Zona Sur

Feliciano 'El Barbas'


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 Feliciano “El Barbas”
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Feliciano 'El Barbas'

Feliciano “El Barbas”
Fotógraf@/ MÁXIMO CERDIO
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Tlaquiltenango. Feliciano García Ávila no ha dejado de trabajar desde la edad de 10 años, cuando comenzó como aprendiz en un taller de este lugar.

Desde hace más de 35 años tiene su negocio en avenida Morelos y es un personaje que forma parte del paisaje urbano en la cabecera municipal, ya que su aspecto y su trato son muy conocidos.

En entrevista, El Barbas -como le llaman- platicó sobre algunos aspectos de su oficio y de su vida.

Relató que tiene 59 años y que por más de tres décadas ha tenido su negocio, al que todos conocen como Talachas El Barbas, en la avenida Morelos, que es la principal de Tlaquiltenango; en la actualidad la vulcanizadora se ubica en la esquina con Gustavo Díaz Ordaz.

Cuando tenía 10 años la necesidad de ayudar con el gasto familiar lo llevó pedir trabajo como aprendiz en una vulcanizadora, con don Laureano, apodado el Tigre. Fueron dos años de estar todos los días allí. Al principio Feliciano barría el taller, limpiaba y acomodaba las herramientas, le pasaba al maestro alguna llave o la espátula, la cámara de la llanta, los parches. Eran cosas muy básicas, pero todo esto le ayudaba a conocer el espacio donde trabajaba, el nombre de las herramientas, las formas de las herramientas, su función.

Un niño no tiene la misma fuerza que un hombre, pero él era muy atento y se fijaba de qué manera su maestro empleaba los fierros.

Ser talachero es un trabajo bastante pesado y cansado, peligroso incluso para los muchachos y hombres hechos y derechos, pero Feliciano estaba empeñado en aprender el oficio, le impresionaba cómo su maestro dominaba las diferentes herramientas y lo hacía parecer muy sencillo. Quería ser grande y fuerte como él.

De aprendiz pasó a ser ayudante y luego ya talachero, este ascenso le llevó un buen tiempo. Era apenas un muchacho de 12 años y desde luego que no tenía la fuerza y el peso de los adultos, pero su maestro le había enseñado muy bien y él era un alumno muy atento, así que aprendió todo, más lo que él iba observando en las tareas que le ponía el jefe del taller.

“Uno puede tener las mejores herramientas, conocerlas muy bien y ser muy pero muy fuerte, pero si no es uno mañoso tarda uno mucho, ocupa uno mucha energía y se cansa uno más o se puede uno lesionar. Un buen talachero es bien mañoso, esa es la diferencia, y yo desde los 12 años era yo bien mañosos y le hallaba”, relató el Barbas.

Cuando era muchacho, Feliciano llegó a ser el encargado principal del taller. Él lo sabía, lo sabía su maestro, aunque los clientes vieran sólo a un chico moviendo con mucha habilidad los fierros y las gigantescas llantas.

Dijo que su maestro le enseño a usar las herramientas de manera adecuada, pero él siempre preguntaba y su maestro le enseñaba algunos trucos para hacer de una manera más fácil o más rápido algún procedimiento.

“Conforme van pasando los años va uno volviéndose más hábil y más mañoso, y toda esa experiencia acumulada se la debe uno pasar a su chalán o aprendiz para que él a su vez vaya inventando sus propias maneras de resolver problemas”.

En la actualidad, el Barbas puede hacer cualquier trabajo en un tiempo mínimo, no se le complicada nada, pero cuando comenzaba sí tuvo algunos obstáculos que pudo resolver precisamente usando las mañas o trucos.

Debido a que siempre tuvo que trabajar para contribuir con el gasto familiar, no tuvo tiempo de ir a la escuela y aprendió a leer, a escribir y a hacer cuentas ya de grande.

 

Relató que hace más de tres décadas había mucho trabajo, no había aparatos y todo se hacía con herramientas básicas, como espátulas, martillos, etcétera.

“Las llantas de camión de artillería de doble arillo eran las más difíciles para desmontar y montar, porque traían dos arillos de acero, que era complicado quitar y además, muy peligrosos, yo vi accidentes muy fuertes. Eran las 1100-20, la 1000-20, eran llantas convencionales para camiones de carga, en la actualidad se sustituyeron por radiales, no usan cámara y eso facilita un poco el trabajo de montaje y desmontaje.

Lo más complicados son con las llantas de trascabos porque son grandes y hay que tener mucho cuidado al manipularlas, para evitar accidentes, pero cuando uno sabe y tiene muchos años de experiencia es sencillo y seguro”.

“Nosotros reparamos cualquier llanta que nos traigan, trascabo, tractor, tráiler coches, camionetas, motocicletas, bicicletas y hasta llantas de avión.

Las llantas de trascabo son complicadas, por su peso y volumen, hay que ser mañoso para desmontarlas, bajarlas, repararlas, subirlas y montarlas, esto en un tiempo razonable.

Las llantas traseras de tractor son también complicadas, además, porque éstas llevan agua adentro, esto para evitar que patinen.

Lo más fácil son las llantas de los coches, de las camionetas, en 25 minutos termino. Mi hijo y yo atendemos a unas 10 personas en días bajos, pero cuando hay mucho trabajo pasamos de 20”, explicó.

