"Cualquier tecnología suficientemente
avanzada es equivalente a la magia.”.
Arthur C. Clarke
Es verdad lo que dice el epígrafe que seleccioné para la columna de hoy. Cuando era niño necesitaba una cámara para hacer fotos, una grabadora de cassettes para grabar una conversación o la música que me gustaba, una cámara de video para poder filmar eventos, un teléfono fijo, no había otro tipo, para realizar una llamada. Si quería mandar algún mensaje a alguien lejano, escribía una carta y la enviaba a través de la oficina de correos; y, si era urgente, mandaba un telegrama, el cual era muy caro porque había que pagar por cada palabra. Había que sintetizar de manera eficiente dicho telegrama para que no saliera tan caro.
En la escuela tenía que llevar una calculadora para hacer operaciones diversas en clase. En educación física, el maestro llevaba uno como reloj enorme colgando de su cuello para tomar el tiempo en las competencias. Se llamaba “cronómetro”. Si quería saber la hora, llevaba puesto mi reloj en la muñeca, y para despertarme temprano, hacía uso de un reloj con alarma.
Cuando comencé a trabajar nos pagaban la quincena por medio de un sobre amarillo que era específicamente para eso. Años más tarde, hacíamos fila en el banco para recibir el salario. Era un guateque porque muchos maestros y maestras se justificaban para faltar a clases. Los días de quincena eran un día de fiesta para todos: Alumnos y maestros.
Para realizar operaciones bancarias había que ir personalmente al banco y nos tardábamos las horas si íbamos en horas pico.
Y si quería ver una película, las noticias o un programa, había que llegar a casa y encender la tele. Una peli de noventa minutos tardaba dos horas con todo y comerciales.
Todo eso y mucho más se resume actualmente a dos palabras: “teléfono celular”. Y sí, efectivamente, las nuevas tecnologías cambiaron absolutamente todo. Las actividades cotidianas se han vuelto más fáciles para todo. Absolutamente para todo.
Claro, también tiene sus bemoles, porque antes usábamos más nuestra mente para muchas cosas. Hacíamos operaciones matemáticas, sabíamos los números de teléfono de nuestra casa y de casi todos nuestros familiares y amigos, hacíamos ejercicio sin querer porque había que ir al banco, al súper, a la oficina de correos y telégrafos. Teníamos que levantarnos de nuestro asiento para cambiar de canal la tele. Hoy todo eso quedó simplificado con el uso del celular.
A todo eso nos hemos tenido que acostumbrar. Actualmente aquella persona que no sabe manejar un teléfono celular y las tecnologías de la información están quedando rezagadas. La vida se ha hecho más fácil. Pero esto no aplica para todos.
Hay una generación que le tiene miedo a todos estos cambios. Son las personas de la tercera edad.
Dicen los que saben que el 62% de los adultos mayores no saben usar internet. Esto es parte de lo que es llamado “analfabetismo digital”.
Muchos adultos mayores se sienten discriminados al no ser atendidos por personas “de carne y hueso” para realizar trámites de diversos tipos. En España, un jubilado español presentó al Gobierno una petición con más de 610 mil firmas para que se mantengan los servicios de atención al cliente en persona en oficinas bancarias porque se sintió “discriminado” por el cambio de los servicios bancarios tradicionales a la banca digital. Y, de hecho, las personas más vulnerables para el fraude digital son ellos, la generación de los adultos mayores. La brecha digital hace que ellos sientan que los hacen a un lado. Afortunadamente en nuestro país, la Comisión Nacional para la Protección y Defensa de los Usuarios de Servicios Financieros (Condusef) y la Asociación de Bancos de México (ABM), suscribieron un Decálogo para mejorar la atención y el servicio a las personas adultas mayores usuarias de la banca. Dicho Decálogo engloba los principios éticos y las mejores prácticas para definir los estándares de una banca más social e incluyente. Los bancos que decidan adherirse deberán difundirlo entre su personal e incorporarlos en sus prácticas, y recibirán un distintivo diseñado por la ABM y la Condusef en conjunto.
Estos principios son: El respeto por los derechos y la dignidad de los adultos mayores; compromiso por contar con las competencias para atender a esta población; responsabilidad social; modelos de atención específicos; claridad en la oferta y contratación de productos o servicios vía telefónica; campañas de educación financiera práctica, principalmente para reducir la brecha digital; programas de asesoría y apoyo en servicios básicos; campañas de prevención de fraudes; asesoría remota a los adultos mayores a través de los call center, y establecimiento de nuevos modelos de atención para este segmento.
Y si bien esto ayuda, en realidad hay mucho por hacer, hay muchos beneficios en el aprendizaje de las nuevas tecnologías. Ya existen muchas formas de poder asistir a los adultos mayores con las nuevas tecnologías. Por ejemplo, actualmente los teléfonos celulares pueden agrandar la letra, pueden recibir instrucciones de viva voz, también los menores de edad pueden ayudar a las personas adultas mayores para aprender un poco más, es decir, el aprendizaje en familia ayuda muchísimo. Y el factor más importante es la paciencia. El adulto mayor no está habituado a ello. Por eso es más difícil aprenderlo. Y hay otro elemento que analizar y que ya se usa en otros países: la teleasistencia.
Este tema atrajo mi atención al ver a mi madre de ochenta y tantos años, postrada en cama, dando la siguiente orden: “Alexa, pon música de Pedro Infante. Está muy alto. Volumen en cuatro, por favor”. Algo que ya había visto antes, pero a lo que nunca había puesto la atención suficiente y adecuada.