“… era una persona a la que le gustaba compartir su tiempo, sus lecturas, su percepción del mundo, y también le gustaba escuchar, algo de la gente culta y presumida”.
El 1 de septiembre de 2024 murió Félix Aguilar Lozano, en Guadalajara, Jalisco; él era médico, jubilado por la Secretaría de Salud, lector de novelas y tenía varios apodos, entre ellos, el Loco, el Cocol, pero el que más le gustaba era el Henry Miller mexicano o el doctor Heisenberg.
Nació el 6 de marzo de 1952 y vivió mucho tiempo en Tlaltizapán, donde trabajaba en la clínica de Salud (y se jubiló hace pocos años), antes estuvo en el Instituto Indígena y luego anduvo por Chiapas como un año. Los días de descanso, la casa que alquilaba, un edificio en ruinas, que se llamaba Al este del paraíso, se llenaba de gente rara, muchos artistas, muchachos principalmente, aunque había de todo.
Lo recuerdo en una protesta frente a la vieja sede del Congreso, en Cuernavaca, vi al doctor Félix trepado sobre una reja, empujando a un policía y con un rostro de furia. Tomé la imagen, pero se perdió entre mis archivos, Ese día me acerqué a él, y a unos dos o tres metros le grité: ¡Doc! Entonces él volteó y cambió su rostro de furia por una sonrisa, me saludó y luego siguió mentando madres, trepado en la reja.
Lo conocí a principios de agosto de 2014. Yo vivía en Cuernavaca y fui a Tlaquiltenango a conocer a Yesenia, el pretexto era hacer un reportaje de los mártires de Tlaltizapán. Con Yesenia nos habíamos escrito por mensajero y no nos conocíamos, ese día nos veríamos en vivo y a todo color, era sábado para domingo. Félix me iba a platicar algo sobre los mártires y quería abundar en el asunto.
Jamás entró la dichosa llamada de Yesenia ni salió la mía. Yo pensé que aquello había valido madres. Resignado me fui con el doctor Félix y con Mónica Romero a conocer a la Huachichila (DEP), según me contó el galeno, era el cantante de la iglesia del pueblo. Ese día estaba en su casa descamisado, con una ebriedad manifiesta o “a medio estoque”, y como llevaba mi guitarra, nos echamos unos corridos.
Salimos bien cantados rumbo a la casa del doctor, ubicada entre Allende y Zaragoza, barrio San Marcos, en Tlaltizapán, y donde en enero de 2018, inauguraríamos el mural “El espíritu zapatista”.
Hace algunos años me diagnosticaron hipertensión arterial, después de muchos años de excesos, de ayunos, de mal comer, mi organismo colapsó. Los síntomas fueron mareos, zumbidos, malestar general. Fui a caer en manos de un médico que, después de media hora de preguntas sobre mis antecedentes familiares, me puso a dieta bárbara y me recetó pastillas que hasta el día de hoy consumo. Según él, estaba a punto de que me diera diabetes. Todo esto de la manera más fría, como si estuviera hablando con una cosa o un animal.
Cuando me dio la receta y la dieta, le pregunté cuándo iba yo a poder comer normal, y me dijo que nunca.
Jamás pensé que a mí me pasaría eso: “yo, que fui del amor ave de paso”. Comencé a investigar sobre mi padecimiento y quedé muy confuso, así que decidí buscar la opinión de una persona autorizada, distinta, claro está, a la del matasano que me había condenado a no comer chicharrón toda mi perra vida.
Busqué la docta opinión del doctor Félix y, por teléfono me escuchó con atención, yo me lamentaba. Después que terminé, me dijo: haz de cuenta que tenías un súper coche, un Ferrari, lo corriste a más no poder, no le diste mantenimiento, y el día de hoy no puedes ir más allá de 70 kilómetros por hora.
También recuerdo la vez que me invitó a su casa, después del sismo de 2017. Estaba con su laptop en una mesa.
Cuando entré a su casa, vi que las vigas estaban sostenidas por polines. Mientras el doc me decía que quería escribir una novela, yo miraba hacia arriba y pensaba que un pinche movimiento mínimo y ahí mismo nos llevaba la chingada a todos.
Félix quería escribir una novela sobre la Revolución, le gustaba mucho ese tema, había leído mucho y tenía sus propias opiniones sobre muchos hechos, además de que familiares suyos, me decía, habían participado en el ejército libertador del sur, con el mero chingón Emiliano Zapata Salazar: “Soy nieto del coronel zapatista Agustín Lozano Neri, que acompañó a Emiliano Zapata en los momentos más importantes y gloriosos de la Revolución, hasta el día de su muerte”, habría escrito en su muro personal de Facebook alguna vez.
