Para la mayoría de los pueblos nativos del mundo, la naturaleza es un ser vivo que contiene la inteligencia necesaria para la conservación de todas las especies. Una sustancia esencial que concibe todo lo que podemos advertir con los sentidos e incluso con el entendimiento más allá de éstos.
En México la idea de la fertilidad y los ritos consecuentes de ella se diversifican conforme las comunidades expresan sus plegarias y agradecimientos a estas fuerzas energéticas amables que todo procuran.
En Acatlán (montaña baja de Guerrero) los creyentes se visten de tigres (tecuanes) y representan peleas entre ellos para atraer la lluvia y las buenas cosechas.
En Papantla, Veracruz, los hombres-pájaro suben a un tronco de dieciocho metros de altura para danzar y solicitar lluvia que traiga fertilidad a la tierra.
En los estados de Durango y Nayarit, las tribus de huicholes, tepehuanos y coras tienen un altar o adoratorio llamado “Mitote” para que el “Marakame” o cantador dialogue con los dioses y negocie los remedios urgentes para la comunidad.
La cultura otomí ofrenda figuras de papel en amate (representación de los espíritus de las semillas, frutos o animales), ceras, flores y copal para la adquisición del líquido vital.
México es un inmenso territorio mítico de múltiples ejemplos ceremoniales dedicados a la concepción del mundo objetual y el mundo de los seres. Un país que concentra la mayoría de sus ceremonias a la Fertilidad y su despliegue cósmico-recreacional.