“La muerte es una vida vivida.
La vida es una muerte que viene.”
Jorge Luis Borges.
En mi columna anterior hablé de los sentimientos que han aparecido con la pandemia. Mucha gente se está desbordando con los acontecimientos. Y sobre la amiga que comenté, cuyo padre había enfermado de covid, todo se cierne de gris, pues me dio la noticia hace unos días: su padre falleció víctima de la pandemia.
Muchas amigas y amigos se han ido. No es necesario decir sus nombres. En varios casos son personas muy conocidas de nuestro entorno. Considero, sin temor a equivocarme, que todos estamos de duelo. Decía Hellen Keller que los que estamos de luto no estamos solos. Pertenecemos a la compañía más grande del mundo: la compañía de quienes han conocido el sufrimiento.
El duelo es un estado de pérdida que nos llega cuando alguien muy querido muere, y también lo sentimos ante una pérdida importante, por ejemplo, la pérdida de un empleo, la disminución de la salud, cuando terminamos una relación, y, lo que sentimos es un dolor muy profundo. Una pena muy grande. Esta pena o tristeza es normal y también es saludable porque así nos desahogamos.
Los sentimientos que nos abruman ante una situación de duelo se dan por lo repentino en que llegan el golpe, la noticia, la confusión. Y esto nos lleva a transitar por los caminos de la tristeza y la depresión si nos dejamos agobiar.
Todos reaccionamos de una manera diferente ante la pérdida, ante la crisis. Algunas personas se desesperan y entran en estado de pánico, mientras otras desarrollan una capacidad de avanzar a pesar de las condiciones adversas. Esa capacidad se llama resiliencia.
Las personas resilientes desarrollan una fortaleza psíquica y mental, y las crisis se transforman en marcas del camino que llevan a un futuro mejor. Más positivo.
Los seres humanos podemos padecer la misma pérdida, sin embargo, no todos respondemos de la misma manera ante ella. Esto nos lleva a concluir que no son los acontecimientos en sí los que provocan una crisis. Aquí lo importante es cómo los afectados los valoran, y cuáles son sus capacidades para superar tal pérdida.
Para entender estas capacidades, hay ciertos elementos a considerar: uno de ellos son las suposiciones sobre nosotros mismos, sobre el mundo y sobre la vida. Y otro elemento a considerar son las experiencias previas. Es decir, si alguien ya tuvo una experiencia similar en el pasado, sabrá cómo lidiar con lo que le está sucediendo en el presente. Pero de igual manera, si no supo cómo lidiar con una experiencia mala en el pasado y no supo cómo solucionarlo, probablemente vuelva a caer en el hoyo.
Luego entonces, los acontecimientos críticos no desatan necesariamente una crisis, sino la manera en que reaccionamos a ella. Nuestras suposiciones básicas, aquellas por las que percibimos el mundo como lo percibimos son de fundamental importancia.
¿Crees en un destino favorable? ¿Crees en un mundo hostil? ¿Tienes la confianza de que al final de una situación desfavorable, todo saldrá bien o ves el futuro con miedo? ¿Has salido fortalecido de una crisis o ésta te ha dejado en un estado de desamparo y vulnerabilidad?
Hay muchas herramientas para desarrollar la capacidad de resiliencia. Esta no es innata. Pero lo que es cierto, como lo mencioné anteriormente, es que todo lo que te ha sucedido antes más los conceptos que tengas sobre ti mismo, son esenciales para poder tener una respuesta favorable que te haga crecer ante una pérdida.
Hablaremos en próximas entregas sobre el tema. Lo que quiero dejar recalcado en estos momentos, es que la situación que vivió esta amiga ante la posible pérdida de su madre fue tan dura y tan terrible, que la hizo cuestionarse muchas cosas. Y ahora que su padre falleció, su mente ya estaba preparada y aceptó la crisis como algo que tenía que llegar de manera inevitable.
Ella está bien. Está en duelo. Pero ha aprendido cómo sobrellevarlo. Ha aprendido cómo continuar con su vida a pesar del dolor. Porque como dijera Boris Cyrulnik: el dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional.