Esta vez, los candidatos requirieron de mayores recursos económicos para las campañas pues, acostumbrados a recibir durante este periodo, los ciudadanos sólo escuchan y aceptan lo que les dan, y cada vez es más costoso hacerse escuchar sin ofrecer nada a cambio. En este corto tiempo se multiplican los apoyos a la sociedad de parte de los aspirantes –pintura, pipas de agua, consultas médicas, uniformes, etc., etc., etc.– que, lamentablemente, como lo estamos viendo con los gobiernos municipales actuales, terminan con un letrero en las ventanillas informando que “no hay recursos”.
Así son y han sido las campañas, un periodo de aparente bondad en el que los candidatos dan y ofrecen soluciones como si fueran a repetir esa mecánica desde el puesto al que aspiran; pero al llegar, se dan cuenta de que no es tan sencillo como parece, ya que en el caso de las presidencias municipales, encuentran administraciones que ya deben la mitad del presupuesto o más.
Y por su parte, los candidatos a diputados o senadores prometen como si tuvieran calidad de ejecutivos, como si manejaran presupuestos que repartir, cuando su función principal es legislar.
Pero no hay intercambio de compromisos. Los ciudadanos no ofrecen nada; los candidatos lo ofrecen todo. Y eso sigue manteniendo la cultura del paternalismo: candidatos –que después se convierten en gobierno– y que la gente espera que les cumpla, pero no con opciones de desarrollo o de empleo, sino que les den el empleo mismo y la despensa permanente.
Un caso extremo del paternalismo es el de los candidatos que ofrecen ser alcaldes sin cobrar –por lo menos hay dos en el estado: uno en Cuernavaca y otro en Jojutla–. “Yo tengo mi vida resuelta y vengo a servir”, dicen. Pero es muy difícil creerles, sobre todo si se supone que conocen el valor del dinero. Más aún, en lugar de alentar la producción, generar opciones de desarrollo, condiciones de progreso para todos, ofrecen repartir “su” sueldo a los pobres, manteniendo el esquema de dependencia y paternalismo. Mantener al ciudadano conforme con una despensa o un vale de lo que sea en lugar de administrar bien los recursos, gobernar con sensibilidad y considerando a todos los sectores es una falta de respeto. Los ciudadanos no merecen limosnas ni dádivas. Merecen un gobierno que los respete y les dé las mismas oportunidades a todos. Es indigno que los candidatos digan que van a repartir “su” dinero cuando, primero, no es suyo (es de todos), y en segundo lugar, igual pueden cobrar de mil maneras posibles. ¿Por qué no reparten realmente su propio dinero, si es que tienen tanto y les permite vivir sin problemas? O mejor aún: ¿por qué no lo han hecho antes? No. Quieren repartir lo que no es suyo, lo que no les ha costado. En realidad lo que quieren es disfrutar también del poder político porque el económico ya lo tienen. Que la gente les haga caravanas; que a pesar de haber estudiado o no, sean honorables o no, la sociedad les rinda pleitesía, por el hecho de ser “la autoridad”.
Lamentablemente la cultura del paternalismo no sólo vive, sino se engrandece con estos candidatos, que lo que quieren es ser adorados por tres años a cambio de regalar despensas y repartir dinero público.
Quieren llegar al poder no con capacidad e imaginación, con esfuerzo o compromiso de trabajo, sino con simplemente distribuir entre un sector los recursos de todos, que debieran servir para generar desarrollo para todos.
Estamos en el año 2012, pero nuestra política sigue siendo del siglo pasado.