“El cliente está esperando que acabes muy rápido porque necesita continuar su camino rumbo al trabajo o espera su unidad para continuar trabajando, está dejando de ganar dinero.

Por lo general el cliente no sabe cuánto pesa una llanta ni lo complicado que puede ser desmontarla y montarla, se recarga con los brazos cruzados y espera, o si es un amigo está platicando contigo, mientras tú estás maniobrando y haciendo un trabajo con mucha precaución para que no te vayas a lesionar”.

“La mayoría del tiempo estoy acá en la vulcanizadora, mi hijo me ayuda, pero a veces tengo que salir a dar servicio a los camiones, camionetas y tractores de los ejidatarios de Tlaquiltenango, ya que estoy trabajando con ellos y muchas veces se necesita ir hasta los campos de labranza y cultivo.

También salgo cuando se poncha la llanta de un coche y me tengo que trasladar hasta donde me llamen para desmontarla, regresar al taller, vulcanizarla y montarla. Son servicios que siempre hemos dado, además que hay clientas y clientes que a pesar de que tienen un talachero cerca piden que yo vaya a hacer ese trabajo porque me tienen confianza y yo voy hasta donde me llamen. Me gusta hacer este servicio, es darle importancia a los clientes y clientas, ayudarlos con una emergencia, saben que si me llaman voy a ir, es una seguridad para ellos”.

El Barbas tiene seis hijos, todos tienen un oficio, pero uno le ayuda en la vulcanizadora: tiene también una hija que ahora está en el Ejército, pero que le iba a ayudar en la talacha. Él la enseñó como cualquier aprendiz y a la muchacha le gustaba mucho el oficio, lo aprendió pero ahora trabaja en el Ejército y tiene buen sueldo y prestaciones.

“Uno puede tener un local muy moderno, bien equipado y ser muy bueno en su trabajo, pero no siempre le cae uno bien a los clientes, yo me considero amable, llamativo (se parece a "Sinterklaas", un personaje de la tradición holandesa que cuando fue retomado por Estados Unidos se convirtió en San Nicolás o Papá Noel o Santa Claus), cuido siempre mi comportamiento de maestro y respeto a las personas como son.

Mi trabajo jamás me ha dejado de gustar, lo disfruto, disfruto el trato con el cliente, me gusta que me saluden, que me conozcan, siempre trato bien a las personas y las personas me tratan bien, recibo lo que doy en el trabajo, amo mi trabajo, vengo a abrir con mucha alegría; nunca he enfermado, de 6:30 a 19:00 horas, no hay descanso”.

“No hay algo más importante para tener éxito en este negocio que la recomendación de los clientes, siempre debe uno hacer un trabajo muy bien hecho, que el cliente quede a gusto no sólo con el buen servicio que se les da sino con la atención, porque son personas que te van a pagar un dinero para que comas y para que coma tu familia, la persona es lo importante, que la persona se sienta bien con tu trato”.

Entre las herramientas más viejas en el taller del Barbas están una desmontadora, un compresor que parece un tanque de combustible de cohete ruso; también andan regadas por acá y por allá en el taller o en la banqueta, sus espátulas, que brillan como si fueran de plata, a pesar de que llevan con él al menos más de 40 años. Se parecen al dueño.

El Barbas siempre quiso ser talachero, en un tiempo estuvo aprendiendo mecánica, pero le gustaba más la talacha.

Fue jefe de la Policía de Zacatepec durante la administración de Rodolfo Uribe Salgado (1979-1982) y de Felipe Ocampo Ocampo (1988-1991); cumplió de manera eficiente su trabajo y nunca tuvo problemas con nadie.

“Eran amigos míos, me ofrecieron esos puestos y yo acepté”, platicó.

 

El diccionario no les hace honor a su nombre

Arturo Ortega Morán, escritor e investigador en temas lingüísticos, afirma que talacha es un vocablo híbrido, porque en sus raíces se mezclan el español y el náhuatl, ya que proviene de tlalli que significa tierra y se complementa con el español hacha, los cuales se fusionaron para formar "tlalhacha".

"Tlalhacha" fue la forma en que nombraron al instrumento de labranza que se usa como hacha y azadón.

Por su parte, el Diccionario de la Lengua Española define a la talacha (f. Méx) como el trabajo mecánico largo y fatigoso.

Además, en algunas partes del país le dicen talacha a la reparación de llantas, porque es un trabajo muy rudo, y también porque la palabra se ha utilizado como sinónimo de reparación o compostura de algo.

En el Diccionario de Americanismos, el mexicanismo talachero es una persona que trabaja con constancia, aunque sin mucha inteligencia o iniciativa propia.

Esta última acepción está muy alejada de la realidad para el Barbas. Resolver un problema requiere no nada más el conocimiento de las herramientas adecuadas, de la postura de éstas, de la postura del cuerpo y de la fuerza que se debe aplicar: “Ninguna llanta es igual, hay unas que son muy sencillas, la mayoría, pero de vez en cuando se nos presenta una cuestión que no había resuelto antes, entonces tenemos que sacar todos nuestras mañas acumuladas con los años, y si esas mañas no sirven debemos inventar otras, el clientes debe irse con su problema resuelto. Para eso se necesita inteligencia, mucha inteligencia”.

 

 

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