Me pidió que le ayudara a organizar el libro y a escribir, yo le dije que íbamos a trabajar por capítulos y que cada semana o cada 15 días, que él escogiera, me mandara avances de su trabajo para que yo revisara y se lo devolviera con las observaciones.
Le pedí que fuera muy formal, porque yo tenía mucho trabajo y le dedicaría al menos dos horas diarias a la revisión.
Estaba muy animado, me quería dar dinero, pero yo le dije que cuando termináramos el primer capítulo hablaríamos.
Pasaron una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete semanas, y nada. Le mandé mensajes y le dije que habíamos quedado en algo y me contestó que ya mero acababa. Nunca revisé una sola línea de la dichosa novela, aunque sé que tenía algo escrito, porque cuando estábamos platicando del proyecto me había leído algo y sonaba bien.
Félix hacía amistades con verdaderos personajes, como el poeta del pueblo Alejandro Machuca, con quien me presentó y sobre el que escribí y publiqué al menos tres textos.
Alejandro es un poeta del pueblo muy, muy ingenioso, de una inteligencia innata, una capacidad de abstracción muy buena y una gran facilidad para la parodia, no a todos les caía, desde luego, porque era un hombre de dos metros, fuerte, bien parecido, con dinero, aunque su verso es muy poderoso.
Recuerdo particularmente una ocasión en que fui a Jiutepec, él estaba detrás de una mesa en la que había alacranes tejidos con alambre de cobre. También había unas muñecas desnudas como de cuarenta centímetros, con una melena negra de pelo natural y con abundante vello en el pubis. Las observé curioso, como si estuviera viendo a un grupo de animales, y no le quise preguntar si el pelo de abajo también era de la parte en donde estaba, pero estoy casi seguro que sí. Por esto y otras cosas, Alejandro no le caía bien a la gente.
El chiste de la Asociación de Machos Emiliano Zapata empezó hace mucho tiempo, cuando junto con Rodrigo Morales Vázquez (DEP) nos poníamos a platicar sobre las formas en que la gente quería arreglar sus problemas por la vía del diálogo. Yo le decía a él que unos buenos chingadazos no le hacían daño a nadie, además de que con eso como que la furia contenida se diluía.
Emiliano Zapata era el gran macho, pero nadie lo tocaba, ¡qué hipocresía! Félix se incorporó a las filas y a veces chateábamos los tres, vacilando sobre este tema del machismo, que sabíamos le molestaba a algunos amigos y amigas mutuas.
El 30 de noviembre del año 2019, lo fui a visitar y le llevé un diploma que recibió con mucho orgullo, como si estuviera recibiendo la medalla “Belisario Domínguez” del Congreso de la Unión. Se trataba de la medalla "Cinturón piteado 2019”, y para ese entonces ya lo había yo nombrado delegado de la zona sur con sede en Tlaltizapán, y le había dado el nombramiento de vicepresidente de la Asociación de Machos Lomo Plateado General Emiliano Zapata A. C.
El 13 de agosto de 2020, Leticia Hernández nos tomó una fotografía a Rodrigo, al Doctor y a mí, en La Lagunilla, en Cuernavaca, y como pie de foto consigné: “Mi estado mayor, en la inauguración de la primera casa de gestión de la Asociación de Machos Lomo Plateado Emiliano Zapata, en La Lagunilla, Cuernavaca, Morelos”.
En su perfil, Félix Aguilar Lozano ponía que era lector de novelas, y en realidad había leído muchos y muy buenos libros.
Se le iluminaban los ojos cuando escuchaba algo que no había leído o cuando alguien contaba anécdotas sobre Zapata, la Revolución o sobre los escritores que a él le gustaban, entre ellos sobre Henry Miller.
Félix era una persona a la que le gustaba compartir su tiempo, sus lecturas, su percepción del mundo, y también le gustaba escuchar, algo de la gente culta y presumida.
El día que vi la esquela en su muro de Facebook no lo creí, Félix era muy dado a subir esas bromas y muchos de sus seguidores le comenzaron a echar bromas. Pero era cierto, me lo confirmaron familiares y personas cercanas a él.
Fue muy triste saber que murió solo, aunque él sabía que siempre estaba solo, aunque hubiera gente cerca de él, que le caía bien.
Así como el diptongo tiene sus inflexibles reglas, en la vida de un macho alfa lomo plateado, un hombre nunca, pero nunca, debe estar solo cuando nace y menos cuando muere.
Descansa en paz, Félix Aguilar Lozano, amigo lector de novelas.
Rodrigo Morales, Máximo Cerdio y Félix Aguilar.