Tlaquiltenango. Agur Arredondo Torres, un cronista e historiador que paga con sus propios recursos sus investigaciones y sus libros, está dando los últimos detalles a su nuevo proyecto editorial.
Toponimias y antroponimias de Tlaquiltenango Morelos es el título de la investigación, que tendrá forma de un folleto sobre el registro, catalogación y estudio etimológico, en este caso del náhuatl, de los nombres propios de algunos lugares y personas o apellidos de este municipio.
En una de las páginas del folleto se puede leer:
Ajuchitlan. Viene de Axochitlan. Sus raíces etimológicas son Axochitl y tlan; A viene de atl: xochitl, flor; tlan, tlanti, desinencia abundancial: Lugar de agua y flores o donde abunda la flor de agua o flores en el río, en virtud de la flor de axúchitl de flores amarillas. Pueblo colindante con el estado de Puebla. Aquí se transcribió a máquina el Plan de Ayala a finales de noviembre y principios de diciembre de 1911.
“En 2009 inicié la investigación de las toponimias de Tlaquiltenango, con la idea terminarlos en 2012, que volví a ser nombrado cronista, pero no se pudo. Ahora lo he retomado y está casi terminado”, dijo el historiador.
“El náhuatl es un idioma vivo, presente en las comunidades, en los grupos, en las familias, en los apellidos, que designa lugares, objetos, personas acciones, y la finalidad de esta investigación es que las nuevas generaciones sepan que antes que llegaran los españoles en Tlaquiltenango se hablaba náhuatl, que no somos resultado de una mezcla, que tenemos identidad y que la reconocemos. Es una recuperación no sólo de un idioma sino de nosotros mismos”.
De acuerdo con el autor, el folleto estará listo en menos de un año: “tengo pendiente una investigación sobre el zapatismo, le avanzo en mis ratos libres, en estos momentos que no estoy trabajando para ninguna institución, vivo de lo que la repostería me da y a veces tengo muchísimo trabajo y no me da tiempo de escribir o leer o investigar. Como todos los trabajos que emprendo y concluyo, quiero que ésta sea también una obra digna de estudiarse y tomarse como referencia, que permanezca en el tiempo”.
Cómo surge
A partir de la publicación de Los valientes de Zapata, hace más de dos décadas, y de que lo nombran cronista en 2003, sus nuevas líneas de investigación se fueron multiplicando.
En su andar por esos nuevo caminos se encontró con las toponimias: ¿qué significa Zacatepec, Jojutla, Tlaquiltenango…? la mayoría da por hecho el significado que le asignan en actos oficiales o que citan los funcionarios, pero hay más.
Agur Arredondo Torres relató en entrevista en su negocio de repostería que, conforme fue avanzando en su trabajo de investigación fue conociendo a personas que hablaban náhuatl, a maestros que lo enseñaban, y esto le fue llamando la atención.
“Mi madre que venía de un pueblo indígena, Cuitlapán, Guerrero, a un lado de Taxco, ya no hablaba náhuatl, pero empleaba palabras de uso común que tienen origen en este idioma de nuestro ancestros y que designan utensilios: molcajete, toloncha, metlapil, metate, tlaxcal, el texcal.
También nos regañaba con palabras que ya no se usan o se usan poco: ‘Chamaco entelerido, ya te atipujaste todo’, son localismo, usos.
La gente grande todavía emplea designaciones como xocoyote, para referirse al hijo menor, al más chico.
“Por ejemplo, los apellidos, Coapango, así se llama el pueblo de mi padre, en Guerrero, a un ladito de Acuitlapán, pertenece a Ahualulco. En Tlaquiltenango hay este apellido, un corridista que vive por acá se llama Delfino Maldonado Coapango. Mi necesidad de seguir conociendo me llevó a consultar y a comprar libros de autores que hacían toponimias, propuestas y significados, diccionarios en náhuatl. Incluso me inscribí en un curso de introducción al náhuatl o náhuatl básico”.
En el 2003 publicó un folleto sobre Chacampalco. “En Tlaqui casi nadie dice ‘vivo en la colonia Alfredo V. Bonfil’, sino ‘vivo en Chacampalco’, así se llama, así se llamaba oficialmente pero en 1972 0 1974, se llamó Alfredo; acababa de morir Alfredo V. Bonfil, un líder cenecista, del PRI, acababa de morir en un avionazo y le pusieron su nombre a esta colonia y a muchas en la república mexicana”.
“Alchichica era el nombre de lo que ahora se llama Lorenzo Vázquez, esto, después de 1932, porque hasta ese año se llamaba Santa Cruz. Esto me lo contó la gente vieja del pueblo. En algunos documentos del siglo XVI XVII que se refieren a haciendas se consigna el nombre de Alchichica, Amatepec, que así se llamaba Valle de Vázquez. En los papeles antiguos a Villa de Ayala se le nombra como Mapaxtlán”.
“Estos nombres se repiten en Guerrero y en Puebla, porque se hablaba y se habla náhuatl. Incluso dentro de los municipios se puede encontrar el nombre en náhuatl y el agregado: ‘el chico’, ‘el alto’, ‘el bajo’, etcétera”.
“En Xoxocotla, dicen chimulali, es decir, siéntate; aunque en otras regiones es chimotlalli. Son variantes que se usan en diferentes partes o comunidades.
