Algunos recepcionistas y cuidadores del Mmapo afirmaron que durante la estancia de la exposición se recibió, para todo el museo, de tres mil a seis mil visitantes por mes: “muchos no entraban a la muestra de don Feliciano porque no veían qué había ahí, pero nosotros les decíamos que entraran, que era gratis y entraban y salían contentos”.
Los que tuvieron la oportunidad de ver las pequeñas esculturas quizá no las van a olvidar, los que no quisieron o no pudieron verlas, incluso, los que no se dieron cuenta que en el Museo estaban las obras (no hubo templetes ni nada para anunciarlas), se perdieron de una gran colección.
Sobre las piezas
De acuerdo con la ficha de la Secretaría de Cultura, esta exposición constituye la mayor muestra que se ha reunido del trabajo de don Feliciano, e incluye esculturas de colecciones privadas.
En la ficha de la exposición la Secretaría explica: “La labor de un artista que conoce realmente su materia de trabajo no consiste en disfrazarla de lo que no es. Por el contrario, se trata de reconocer los secretos que esta materia encierra y de seducirla para que los revele”.
“Este es el caso del veterano zapatista Feliciano Mejía (1899-2008), artesano de manos sabias y corazón fértil, quien en vez de convertir las ramas en caballos o en mujeres, descubría a la mujer o al caballo que desde siempre vivieron ocultos en la madera. Sus instrumentos hacían que los personajes salieran a la superficie de cada rama sin que ésta ocultara su naturaleza ni renunciara a su aspecto de rama.
Más bien, cada pieza se nos revela simultáneamente como lo uno y lo otro: como caballo y rama, como mujer y rama, como flauta y rama. Saber escuchar las historias del mundo en la madera exige del artista un conocimiento íntimo del cuerpo nudoso de los árboles morelenses, una profunda relación orgánica entre la mente y el árbol”.
“Así, dado que pocas obras de arte constituyen de tal manera un homenaje a la tierra misma y al paisaje humano y social del que se nutren, hemos elegido el trabajo de Feliciano Mejía para celebrar el primer aniversario del Mmapo, espacio dedicado al arte popular, pero también a la gente y la tierra de Morelos”.
Para no repetir la tan sobada frase atribuida a Michelangelo Buonarroti –Miguel Ángel–: “La escultura ya estaba dentro de la piedra. Yo, únicamente, he debido eliminar el mármol que le sobraba”, hay que decir que las esculturas del tallador conmueven.
No se trata de representaciones de seres imperfectos o inacabados, son diferentes, rizomáticos, dijeran Gilles Deleuze y Félix Guattari, porque son hombres, niños, bestias, todo en uno; podrían estar más allá del prejuicio humano que todo lo quiere ver uniforme y plano porque eso le da seguridad en un tiempo y un espacio determinados.
A las figuras les extraña que quienes los vamos a visitar sólo tengamos dos extremidades y no cinco o seis; o que nuestra cabeza y nuestros cuerpos sean tan chicos y tan ordinariamente proporcionados. Llega un instante en el que quienes llegamos a ver nos sentimos observados: en ese mundo, los extraños somos nosotros.
Las figuras miran con sus ojos de canica y desde sus cuerpos de palo. Observan desde su niñez o animalidad, sin esa gota que nos consume como humanos y al que llamamos tiempo y que se traduce en la muerte.
Todos estos seres acompañaron a don Feliciano hasta que murió a los 105 años de edad. Fueron los hijos de su soledad, de su abandono, de su memoria vieja que todo lo vio; y desde ellos, don Feliciano continúa invitándonos a dialogar en silencio.
Don Feliciano
Feliciano Mejía Acevedo, nació en 1899 –en Puebla– y falleció en 2008. Desde muy joven radicó en Yautepec, Morelos. Durante el periodo revolucionario fue mensajero del General Emiliano Zapata. A los 60 años inició su labor como escultor en madera y de eso vivió hasta el final de sus días en Yautepec, aunque su obra se vendía en Tepoztlán.