"Lo que empieza en enojo termina en vergüenza.”
Benjamín Franklin
Hace unos días leí una noticia muy lamentable sucedida hace dos años. En Argentina hubo una riña de jovencitos en la que el enojo y la ira se desató terriblemente, tanto que mataron a golpes a un joven que intervino en la riña tratando de separar a los rijosos. Los jóvenes tenían entre dieciocho y veinte años. Ocho jóvenes que intervinieron en esta absurda riña, que no midieron las consecuencias, y tampoco pudieron escapar porque quienes fueron testigos los habían filmado, y como siempre, nadie hizo nada. Nadie intervino. Nadie hizo algo por detener la pelea. Esas filmaciones fueron evidencia total. Tres de los jóvenes fueron sentenciados a quince años de prisión. Los otros cinco fueron condenados a cadena perpetua.
Al reflexionar sobre este lamentable accidente, da vergüenza darse cuenta que pudiendo haber hecho algo, nadie lo hizo. La riña inicio en un bar, los sacaron del mismo, pero la pelea siguió afuera. Es lamentable que el personal del bar no haya llamado a la Policía. Sólo los sacaron y, afuera, siguió la bronca.
El enojo, la ira tiene un lado positivo y otro negativo, como todo, diría yo. Dicen los que saben que la ira por un lado quiere protegernos. Claro, nos ayuda cuando estamos en peligro, pero se dice que también puede ser un detonante peligroso si no se controla y esa agresividad es la tendencia al mostrar conductas de confrontación.
La ira, de acuerdo a los estudiosos, se puede manifestar de una de dos maneras. Una de ellas es inhibida, cuando ante una situación de tensión o problema nos bloqueamos de tal forma que no somos capaces de expresar lo que opinamos y sentimos. Nos encerramos en nosotros mismos y no conseguimos resolver la situación. Debido a eso baja nuestra autoestima porque no somos capaces de defender nuestros derechos. Solemos guardar toda la tensión hasta que un día explotamos.
La otra forma de manifestación de la ira es la explosiva: cuando ante una situación de tensión exagerada nos alteramos hasta el punto de ser violentos verbalmente e incluso puede que físicamente.
Algunos de los síntomas que se presentan cuando nos enojamos en extremo son: la irritabilidad, el aumento de energía, pensamientos acelerados, hormigueo, temblores, palpitaciones y opresión en el pecho.
La época en que vivimos es altamente riesgosa por todo lo que se manifiesta en todo lugar. Desde la falta de atención en la familia, los amigos, la escuela, las noticias, las groserías que se han convertido en moneda corriente entre los jóvenes, hombres y mujeres, las relaciones o la falta de éstas y la soledad que sienten, entre otras cosas.
Pero es importante regresar un poco. La agresividad, el enojo, en sí no es mala. Los adolescentes son menos capaces de manejar las grandes emociones. Se están comenzando a enfrentar a ellas. Por eso los padres tenemos que aprender a ver el enojo de los adolescentes como una parte normal de su ser. El objetivo no es impedir que nuestros adolescentes sientan ira, sino ayudarlos a encontrar maneras más adecuadas, seguras y menos dañinas de expresarla.
También se dice que la ira es causada por factores internos como pueden ser recuerdos traumáticos, malos pensamientos, celos enfermizos o todo aquello que se atraviesa por nuestra mente y nos impide pensar con claridad. También puede ser causada por factores externos, como discutir con una persona, reclamarle a alguien por lo que consideramos una injusticia o una humillación, enfrentar una situación que se sale de nuestro control, como el retraso de un trámite, el tráfico, más los que quieras agregar. Si somos conscientes de estos factores, podremos gestionar la ira de maneras más inteligentes.
Parece fácil, sin embargo, ¿Qué sucede con esos adultos que ahora son padres y madres de familia que nunca gestionaron la ira? Es aquí en donde ya tenemos un problema más grave. Es obvio que esos adolescentes, aprendieron esas formas de sus padres.
En mi muy particular punto de vista, considero que la ira, la violencia generada en estos tiempos que vivimos, se está haciendo más común hasta el grado que se puede convertir en problema de salud pública. La ira trae como consecuencia estrés, presión alta, también puede ser muestra de un trastorno mental subyacente, como la depresión o adicción a las drogas. Eso en cuanto a nuestra persona, pero en el caso de no saber gestionar la ira, esto puede llevar a la persona a la agresión o al asesinato, como sucedió en el caso mencionado en esta publicación.
Si tú, que estás leyendo este artículo, conoces a alguien con este problema, ayúdalo, ayúdala, para que se atienda a la brevedad.
En el sitio web del gobierno de México encontré algunas formas para atender los ataques de ira: relájate, minimiza la situación que te está generando la ira, dale solución a lo que estás enfrentando si se puede; comunícate, piensa antes de hablar; sé condescendiente, empático, diría yo; ríete de ti mismo, el humor ayuda a calmar el enojo. Y concluye diciendo: Si definitivamente no te es posible controlar tus arranques de ira a pesar de intentarlo, es urgente que busques ayuda profesional para que aprendas a manejar esos sentimientos. No permitas que afecten más tu entorno social y familiar.