido o vamos lento. A veces nos hablan con groserías porque sin querer nos brincamos un tope y aunque nosotros (en la Ruta 5) no pagamos ‘minutos quemados’ debemos llevar un espacio entre cada operador para que todos agarremos pasaje”.

A decir del trabajador del volante, una de las ventajas de esta organización es que por cada recorrido recibe un pago de 120 pesos, aunque las unidades circulen vacías.