Jesús Solís Lozano, quien trabaja desde hace más de tres décadas como operador del transporte público, señala que su sueño era ser ingeniero agrónomo; sin embargo, por ayudar a su papá en el campo tuvo que dejar la escuela.
“Estaba estudiando en la universidad, pero mi papá nos hizo regresar al campo porque no tenía chalanes. Me gustaba estar con él, pero quería tener algo mío y cuando tuve la mayoría de edad empecé a buscar trabajo, me dijeron que en Cuernavaca había oportunidad para ser choferes y desde ahí empecé”.
Hace 38 años -dijo- el transporte público era negocio y al día obtenía hasta mil 200 pesos, por lo que tuvo la oportunidad de comprar dos camiones; sin embargo, los vendió para salir de una deuda tras un accidente que tuvo.
“Terminé la prepa y empecé en la universidad porque quería ser ingeniero agrónomo y aunque no se pudo, no me arrepiento de este trabajo, porque mis hijos crecieron y tuvieron estudios; una es contadora, otra trabaja en una empresa y mi hijo es gerente de una tienda de pinturas”.
Afirmó que le gusta ser chofer porque gracias a este oficio pudo construir su patrimonio y seguirá al volante hasta que el cuerpo aguante.
El entrevistado afirmó que trata de prestar un buen servicio. Sin embargo, lamentó que las personas se quejen de las unidades, cuando son los pasajeros los que no las cuidan, ya que, aseguró, ha sido testigo de que los usuarios dejan basura y pintan los asientos.
A decir del trabajador del volante, otra situación que les afecta es respetar los descuentos a las personas con credencial del Inapam, debido a que en ocasiones suben hasta 20 pasajeros de la tercera edad por recorrido, de tal manera que al día deja de recibir hasta cien pesos.