Prepara Alfonso Morales libro de relatos.
Tlatenchi. Alfonso Morales Vázquez es un gran conversador. Uno puede quedarse horas escuchándolo y no aburrirse nunca.
En entrevista en su casa y taller de Tlatenchi, platicó que, de manera paralela con su trabajo de artesano cartonero, trabaja en el proyecto de un libro, basado en hechos reales, de su autoría con relatos suyos.
El maestro, que es egresado de la Escuela Normal Superior dependiente de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos, se ha caracterizado por impartir clases y talleres gratuitos de cartonería y de educación primaria para muchos niños de su comunidad que no pueden ir todos los días a la escuela, y participa de manera activa en las tradiciones y fiestas de su comunidad.
El objetivo de este libro, según el artista, es recuperar y difundir la memoria de su pueblo, porque en la actualidad es totalmente distinto al que él conoció desde niño. Aquí nació y aquí ha vivido la mayor parte de su vida.
“En los relatos también cuento vivencias de algunos años que estuve como maestro rural en comunidades muy alejadas”, explicó.
Uno de los textos que formarán parte del libro es El Parado, que cuenta desde los ojos de un niño, que no nació como la mayoría, nació con los pies por delante, la historia de Tlatenchi.
Desde el inicio el niño nace “de patas” y su mamá sola le ayuda a nacer, no fue atendido por una partera o matrona, como se usaba en los años 60 en el pueblo, los hospitales quedaban muy lejos para “aliviarse” y la gente pobre no tenía para pagarlo.
Las calles eran empedradas y el niño cuenta la vida activa de esta comunidad.
La gente se reunía en un árbol que hay cerca del Centro, ahí se tomaban decisiones. Por ejemplo, se elegía a un grupo de vigilantes llamados “ronderos” para cuidar al pueblo, se iban turnando y lo organizaban los ayudantes municipales, principalmente.
Hay algunas personas grandes que tienen fotografías de esos años.
Tlatenchi era un ejido. El general Lázaro Cárdenas repartió las tierras y las hizo ejidos. Incluso, dicen algunas personas que en esos recorridos, a veces de incógnito, que Tata Lázaro hacía por los pueblos, como Xoxocotla y otros, anduvo también por Tlatenchi.
Los ejidos desaparecieron y se volvieron propiedad privada. Existe el pueblo pero los campos de cultivo son casas, unidades habitacionales.
Hay una foto de la “Julia” de Tlatenchi, el que la manejaba era chofer y agricultor. La patrulla con una especie de cárcel ambulante, servía principalmente para levantar borrachos de las calles.
También había un comando. Era un Jeep con trabajadores que iba y venía a la subestación de energía eléctrica, que en la actualidad está abandonada.
En el libro se mencionan algunas danzas perdidas, una de ellas la Danza los Doce Pares de Francia, que consistía en una representación teatral. Los cristianos peleaban contra los sarracenos, querían convertirlos al cristianismo. Había diálogos que estaban en un libreto, que por cierto se compró en Panchimalco, en 20 pesos.
El maestro cuanta que lo tuvo en sus manos, pero no se le ocurrió sacarle copia. El libreto se perdió.
En Tlatenchi hay una persona que tiene más de 90 años, que se acuerda muy bien. Incluso de los diálogos.
“La danza se dejó de montar por un accidente fatal. En 1959, fecha en la que yo nací, al que llevaba la escopeta se le fue un tiro y mató a una persona, Desde ahí se suspendió”, relató el artesano jojutlense.
El 7 de septiembre, en la “entrada de flores” de la fiesta del pueblo se montaba la danza de Las Pastoras, que también se ha dejado de hacer. “El grupo salía danzando desde la colonia Juárez hasta Tlatenchi y luego hacían un recorrido por el pueblo; Doña Cheta la organizaba y la ponía, cuando ella murió su hija, Nermí, se encargó de ponerla, pero ya no se realiza en la actualidad.
