No es lo mismo que le hablen a uno por teléfono, porque también nos hablábamos por teléfono con mi hermana, pero no era lo mismo, la cartas escritas a mano tenían alma, podía uno distinguir que la persona que las escribió estaba pensado en uno, algo ponía uno en las cartas cuando dibujaba uno las letras porque era como hablarle a la persona querida y que esta estuviera ahí junto a uno esperando esas palabras. Pero llegaron los enemigos de las cartas: el teléfono y luego el internet, y rompieron esa bonita costumbre de comunicarnos por carta, ahora ya por el celular se puede uno mandar fotografías, videos y mensajes, pero no es lo mismo… –Esto relata la maestra jubilada, Elvira, desde la colonia Carolina.
La puerta de lámina de su casa tiene una ceja abierta, como de 20 centímetros por donde el cartero introduce los sobres y las cartas, y demás correspondencia. Se llaman buzones; muchos tienen una placa dorada con esa palabra “Buzón”, dentro de la casa u oficina hay una cajita de metal donde cae la correspondencia para que llegando a casa uno se entere de las buenas nuevas. En el centro de Cuernavaca algunas casas conservan aún el buzón en la puerta.
Muchos chicos no saben lo que es una carta
Jesús Colio, reportero, contó que un día que estaba en su casa, sus dos hijos –de ocho y de nueve años– lo despertaron alarmados:
-¡Papá, papá. Hay un ratero en el jardín y se quiere meter a la casa!
Jesús salió corriendo, llegó a la puerta y alcanzó a ver a un cartero que daba la vuelta en su bicicleta.
–¡Ese es papá, síguelo!
Jesús explicó a sus niños que el cartero llevaba correspondencia, entre otras, cartas personales escritas a mano, para comunicarse cuando las distancias eran grandes.
–Los chamacos no me creyeron: “para eso está el féisbuk y el watzap”, me dijeron, y se metieron a su cuarto a entretenerse con los videojuegos.
Las cartas en la literatura
Las cartas personales –de amor–, tienen una gran tradición en la narrativa. Este es un fragmento de la novela “El amor en los tiempos del cólera”, de Gabriel García Márquez:
“El drama de Florentino Ariza mientras fue calígrafo de la Compañía Fluvial del Caribe, era que no podía eludir su lirismo porque no dejaba de pensar en Fermina Daza, y nunca aprendió a escribir sin pensar en ella. Después, cuando lo pasaron a otros cargos, le sobraba tanto amor por dentro que no sabía qué hacer con él, y se lo regalaba a los enamorados implumes, escribiendo para ellos cartas de amor gratuitas en el Portal de los Escribanos. Para allá se iba después del trabajo. Se quitaba la levita con sus ademanes parsimoniosos y la colgaba en el espaldar de la silla, se ponía las medias mangas para no ensuciar las de la camisa, se desabotonaba el chaleco para pensar mejor, y a veces hasta muy tarde en la noche reanimaba a los desvalidos con unas cartas enloquecedoras. De vez en cuando encontraba una pobre mujer que tenía un problema con un hijo, un veterano de guerra que insistía en reclamar el pago de su pensión, alguien a quien le habían robado algo y quería quejarse ante el gobierno, pero por más que se esmeraba no podía complacerlos, porque con lo único que lograba convencer a alguien era con cartas de amor. Ni siquiera les hacía preguntas a los clientes nuevos, pues le bastaba con verles el blanco del ojo para hacerse cargo de su estado, y escribía folio tras folio de amores desaforados, mediante la fórmula infalible de escribir pensando siempre en Fermina Daza, y nada más que en ella. Al cabo del primer mes tuvo que establecer un orden de reservaciones anticipadas, para que no lo desbordaran las ansias de los enamorados”.
Los carteros y los peligros
En Cuernavaca hay 19 carteros que entregan muy pocas cartas personales en comparación con las que llevaban hace más de una década:
–De quinientas correspondencias que repartimos a diario sólo 15 son cartas personales que repartimos en colonias populares alejadas como la Lagunilla, Flores Magón, Carolina, la Barona, las zonas residenciales casi no reciben cartas. Hace diez o veinte años en temporada navideña y el día de las madres nos llegaban costales enteros de cartas y de tarjetas de navidad… –relata Ángel Antonio Gómez Martínez, quien tiene 20 años como cartero-.
Antes era muy bonito con las cartas porque hasta había papel y tintas perfumadas. Las cartas servían para muchas cosas, no como el correo electrónico que tendrá como diez años; por ejemplo, uno podía escribir una carta pidiendo perdón al ser querido. Pienso que la bonita costumbre de escribir y mandar cartas no debe acabar, es cierto que la tecnología ha llegado y nos ha facilitado las cosas, pero escribir cartas no debe acabar –Explica Ángel Antonio-.
–Ser cartero no deja de ser peligroso. Es cierto que llevamos motos, pero tenemos que bajarnos para entrar a lugares donde no se puede entrar con vehículo, por ejemplo en la Lagunilla hay que bajar más de doscientas escalinatas, y muchas veces tenemos que sortear peligros, como a los perros, que hoy en día son menos pero se han vuelto más peligrosos porque ya cualquiera tiene un perro de pelea en la calle o en sus casas, y a mí sí me han mordido varios, incluso a un compañero lo mordió un chihuahua: metió la mano en el buzón para dejar la correspondencia y que lo muerde el animal.
Según Ángel Antonio, el día de hoy ser cartero es más peligroso porque ya disminuyeron los perros, pero ha aumentado la delincuencia:
–Muchas veces que llevamos correspondencia a lugares apartados los vándalos nos piden para la caguama y pues ni modos que no les dé uno, porque te asaltan. Pero ya los conoce uno a estos sujetos.
Los cánidos, detrás de los carteros
La falta de correspondencia personal ha afectado también al mundo perruno en teoría y en la práctica. Hasta hace poco más de una década, los carteros caminaban la ciudad con sus bolsas de cuero, de casa en casa, entraban a las vecindades y tocaban las puertas. Había perros, corrían abriendo la poderosa dentadura tras estos personajes. Esta escena era tan común que algunos profesores tomaban este ejemplo y decían: “Noticia es que un cartero muerda a un perro, no que un perro muerda a un cartero”; ahora, quien recurra a este símil tendrá que explicar lo que eran las cartas y decir que en aquella época los trabajadores del correo andaban a pie o en bicicleta y no en moto o en carritos.
Y más de un ladrante, desdentado y añoso, estará acostado tras la puerta de una casa rica, acordándose de sus años mozos, cuando el más veloz de los carteros se le hacía una tortuga.