"Mi papá es transportista y él me enseñó a manejar, porque cuando me salí de la escuela me dijo que si ya no quería estudiar que me pusiera a trabajar, así que le hice caso y aquí sigo, pero gracias a Dios mis hijos no se dedican a esto; ellos se fueron a Estados Unidos", relató Miguel Ángel Rodríguez, cuya trayectoria como operador del transporte público es de 32 años.
Afirmó que está agradecido porque sus hijos no siguieron sus pasos y aunque tampoco terminaron una carrera profesional, por lo menos emigraron a Estados Unidos en busca de una mejor calidad de vida.
A decir del entrevistado, conducir una unidad del transporte público es una labor cansada y estresante, no solo por las largas jornadas, sino, porque diariamente tienen que lidiar con personas que están de mal humor y a veces no responden ni el saludo.
En los más de 30 años al volante, indicó, ha vivido muchas anécdotas tanto con los pasajeros como con sus colegas, pero, desafortunadamente, lo que más recuerda son los asaltos que ha sufrido durante su jornada laboral.
"Ya no quería estudiar y empecé a trabajar desde los 15 años. No terminé ni la secundaria y ahora me doy cuenta de que sí es cansado, pero ya ni arrepentirse es bueno, mejor hay que seguirle porque es un trabajo honrado que aprendí de mi papá".
Cuando empezó a trabajar, comentó, su papá le aconsejaba evitar los vicios, como las bebidas embriagantes o el consumo de sustancias tóxicas, porque con un mal movimiento puede ocasionar un accidente. Afortunadamente, afirmó, no se ha visto involucrado en percances automovilísticos.
"Aprendí este oficio por mi papá, pero a mis hijos les decía que vean que este trabajo requiere mucha responsabilidad y gracias a Dios entendieron, porque no les gustó el volante. Ellos buscaron algo más y se fueron al otro lado".