Otra danza perdida es la de Las Mulitas. Los danzantes se ponían en fila y danzaban, también había diálogos. Se hacia el 8 de septiembre.
Esto se realizaba en navidad, en el marco de los festejos de la Virgen María de la Natividad, que es la patrona del pueblo.
Yo llegué a ver estas danzas cuando era niño”, contó Morales Vázquez.
Otras de las danzas a punto de perderse fue la de los tecuanes. Murieron dos piteros, el más reciente fue Mario Ortiz Flores, de Higuerón, falleció en marzo de 2021 y los tecuanes dejaron de danzar, pero afortunadamente Pablo Paredes Ocampo y su hijo, de Tetelpa, tocaban con los de Tlatenchi, pero en el pueblo no había quien tocara. Recientemente hay dos niños a los que Pablo está enseñando los sones, con la idea que desde pequeños participen para que la tradición no se pierda.
En el pueblo sí existe interés en recuperar todos estos usos, costumbre, tradiciones, pero no ha habido organización.
“En estas danzas, usos, costumbre, el pueblo expresa su cosmovisión, que es única en cada comunidad, irrepetible, aunque algunos consideren que se copian.
Todos estos elementos dan identidad al pueblo, los identifican de los demás y les dan unidad.
Los españoles lo supieron cuando vinieron a nuestro territorio, sabían que a pesar de las diferencias nos unían muchos elementos comunes y en vez de ayudar a preservar nuestras tradiciones y costumbres las prohibieron, destruyeron todo, quemaron todo, edificaron templos sobre nuestras construcciones”.
“Esto lo siguen sabiendo los grupos de poder, por eso no hay políticas públicas para la recuperación de la memoria del pueblo, la ayuda, si llega, es esporádica y condicionada.
Quien quiera ver multitudes va a tener que recurrir a las tradiciones.
El año pasado se construyó la Casa de Cultura del pueblo, pero no se sabe si tiene como objetivo este rescate, también están las direcciones de cultura o las regidurías de cultura, pero no habido iniciativas con un proyecto de recuperación”.
“En el libro se cuenta que antiguamente el corral de toros no era permanente, se instalaba durante la feria del pueblo y los animales no se traían de otro lado, eran de acá, los toros andaban sueltos, como las vacas.
Había dos tipos de terrenos, el de temporal y de riego. En el primero sembraban un año y el otro no y el ganado tenía para comer”.
“Tlatenchí tenía vocación agrícola, era autosuficiente, nada se compraba, se sembraba maíz, frijol, calabaza, ajonjolí, cebollas, tomate, jitomate, hortalizas; no se sembraba caña, eso sucedió después, con la demanda del ingenio de Zacatepec.
Había graneros, rectangulares, con paredes de lodo.
Había calmiles, es un pedazo de tierra que se siembra, con una extensión de 500 metros o más, para autoconsumo; los calmiles eran parte de la casa principal, de ahí salían los primeros elotes.
Aquí en donde yo vivo le decían La Loma, porque está en la parte alta, y recuerdo que todavía venían por la tarde-noche los coyotes a buscar gallinas, también se llevaban chivos, yo era pastor y cuidaba el rebaño”.
“Todo esto aún existía en los años 70; a partir de esa década se comenzó a recomponer.
Al día de hoy yo creo que en Tlatenchi nos podríamos organizar, sembrar y volver a ser autosuficientes”.
Otro relato es El Deseo, habla de un maestro que se titula y no consigue trabajo, a pesar de que ingresa solicitudes, con éste texto el maestro recuerda sus épocas de estudiante.
El otro relato habla de un viejo que busca abejas meliponas y guariches, para poder llevar miel a su familia.
“Las abejas meliponas, que es una especie sin aguijón, no pican pero muerden y mueren en combate mordiendo.
Los pueblos mayas las cultivan desde hace cientos de años y la denominan “abeja sagrada maya”, por la propiedades curativas que tiene su miel, solo se puede cosechar un litro o litro y medio, son negras, y hacen su panal debajo de la tierra.
