"Organización y educación,
cuando interactúan entre sí,
se fortalecen, se apoyan mutuamente.”
Noam Chomsky
Mientras estaba reclasificando mis libros, debo decir que, aunque no quisiera llenarme de más de ellos, siempre encuentro algo que vale la pena leer. Así se van acumulando en mi buró, y cuando el altero se hace grande, no me queda más remedio que reacomodar todo otra vez.
Decía, mientras realizaba tal tarea, me llamó la atención un viejo libro que había adquirido recientemente. Sí, ya sé que parece contradictorio. Lo compré, porque me hizo recordar mis años púberes en la secundaria. Ese libro se llama “el galano arte de leer”. Es un libro de lecturas cortas con una lista de palabras al final de cada historia para entender mejor y unas “sugerencias para aprovechar más la lectura”.
Las lecturas de ese libro eran (son) buenas y vigentes hoy en día. Todas tienen, además del sentido literario, una lección o moraleja. Hay un escrito, en el libro mencionado, de Carlos González Peña llamado “el saludo”. Y como su nombre lo dice, habla de esta costumbre afirmando: “En la manera de saludar se conoce a las personas y, por el acto del saludo se diferencian sustancialmente las personas de las bestias… seguimos creyendo, los más, que el saludo es la piedra de toque de la cortesía. Dime cómo saludas, y te diré quién eres. Pero, si no saludas, no eres nadie”. Así finaliza la historia este autor.
Releer este cuento me dejó pensando. En mis tiempos todos los vecinos nos conocíamos y al encontrarnos en la calle el saludo era lo primero que venía a los labios. Con algunos convivíamos más que con otros, pero, en definitiva, todos éramos como una gran familia.
Actualmente la gente ya no conoce al vecino, y mucho menos saluda. También en tiempos no tan lejanos, había respeto por la palabra dirigida a los demás. Y nos cuidábamos de hablar “palabrotas” frente a los demás. Ahora, todo eso se ha perdido.
Es muy lamentable ver a los trabajadores en los supermercados, por ejemplo, como sostienen una conversación llena de albures y groserías. Y, aunque yo no sea parte de la misma, es vergonzoso escuchar todo lo que se dicen. Y qué decir de los jóvenes en la calle o en las escuelas. Chicos y chicas albureándose o diciendo tamañas palabras que uno ya no sabe para dónde mirar.
Me pregunto en qué momento llegamos a ese punto de faltarnos al respeto. Y no quiero decir con esto que me “espanta” lo que sucede. Las groserías o malas palabras son como una catarsis. También las usamos para darle sazón a la plática. Pero tenemos que saber cómo, cuándo y con quién usarlas. A mí me gusta usar malas palabras, pero no las uso en cualquier lugar ni con cualquier persona. Me tengo que sentir en confianza. Y si las digo por enojo, dicen los psicólogos que nos ayuda a sobrellevar, a desahogarnos, y ayuda a lidiar con el estrés. Pero, también dicen que decir groserías frente a los niños genera situaciones de tristeza e, incluso, miedo y desconfianza. Asimismo, afirman que, de ser frecuente el lenguaje verbal violento, puede llevar a un desapego y a una distancia notoria entre los niños y sus padres.
Estos son los tiempos que nos ha tocado vivir. Somos todos los adultos los culpables de todo lo que nos está sucediendo. En mis época infantil y juvenil, a las ocho de la noche, salía la Familia Telerín en la televisión para cantarles a los peques una canción indicando que era hora de ir a dormir. Después de esa hora, ya se proyectaban los programas para adultos. Actualmente a cualquier hora en cualquier programa de TV se escuchan groserías, y no se diga en las canciones que pasan en la radio. Es más, hasta en las escuelas se escuchan ese tipo de canciones con tendencias sexuales, sexistas y hasta misóginas.
Tal vez digan que estoy envejeciendo, y es verdad, pero eso no quiere decir que esté “demodé”, un pasado de moda que no entiende a las nuevas generaciones. Yo gozaba cuando Roco, de la Maldita Vecindad le contestaba a su papá en “Pachuco” cuando éste le decía “no sé cómo te atreves a vestirte de esa forma y salir así…” y Roco y la banda le reviraban “Hey
pa’ fuiste Pachuco, también te regañaban…”
Es obvio que todas las generaciones cambian en relación a la anterior, pero no se debe perder el respeto, porque la falta de éste nos lleva a la violencia al no haber puntos de referencia adecuados a seguir. En la política se habla con malas palabras, con insultos y groserías. Todo lo que se ve y escucha en cualquier lado ya se nos fue de las manos. A eso agreguen las canciones, los programas de televisión como ya lo mencioné. Todo está plagado de faltas de respeto y, agresiones verbales. La falta de respeto puede ser causa de generación de conflictos y de violencia en diferentes ámbitos de nuestra sociedad. Comenzando con la familia.
El respeto hace que niños y niñas, jóvenes y adultos gestionen los problemas de manera positiva. Cuando el respeto comienza nos sentimos con confianza y además, sentimos empatía, compasión, integridad y se da la honestidad. El respeto previene el acoso escolar y otros comportamientos agresivos. El respeto es fundamental para el desarrollo armónico de una sociedad, el desarrollo educativo, profesional, económico y científico, entre otras cosas positivas. Cuando nos sentimos respetados, dicen los especialistas, nuestro cerebro libera los neuroquímicos del bienestar oxitocina y serotonina.
Por el contrario, la falta de respeto libera neuroquímicos del estrés como la adrenalina y el cortisol. Provoca la falta de comunicación, entorpece la colaboración y obvio, provoca entornos enfermos para todos.
Vale la pena retomar todo lo bueno para lograr una cultura de paz. Como siempre digo, back to basics, regresemos a lo básico para ser ciudadanos eficientes. ¿Qué opinas?