“Cada cual mira los acontecimientos
desde su esquina, con el rostro vuelto hacia
la pared para no ver lo que no quiere.”
Matilde Asensi.
Según los expertos, lo que llamamos “realidad” no es tal. De acuerdo a la sociología, la realidad es una construcción social. Desde pequeños nos van diciendo cosas que al final, las convertimos en lo que llamamos “realidad”. Nos enseñan conceptos que aceptamos a pie juntillas porque así lo aprendimos desde niños. Y, en cierto modo, es lógico. Nadie duda de lo que nos enseñan nuestros padres. Se supone que nos enseñan lo que nos enseñan porque así debe ser la vida.
En la antigüedad, los pequeños, los infantes, no eran tomados en cuenta en la familia. Sólo tenían la obligación de obedecer. De hecho, la palabra infancia viene del latín con este significado: es la incapacidad de hablar y expresarse en público o expresarse de una manera inteligible para otros. Aunque debo decir, que todavía hay muchos padres que siguen sin tomar en cuenta a sus hijas e hijos.
Sin embargo, conforme va pasando el tiempo, mientras vamos desarrollando nuestro pensamiento, hay cosas con las que ya no estamos conformes. No nos satisfacen o las ponemos en tela de juicio porque “ya no somos unos niños”.
En la película “Matrix”, Morfeo, uno de los personajes principales dice: “¿Qué es real? ¿Cómo defines lo real? Si estás hablando de lo que puedes sentir, lo que puedes oler, lo que puedes saborear y ver, entonces lo real son simplemente señales eléctricas interpretadas por tu cerebro.” Y entonces viene la pregunta. ¿La realidad existe o no? ¿Lo que vemos en la calle, lo que sentimos, lo que hemos construido en la sociedad como “realidad”, no lo es?
Si nos vamos atrás en el tiempo, había conceptos que se aceptaban como verdaderos. Era “normal” traficar y tener esclavos, castigarlos y golpearlos. Era “normal” que las mujeres se encargaran del hogar mientras los hombres salían a buscar el sustento. Era “normal” que no votaran, era “normal” que el hombre pudiera hacer lo que quisiera y que la mujer lo aceptara, era normal e ideal, que la mujer se “casara de blanco”, entre otras muchas cosas que eran aceptadas como “normales”.
Todo esto confluye también con un tema que hemos tocado anteriormente en esta columna, llamado “discurso dominante”. Nos han llenado la cabeza y el corazón de tantas cosas, tantas que ya no sabemos dónde está la verdad. Y es peor ahora con todo lo que vemos publicado en internet. Nos manipulan como quieren.
Sin embargo, si la realidad social es solamente eso, una construcción que hacemos, propongo que nos pongamos las pilas todos nosotros para crear una realidad social mejor que la que tenemos. Debemos seguir luchando por una mejor forma de vivir y de convivir. Una sociedad en la que haya justicia real. Donde podamos vivir sin violencia, con mejores salarios y una mejor educación.
Ya dejemos de decir y convencernos de que no se puede. Cambiemos el paradigma de lo que significa “realidad” e implementemos uno mejor.
No tenemos que aceptar lo que nos diga el discurso dominante. En el espectro político, por poner un ejemplo, tenemos que dejar de creer en los partidos políticos. Debemos considerar en su justa medida a la persona. Si es una persona comprometida con su sociedad o es un oportunista que llega para beneficiarse y obtener ganancias ilegales. Debemos poner atención en su relación con su grupo comunitario. Si ha sido funcionario, debemos preguntarnos si ha logrado cosas buenas o sólo ha obtenido beneficios para sí mismo y sus allegados o familiares. Si es tu representante actual, pregúntate si ha regresado a las comunidades que lo apoyaron o nunca ha vuelto a regresar.
Estamos viviendo una nueva etapa. Una nueva realidad. Es hora de despertar y emprender la búsqueda de una nueva sociedad, de una manera digna de vivir.
La realidad que construimos puede ser constructiva o destructiva. Depende de quien la cree y para que quiera crearla. La realidad en la que vivimos actualmente no es la ideal. No es la que quiero para mis hijos y las generaciones venideras. Se puede vivir en un mundo feliz si así lo queremos. Intentémoslo. No perdemos nada, y seguro podemos ganar mucho.