Compra, venta, gritos, risa, comunicación, canto, convivencia, matices, texturas, aromas y una gran convergencia entre raza y color son de las cosas que ofrece el mercado mexicano tradicional.
El intercambio comercial en la cuenca de México, rodeada por cinco lagos que se comunicaban y mantenían la relación entre los pueblos nahuas y tepanecas, se remonta al siglo XIII, pero no es hasta el siglo XVI que encontramos registros de los productos que se podían encontrar en los “tianguis” o mercados de la época: pieles exóticas de ocelote, jaguar, venado, tapir; plumajes finos de quetzal, guacamaya, colibrí; metales como el oro y la plata; puntas de obsidiana, turquesa, jade, coral, muy valorados por los marchantes del lugar; papel amate, maíz, calabaza, chile, vainilla, jícama, cacao (incluso como moneda); guajolotes, chapulines, escamol( larvas de hormiga), miel de abeja, miel de maguey; plantas y flores, hierbas curativas, etc.
En la actualidad, los mercados del país son un punto de encuentro de la más profunda humanidad mestiza, pasillos de reconocimiento nacional costumbrista, venas donde fluye la cultura con toda la energía que tiene de suyo; bullicios que se impregnan en la piel, murales de grandes artistas enamorados de aquello que los forjó, melancolías balbuceadas, júbilos escandalosos y una actividad implacable de los sentidos por descubrir.
Lectura de boleo.
Guadalupe.
Unas flores para ganarse la vida.
Selección-Marchanta.
Pasillo floral.