Según el gobierno federal, a través de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (conocida como Semarnat) “es la peor tragedia ambiental en la industria”. Es fácil para las autoridades criticar a Grupo México, una de las empresas más importantes del país, pero son las mismas autoridades las que escriben y aprueban las leyes ambientales. Si no las hay, o sí las hay, pero son débiles, es obvio que tarde o temprano ocurrirá algún accidente terrible. Pues ya ocurrió y el país está pagando las severas consecuencias.
Se derramaron 40,000 m³ de sulfato de cobre acidulado en el Arroyo Tinajas, en el municipio de Cananea, Sonora, desde las instalaciones de la empresa Buenavista del Cobre, subsidiaria de Grupo México. El día siguiente, 7 de agosto, la población local notó la descoloración del agua del Río Bacanuchi. Unos días después se pudo escuchar una entrevista en MVS Radio con un vocero de Grupo México, quien decía que el derrame fue provocado por las lluvias atípicas que se presentaron el 6 de agosto. La Semarnat no creyó ese argumento; más bien declaró que la crisis se debía a la falta de responsabilidad de la empresa. Cualquiera que sea la verdad, los hechos no podrían ser peores: eso es indiscutible. La multa que Grupo México tiene que pagar no cancela el daño, sino que sólo sirve para mostrarles a ellos y a otras empresas qué tan fácil es perder el control del manejo de los desechos dañinos cuando se trata del medio ambiente. Todavía no está claro qué tan contundente será el deterioro ambiental. Es francamente difícil calcular a dónde irán a parar esos 40,000 m³, ya mezclados y diluidos en el agua. Formarán parte de las corrientes de los ríos y fluirán literalmente por muchos kilómetros, en su camino al océano, dejando una huella de perjuicio irreversible.
Sería fácil decir que casos como este ocurren en muchos países, como si ello fuera un pretexto válido o que haga más aceptable que pase en México. No es más aceptable, pero yo diría que sí era inevitable. Tenemos que sufrir en carne propia nuestros errores para evitar que se repita algo similar. Si queremos aprender más sobre el tema sólo es necesario recurrir a Google para encontrar detalles de los accidentes ambientales más importantes de la historia. Recordaremos el derrame de petróleo del barco Exxon Valdez en el mar cerca de Alaska, en 1989. Otro caso célebre es el de los parches de basura que flotan en los océanos; otros más los accidentes en reactores nucleares, como el de Three Mile Island en Estados Unidos, el de Chernobyl en Rusia, y más recientemente en Japón en la planta de Fukushima. Más cerca de México, hemos sido testigos de los errores de la perforación en alta mar cuando se escaparon miles de galones de petróleo al Golfo de México, matando la flora y la fauna marítima local.
La lista de errores sigue… y siempre somos los seres humanos los que tenemos la culpa. México no es diferente de otros países porque al fin y al cabo todos somos seres humanos. La diferencia es que en algunos países las leyes son estrictas e inamovibles, mientras que en otros son débiles y prácticamente inútiles. El accidente en Sonora sirve para mostrar lo frágil que es el medio ambiente, lo débil que es la ley ambiental y lo fácil que es equivocarnos. Entre coraje y tristeza escribo estas líneas, pues me siento impotente frente a lo que está aconteciendo. Siento mucho por los sonorenses afectados, lloro por el ecosistema que empieza a sufrir los efectos, y espero que todas las empresas se decidan por comportarse según los valores que supuestamente las rigen, uno por sobre todos los demás, y que menciona Grupo México en su página web: “respeto para las personas, para nuestro entorno y para el medio ambiente”.
Fuentes de información:
El Economista y www.gmexico.com