“La amistad es un alma que
habita en dos cuerpos; un corazón
que habita en dos almas.”
Aristóteles.
Rabindranath Tagore decía que la verdadera amistad es como la fosforescencia, resplandece mejor cuando todo se ha oscurecido. Y en mi muy particular opinión esa es una verdad ineludible. ¿Quién no ha tenido el consejo de un amigo o de una amiga en los momentos difíciles que ha pasado? Los verdaderos amigos siempre están ahí cuando los necesitamos. Para mí, su fosforescencia es como esas noches oscuras que disfrutaba de niño cuando iba a visitar a una de mis tías que vivía alejada de la civilización. Era muy pequeño, y, recuerdo que llegaba un momento en que salía de su casa, invitado por la curiosidad, y en medio de la nada había muchas luciérnagas que alegraban el ambiente y la hacían mágica y misteriosamente disfrutable con esas lucecitas que aparecían y desaparecían misteriosamente.
Al paso de los años, el concepto de amistad se ha ido acrecentando. Y todo se lo debo a todas las experiencias que he vivido. Tenía veintidós años de edad cuando, caminando por las calles de Hong Kong, entré a un monasterio lama. Se me acercó un sacerdote y me preguntó si quería saber un poco de mi destino. Acepté. Me dio un bote con varios palillos largos de bambú que tenían grabados los hexagramas del I Ching. Me pidió que rezara, le dije que no sabía ningún rezo en chino, no, importa, reza en tu idioma, me contestó. Así lo hice, y me dijo que al rezar estuviera agitando el bote con los palillos, y que sólo uno saldría del mismo. Yo pensé que varios se caerían, no solamente uno, y, sin embargo, para mi sorpresa, sólo uno cayó.
El monje lo levantó. Lo leyó y me dijo, entre otras cosas: Este es el hexagrama que te corresponde. Es el hexagrama de Lü: El caminante. Tú no tienes un hogar, andas de camino en camino, y por eso, tienes que aprender a conservar los amigos que vayas haciendo en el camino. No vaya a sucederte lo que al pastor, que por descuidado, perdió su vaca en el camino…
Desde entonces, siempre he tratado de respetar al máximo el valor de la amistad. Y estoy cierto que tengo muchísimos amigos y amigas a dondequiera que voy. Siempre tengo un lugar donde llegar y amigos y amigas a quienes visitar. Me considero afortunado. Sigo el consejo de William Shakespeare que dice: Los amigos que tienes y cuya amistad ya has puesto a prueba, engánchalos a tu alma con ganchos de acero.
Y lo confieso, con ellas y ellos he llorado, les he abierto las puertas de mi corazón de par en par y he encontrado un oasis de reflexión y tranquilidad en su presencia, en sus palabras. En sus consejos. Me han halagado y reconocido mis éxitos cuando así ha tenido que ser. Pero también me han hecho ver las debilidades y errores que tengo. Y aun cuando muchas veces no me ha gustado lo que me dicen. Lo analizo, lo valoro y, si es necesario, lo corrijo.
La amistad es un valor muy grande que tenemos que desarrollar todos nosotros porque nos da un vínculo de integración social. A través de la amistad aprendemos la empatía, la solidaridad, la cooperación, la afinidad, el compartir. Y de igual manera, la amistad nos hace tener un equilibrio emocional, por ejemplo, cuando sentimos soledad, tristeza, frustración aislamiento, depresión o cuando sentimos nuestra autoestima caer.
Una sociedad en la que se desarrolla el valor de la amistad es más propensa a ser feliz por todo lo que he expuesto anteriormente. Y, por tanto, hace que los miembros de esa comunidad se alejen de la hostilidad, de la violencia y de la agresividad logrando una cultura de paz.
Antes todos los vecinos se saludaban y sonreían. Todos se conocían en la comunidad. Ahora se pone de pretexto que las comunidades son más grandes, pero en realidad, lo que ha pasado es que hemos perdido la confianza. Todos desconfiamos de todos. Por eso hay que regresar a la armonía de antes. Sí se puede. Hagamos el esfuerzo para poder tener comunidades más seguras, porque eso nos dará tranquilidad y seguridad. Yo veo por los tuyos y tú ves por los míos. Y así, todos nos apoyamos entre todos haciendo nuestras comunidades más seguras.
Finalmente, y de manera muy personal, te agradezco a ti, que estás leyendo estas líneas, porque también ellas nos unen, y este vínculo nos hace más amigos.
Y a quienes siempre han estado cerca de mí, muy dentro de mi corazón, les agradezco su acompañamiento durante mi andar por la vida. He aprendido mucho de ustedes. Les agradezco su mirada, su solidaridad, su cariño, sus palabras y sus silencios. Gracias, gracias, gracias por aceptarme con mis más errores que virtudes.