Rosario era especial. No era como los chamacos a los que ve uno llegar, crecer e irse como niños saliendo a conocer un mundo crudo de jóvenes y de adultos. Desde el escritorio de profesora uno observa a estos muchachos como pasajeros, incluso llega uno a pensar que nada ni nadie les importa. Conocer a una adolescente cumplida, responsable, estudiosa y bien portada es muy difícil, pero esta pequeña cumplía con el modelo de estudiante que cualquier maestro quiere presumir.
Su rostro era moreno claro, cejas pobladas, cabello lacio y largo color castaño, se peinaba siempre con una coleta y usaba flequillo. Era delgadita y chaparrita; con una sonrisa tímida. Siempre asistía con su uniforme completo y limpio. Debe andar entre los 12 años o 13.
Era una niña que llevaba muy buenas calificaciones en todas sus materias.
Los alumnos usan calculadora o celular y con estos aparatos hacen sus operaciones aritméticas; Rosario no tenía dinero para eso, hacía sus cuentas a mano y a lápiz, en su cuaderno.
Yo siempre le sugería en que escribiera con bolígrafo, pero ella insistía en usar lápiz. Cierta vez me enseñó su tarea en su cuaderno y le pedí que me mostrara una de fecha anterior: “lo abrió, buscó en las páginas hasta encontrarla y me la enseñó. Me di cuenta que estaba llena de apuntes con lápiz de diversas materias, cuando ya no le quedaba espacio borraba mitades de hojas y reescribía varias veces. Me dijo que lo hacía de esa forma porque no tenía para comprar un cuaderno.
A partir de ese hecho me comencé a interesar más en su persona y algunas veces tuvimos pláticas cortas.
Por esas cercanías mínimas me enteré que su mamá se había ido hacía algunos años a la Ciudad de México con su esposo y unos niños pequeños, y dejó a Rosario en esta ciudad con su hermana.
Ella y yo comenzamos a tener algo que no se podría llamar amistad pero sí un interés mutuo. Yo me imaginaba en ella a una especie de hija desprotegida y ella quizá me miraba como una madre, una hermana o una amiga, o tal vez como a alguien a quien podía recurrir en caso de alguna preocupación.
Casi nunca faltaba y se me hizo raro que una vez no llegara tres días seguidos. Cuando la volví a ver le pregunté si le ocurría algo y me contó que se había salido de su casa porque el marido de su hermana la quiso lastimar: era un hombre muy grosero y violento. Una mujer que tenía una fonda en un marcado, y que era conocida de Rosario, le había dado alojamiento en su casa, a cambio, la niña trabajaba en la cocina por las mañanas, ahí podía desayunar y comer también.
A pesar de todos estos problemas Rosario nunca dejó de cumplir con sus tareas, llegaba puntual y eran muy atenta en sus clases y muy pulcra.
Yo no le cuento a mis hijos los problemas de la escuela, pero por ser ésta una vivencia excepcional, platiqué de esta alumna con ellos: yo sentía temor de que su cuñado pudiera lastimarla. Mi hija y mi hijo, adolescentes, me pidieron que la llevara a la casa, me dijeron que le harían un espacio para que durmiera segura y que la tratarían bien. A mí la idea me gustó y me la imaginé en la casa contenta y diligente como se veía que era en la escuela. Yo sabía muy bien que si le hubiera dicho que podría quedarse en casa, ella se hubiera alegrado mucho, pero el miedo a que me acusaran por secuestro me lo impidió: en la comunidad donde vivo y trabajo ha habido varios casos de personas que por hacer un bien terminan en la cárcel. Prefería estar más al pendiente de ella y comencé a hacer amistad con la trabajadora social de la secundaria, quien me contó sobre Rosario y su orfandad, sobre su hermana y sus hijos pequeños y sobre su esposo, un hombre extremadamente agresivo.
Las ausencia de Rosario comenzaron a ser más frecuentes y yo le insistí a la trabajadora social que fuera a buscarla a la fonda, donde ella decía que trabajaba, o a la casa de su hermana, pero me respondía que no podía y que, la verdad, tenía mucho miedo de toparse con el esposo de la hermana.
A principio de mayo de este año su hermana fue a darla de baja de la escuela. Se le dijo que permitiera que la niña terminará el ciclo escolar, que iba muy bien, de lo contrario tendría que repetir año a donde fuera, pero la hermana no quiso, ya había tomado una decisión y es probable que en esa fecha Rosario ya estuviera en la Ciudad de México cerca, por fin de su mamá, o trabajando en alguna casa o fonda o cuidando a sus hermanos, con una padrastro igual o más agresivo que su cuñado o quizá amoroso y protector.
En estos días en que los chicos entran al nuevo ciclo escolar la recuerdo y pienso que me hubiera gustado que ella hubiera tenido un hogar donde sus familiares le hubieran dado amor y facilidades para que disfrutara esa etapa tan bonita, y también para que sacara todo el potencial que tenía.
Nadie sabe qué fue de Rosario. Lo único verdadero es que estuvo en esta secundaria, fue mi alumna y ya no volverá.