En Zacatepec, por ejemplo, el Tecnológico está asentado sobre parte de un predio o terreno que era de cultivo y que se llama Chicomuselo”.
Recuperación de la raíz
De acuerdo con Agur Arredondo, la política del presidente de México Andrés Manuel López Obrador sobre la recuperación y fortalecimiento de los usos y costumbre de los pueblos originarios ha permitido que el náhuatl tenga más importancia.
Los apoyos, principalmente federales, que se ha dado a las comunidades indígenas y a los proyectos de esta naturaleza han permitido que se abunde más en el idioma.
No siempre ha sido de esta manera, asegura Arredondo Torres: Tlaquiltenango es un municipio que en su mayor parte ha sido poblado por personas originarias del Estado de México, Puebla y principalmente de Guerrero, y todos traen su cultura, sus usos y costumbres, su idioma.
Sin embargo, como este municipio y todo el estado colindan con la Ciudad de México, el español se fue abriendo paso y el náhuatl se fue relegando como segundo idioma. los documentos oficiales estaban en español, los patrones, jefes, directivos hablaban español.
Muchas personas nahua hablantes dejaron de enseñar su idioma a sus hijos, no querían que los discriminaran, no querían que les pagaran menos o les dieran trabajos menores porque hablaban náhuatl.
“Yo he visto como en Xoxocotla, las mujeres se juntan y se ponen a hablar náhuatl, no quieren que sepamos que están diciendo”, explicó el cronista.
Pagos mis investigaciones y mis ediciones
Este trabajo de investigador, cronista, escritor es costoso. Agur relata que en ocasiones tiene cargos públicos como cronista y eso lo aprovecha para realizar investigaciones documentales y de campo, principalmente en lo relacionado con el zapatismo, que es su tema, aunque surgen otras líneas de investigación de interés, como el caso de las toponimias.
“La historia está viva, nunca se agota. Hace más de 25 años que se publicó mi libro sobre Celerino Manzanares, y hace poco unos alumnos me vinieron a consultar sobre él y me mostraron la fe de bautismo de Celerino Manzanares. En realidad, de acuerdo con ese documento que los muchachos encontraron en internet, se llamaba Celerino Marciano Manzanares… El documento lo firma Agapito Minos”.
“También encontré un documento de Celerino Manzanares, se trata de un manifiesto en el cual reprueba el método de elección para gobernador, pero eso no está en el libro.
Desde luego que los primeros interesados en la investigación y difusión de la memoria de sus pueblos y comunidades deberían ser las autoridades locales o estatales, pero eso no siempre ocurre, es algo excepcional, uno mismo se debe pagar sus proyectos”.
“Una vez que está acabada y redactada la investigación, hay que buscar patrocinadores para la edición, y eso es un gran problema cuando uno no tiene los recursos suficientes para costearla. A mí me ha costado mucho eso, pero al final de cuentas se han publicado los libros. Recibo más apoyo de la sociedad civil, que de los funcionarios, eso sí es una verdad absoluta”.
Se fue con Zapata, siendo ingeniero
Agur Arredondo Torres, quien es ingeniero de formación académica, relató algo de sus intereses:
“Yo soy ingeniero de profesión. Hace algunos años estaba muy bien en el Tecnológico de Iguala, Guerrero, con mis 40 horas tiempo completo. Tenía la opción de que me dieran la base y siguiera trabajando ahí hasta mi jubilación.
Sin embargo, tenía la cosquillita de hacer crecer el negocio de mi familia de repostería. Yo no quería un changarrito, quería una empresa, y comencé poniendo una pastelería en Iguala. Eso pasó en 1991 o 1992. No dio resultado y me regresé a Morelos con mis hermanos”.
“En 1994 surgió el movimiento zapatista en Chiapas y me involucré en los grupos de apoyo, en ese entonces vivía yo en la colonia Celerino Manzanares.
Me involucré en la política y comencé a descuidar el negocio de la pastelería.
En 1997 me interesó la biografía de Celerino Manzanares y me puse a investigar.
Tengo en el oficio de la pastelería 28 años; he suspendido esa actividad por momentos, cuando soy contratado como cronista. En ese lapso me pongo a investigar mucho, porque sé que no hay continuidad, son sólo dos o tres años, y desde luego que dejo la repostería porque cuando tengo un compromiso laboral trabajo de tiempo completo en ello”.
“Es muy difícil ser repostero y también investigador, cronista, escritor.
No me arrepiento de nada, si yo no hubiera comenzado a escribir, a investigar, todo lo que soy y tengo no existiría.
Mi mayor satisfacción es cuando presento un libro. Es una sensación agradable, ahí tengo conciencia de que vale la pena lo que ha ocurrido, lo bueno y lo malo”.
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Agur Arredondo Torres nació en Zacatepec el 29 de diciembre de 1963. Se graduó como ingeniero industrial en química en el Instituto Tecnológico de Zacatepec. Ha ejercido la docencia en el ámbito superior. Es autor de “Gabriel Tepepa, el impaciente que encendió la mecha”, “Los presidentes municipales de Tlaquiltenango”, “Historia breve del futbol en Tlaquiltenango”, “Efemérides tlahuicas” (coordinador); “Los bárbaros del norte invaden Morelos”, “El sitio y toma de las haciendas de Zacatepec y de Treinta”, 1914; y “Poesía y canto del siglo XIX y XX” (coautor) y “Toponimias y antroponimias de Tlaquiltenango”.