Cuando éramos niños y andábamos pastoreando las cabras encontrábamos también guariches, que eran panales de avispas pequeñas. Si se quería la miel se tenía que echar humo, pero las avispas picaban.
Otro relato es el de unos niños y todo lo que tiene que pasar para poder ir a la escuela primaria, terminarla y seguir estudiando. Es un gran esfuerzo muy grande el que hacen.
Hay niños aquí y en las comunidades muy alejadas que tiene que caminar mucho o sortear muchísimos obstáculos físicos y en distancias para poder tomar clases”.
Con este testo el maestro rememora cuando fue maestro rural.
“Tengo 45 años dando clases aunque solo me han reconocido 15. Comencé a dar clases en la Sierra Negra, en las faldas del Pico de Orizaba, tenía 19 años y tuve que integrarme a la comunidad. No podía regresar a mi casa los fines de semana, me tenía que quedar allá. Estuve tres años ahí. Yo formé a algunos niños pero la vida y comunidad me formó a mí.
Después me fui al Nudo Mixteco, en los límites de Oaxaca y Puebla. Los accesos para todo eran muy difíciles.”
“Recuerdo que en una comunidad que está en los límites de Puebla y Morelos también fue muy difícil. Los frijoles tenían gorgojos, nadaban los gorgojos en el caldo, pero nuestra necesidad era mucha y no había más, así que nos comíamos los frijoles con esos animalitos.
En San Juan Amecac, Puebla, estuve al frente de una telesecundaria. Recuerdo esa escuela porque la embajada holandesa nos construyó la escuela, tres aulas y una dirección; no había nada cuando llegué. Gestionamos, metimos papeles y sí, nos hicieron nuestra escuela. El gobierno nunca movió un dedo.
De ahí me fui a San Bartolo Cohuecan, Puebla, que es una comunidad artesanal del barro, llegábamos de Temoac hacia adentro, cruzando por Popotlán.
Después regresé al Nudo Mixteco. Pensaba jubilarme ahí, me faltaban 12 años, no pude…”
Alfonso Morales explicó que en el libro, que tiene como título provisional “El parado y otros relatos”, se van a integrar ilustraciones de amigos suyos y grabados de su hijo el artista Alfonso Hurtado. La idea de que sea un libro colectivo le atrae mucho al maestro cartonero.
Dijo que piensa acabar el libro en julio, para enseguida buscar la manera de editarlo y que sea un ejemplar físico y también en formato digital.
El relato principal, El parado, obtuvo el primer lugar en un certamen de la zona sur poniente de Morelos, tres más participaron en los Juegos Florales en la ciudad de Cuernavaca, organizado por la dirección de Culturas Populares del estado de Morelos en 1999.
Alfonso Morales Vázquez nació el 23 de enero de 1959, en Tlatenchi; estudió en la Escuela Normal Superior de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos, trabaja como docente en la Escuela Primaria Ignacio Zaragoza, en su comunidad.
Es el jefe del taller familiar Almorales, integrado por el propio maestro Alfonso Morales Vázquez, Oliva Hurtado Díaz, Tania Itzel, Suha Iyali y Alfonso Mizraim, de apellidos Morales Hurtado. Han ayudado en la elaboración de los alebrijes los nietos Máximo Santino (el más pequeño, pero mayor que Atzin, de apenas meses de nacido), Tlacaelel (vive en Estados Unidos), Lennon y Morris.
Ha ganado varios premios estatales y nacionales por sus obras (decoradas con la iconografía tlahuica), que se han vendido en México y en Estados Unidos.
Los cartoneros de Tlatenchi han representado a Morelos en los desfiles y concursos de alebrijes monumentales que año con año y organiza el Museo de Arte Popular en la Ciudad de México. Millones de personas han aplaudido el trabajo de los artesanos morelenses desfilando por las principales calles de la Ciudad de México.
Sus piezas han estado en exposiciones en Estados Unidos, país en el que el maestro de Jojutla ha impartido talleres de cartonería.